miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL MANTERO


Siempre me ha gustado coger a autoestopistas, aunque pocas veces coinciden las circunstancias para poder hacerlo. El otro día, saliendo de Sierra Nevada, ya de vuelta a Madrid, coincidió que teníamos un asiento libre y que irremisiblemente teníamos que pasar por Granada, así que no había excusa para no invitar a subir al mantero senegalés que regresaba a casa tras su jornada comercial.
No lo hicimos por solidaridad sino por algo un poco más egoísta y enriquecedor para nosotros: escuchar y aprender de lo que ese hombre nos iba a contar en la media hora de curvas que separan la estación de esquí de la ciudad de la Alhambra. Era, sin duda, una buena oportunidad para que nuestros hijos salieran por unos minutos de esa burbuja en la que viven y conocieran el relato de una vida muy distinta a las nuestras. Sí, justo en el momento de terminar unas maravillosas vacaciones en una carísima estación de esquí.
Mame, que así se llamaba el grueso y oscuro pasajero, era senegalés y hace cinco años llegó a España en una patera, tras pagar a una mafia mil euros por ese peligroso pasaje de barco. Dice que no pasó miedo porque hacía buen día y buena mar y porque fueron sólo unas horas hasta que les rescató Cruz Roja del mar y le llevaron a un centro de extranjeros. Después pasó las habituales miserias legales y vitales, durmió a la intemperie en más de una ocasión, hasta que al final consiguió reunirse con otros compatriotas de la diáspora que le echaron esa imprescindible primera mano.
Ahora ya estaba totalmente instalado, instaurado y legalizado. Orgulloso de tener sus papeles en regla, presumía de estar dado de alta de autónomos y nos contaba la mecánica de su negocio, comprando artículos muy baratos en una gran nave que los chinos tienen en Armilla y vendiendo a los turistas en verano y a los esquiadores en invierno. De vez en cuando se cruzaba con algún policía municipal que le retenía e incluso le quitaba la mercancía y sorprendentemente Mame, les comprendía: “Es normal, están haciendo su trabajo y nosotros no tenemos permiso para vender por la calle.”
Pero lo más interesante llegó cuando pasó a filosofar sobre su experiencia vital y el fenómeno de los inmigrantes: “A mí no me gusta vivir aquí, prefiero estar allí en mi país y si estoy aquí es por ganar unos cuantos euros que al cambio son mucho dinero en Senegal y así puedo enviar de vez en cuando dinero para mi familia y mi hijo de siete años. Pero amigo, tenlo claro, estaré un tiempo y volveré cuando pueda, todos queremos estar en nuestro país y eso que África está muy mal, sin solución”. Eso dio pie a adentrarnos en temas políticos, donde el autoestopista mantero saco un inteligente y bien informado discurso sobre la primavera árabe, los colonialismos y el terrorismo. Con perlas como: “los europeos y americanos estaban obsesionados en quitar a Gadafi, a Sadam, a El Asaad y a todos los dictadores africanos porque eran malos y no dejaban votar al pueblo, pero lo que han conseguido es el caos, llenar todo de armas y guerras” y siguió con “África está fatal porque está llena de corrupción y porque los europeos han beneficiado a los políticos corruptos para hacer negocio y aprovecharse de las riquezas de África” o la más preocupante, pero también bien fundada visión del terrorismo: “Europa piensa que el terrorismo es una cuestión religiosa o un asunto de unos cuantos locos, pero no, es un ajuste de cuentas por las diferencias económicas y sociales…”
El viaje llegó a su fin y en una gasolinera de Armilla se bajó nuestro invitado con una última sentencia: “Siempre he pensado que hay que vivir con la esperanza de que un día tendrás suerte y hoy yo la he tenido”. Nosotros sí que la tuvimos, Mame.

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