jueves, 29 de diciembre de 2016

AMPLIACIÓN DE MEMORIA

Hablando con un conocido que en breve cumplirá los noventa años me quedé de piedra al comprobar su meticulosa memoria que incluso le permitía recordar alineaciones y goles de partidos celebrados hace sesenta años. Siempre he admirado a las personas que tienen buena memoria porque me parece el bien más preciado de la inteligencia humana y porque un servidor difícilmente recuerda quién marcó el último gol de su equipo (es lógico porque pasa grandes temporadas a dos velas). Aun así, reconociendo que es mi principal limitación mental, de vez en cuando me sorprendo con algún dato que aflora espontáneamente y que me permite recordar el nombre de un piloto checo de motocross de los años setenta que solo conocí a través de algún artículo en una revista. Y uno se pregunta ¿dónde leches estará guardado el nombre de Jaroslav Falta en mi inmenso y poco optimizado cabezón? y ¿cuál es el mecanismo para que al ver una moto CZ o pensar en su país, inmediatamente regurgite el nombre del menda?
 Cuando tratas con una persona con Alzheimer te das cuenta de lo mucho que se parece nuestro cerebro a un ordenador y como la enfermedad suele romper la grabadora de datos e impide que entre nueva información a un disco duro que está lleno, mientras que sí deja que durante bastante tiempo descargues recuerdos antiguos que no se borran tan rápido como los recientes.
Tan es así, que recientemente he escuchado la inquietante y a su vez esperanzadora información sobre la investigación que está a punto de concluir en Estados Unidos y que permitirá extraer la memoria de una persona a un disco duro externo y volver a implantarla posteriormente, si fuera necesario. Lo que se dice una copia de seguridad. La primera experimentación la quieren hacer con soldados que acudan a conflictos (forma elegante de llamar a las guerras) en prevención de que puedan tener algún problema y que con este sistema puedan recuperar la memoria.
Sin entrar en detalles técnicos o científicos (este blog es mucho más superficial), a mí me ha suscitado el asunto muchas dudas morales y cuestiones éticas. Me pregunto si es como en un ordenador y cuando te la vuelven a implantar se han borrado los últimos datos, o sea que el soldado en cuestión va a la guerra a matar, pero esto no aparece en su memoria. O también, si es posible tener la memoria de elefante que tiene mi amigo de noventa años o mi propio hermano mayor, descargándome una actualización de su memoria; es decir, ¿se puede intercambiar la memoria de una persona a otra? o ¿es posible ampliar unos cuantos gigabytes como la que se pone tetas o el que se alarga el pene?
Son muchas las dudas, pero muy bonito de imaginar. Yo estoy deseando ya llevar mi pen drive en la cartera con todos esos nombres raros de pilotos, los nombres de las chicas que me gustaban pero yo no les gustaba a ellas o los números de teléfonos fijos de casas de amigos que ya no existen (los teléfonos, las casas, los amigos o ninguno de ellos).
Reconoced que es un avance de la ciencia que puede cambiar totalmente a la humanidad y que a mí personalmente me despierta mucha inquietud, aunque lo que me parecería absolutamente alarmante sería que descubrieran la forma de leer el pensamiento de los demás. Ese día habrá acabado la raza humana, guerra total, muerte y destrucción...

jueves, 22 de diciembre de 2016

SEÑOR DON USTED

Anoche, conduciendo de madrugada, me crucé con Nacho Canut en Radio Nacional y me convenció su argumento sobre las edades del hombre. No hablaba de románico ni de catedrales, sino de esa tendencia tan extendida a quitarse años, a querer aparentar menos edad de la que uno tiene, como si de los años tuviera uno que avergonzarse. ¡Qué coño!
El resumen era muy claro, somos niños hasta los 14 años, adolescentes hasta los 18, jóvenes hasta los 30, adultos hasta los 50, mayores hasta los 65, viejos hasta los 80 y tercera edad a partir de entonces. Y todos los maquillajes, postureos y camuflajes que uno adopta para asimilarse a un grupo más joven no dejan de ser un tanto ridículos. Soy el primero que muchas veces visto con marcas y ropas de jovencito transgresor, pero también me descojono a menudo cuando me veo rodeado de cuarentones y cincuentones que quieren ser campeones del mundo de su deporte favorito, bien entraditos en años.
Entiendo que todos queramos alargar nuestra presencia en este planeta tan cachondo y que además lo queramos hacer en un estado fornido y con un aspecto saludable, pero de eso a renegar de las canas o la experiencia de los años vividos, hay mucho trecho, rompetechos.
Por eso me convenció Canut para, a partir de ahora, presumir de mis años, de la experiencia vivida, de las canas y la arrugas y de la "seniority" que otorgan los cincuenta. Tengo que reconocer que a Canut le ayudó una tarde de compras en el centro de Madrid, en la que comprobé que ni Dios me tuteaba, que mi aspecto imponía respeto y que me cruzara con quien me cruzara siempre me trataban como un señor mayor (el segmento al que pertenezco). Ya me puede gustar la música pop indie, que en el Starbucks me sueltan "caballero, ¿le pongo cacao en el capuccino o no?"; Ya puedo ser un enfermo del motocross, que en la tienda de juguetes me dicen "señor: ¿le envolvemos los regalos?"; ya puedo tener una mente infantil que el mendigo de la calle me ruega: "buen hombre ¿me puede ayudar?". Y uno se ha cansado ya de pedir que le tuteen y de hacerse el coleguilla para demostrar cercanía con los más jóvenes. A partir de ahora he decidido ser Usted, ser Don Diego, ser el Señor Muñoz y fardar de canas, de barriguita cervecera, de vista cansada y de arterias obstruidas. Qué me quiten lo bailao, ya quisieran todos los jóvenes haber vivido lo que yo he vivido. ¡Estoy contigo Canut!
Ya no renegaré nunca más de mi fecha de nacimiento y aceptaré con dignidad el título nobiliario de Señor Don Usted que solo podrá ser sustituido por el de compañero o camarada, en el caso de mis correligionarios, o por el de "Señor Gordito" para alguno de mis amigos de San Francisco. ¡Oído cocina!

lunes, 19 de diciembre de 2016

LA FÁBRICA DE CHUCHES


El pequeño Lucio tiene la mosca detrás de la oreja, no le cuadra mucho que un ratón pequeño sea capaz de traer regalos tan grandes y dejarlos debajo de la almohada. Nos está probando y ahora, que todos sus dientes se han puesto de acuerdo para salir en estampida, pone todo tipo de trampas para pillar in fragantis al pequeño roedor. Unas veces duerme abrazado a la almohada, otras con el diente encerrado en su puño y otras consigue mantenerse en duermevela toda la noche para saltar de la cama ante el más ligero ruido. Le quedan dos informes semanales de magia, que le vamos a hacer.
Tampoco funciona bien mi viejo truco para entretenerles durante los viajes. Desde que eran minúsculos, cada vez que pasamos por delante de una de esas grandes fábricas asturianas o vascas con enormes y humeantes chimeneas, yo abro la ventana del coche y grito: “¡mirad chicos, una fábrica de Chupa Chups!” y acto seguido saco la mano por la ventana y capturo en el aire varios de esos maravillosos inventos españoles. Los niños flipan, no lo pueden creer y alucinan mientras recogen y degustan su premio. Este verano, después de la gratificante sorpresa en la fábrica de Mieres, Lucio se quedó un rato en el coche al llegar a Luarca, rebuscó por la guantera y bajo los asientos hasta dar con un zulo repleto de Chupa Chups. A partir de entonces se terminó la magia pero se sintió muy orgulloso por su pericia policial y ahora actúa con complicidad cada vez que pasamos por delante de una industria; de hecho intenta devolverme el engaño haciéndose el nuevo en el asunto y riéndose de mí como si yo me creyera que es verdad.
El otro día escuche a una afamada escritora una de sus cursis reflexiones en la radio. Hablaba de la magia perdida de las navidades en una niña de nueve años que perdía su inocencia. Además de ñoño, el relato era inoportuno por ser radiado a una hora en la que algún niño podía oírlo. Me acordé entonces de la estúpida profesora de EGB que me echó de clase por defender furibundamente la existencia de sus majestades; se llamaba Angelita.
Nunca hay que dejar de creer en la fábrica de chupa chups, te lo dice alguien que durante muchos años ha trabajado al servicio del Ratoncito Pérez, Papá Noel, Los Reyes Magos y Angela Merkel. Lo digo ahora que el peque tiene 10 años y está a punto de descubrir que, como decía el anuncio: “los padres no existen”.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL MANTERO


Siempre me ha gustado coger a autoestopistas, aunque pocas veces coinciden las circunstancias para poder hacerlo. El otro día, saliendo de Sierra Nevada, ya de vuelta a Madrid, coincidió que teníamos un asiento libre y que irremisiblemente teníamos que pasar por Granada, así que no había excusa para no invitar a subir al mantero senegalés que regresaba a casa tras su jornada comercial.
No lo hicimos por solidaridad sino por algo un poco más egoísta y enriquecedor para nosotros: escuchar y aprender de lo que ese hombre nos iba a contar en la media hora de curvas que separan la estación de esquí de la ciudad de la Alhambra. Era, sin duda, una buena oportunidad para que nuestros hijos salieran por unos minutos de esa burbuja en la que viven y conocieran el relato de una vida muy distinta a las nuestras. Sí, justo en el momento de terminar unas maravillosas vacaciones en una carísima estación de esquí.
Mame, que así se llamaba el grueso y oscuro pasajero, era senegalés y hace cinco años llegó a España en una patera, tras pagar a una mafia mil euros por ese peligroso pasaje de barco. Dice que no pasó miedo porque hacía buen día y buena mar y porque fueron sólo unas horas hasta que les rescató Cruz Roja del mar y le llevaron a un centro de extranjeros. Después pasó las habituales miserias legales y vitales, durmió a la intemperie en más de una ocasión, hasta que al final consiguió reunirse con otros compatriotas de la diáspora que le echaron esa imprescindible primera mano.
Ahora ya estaba totalmente instalado, instaurado y legalizado. Orgulloso de tener sus papeles en regla, presumía de estar dado de alta de autónomos y nos contaba la mecánica de su negocio, comprando artículos muy baratos en una gran nave que los chinos tienen en Armilla y vendiendo a los turistas en verano y a los esquiadores en invierno. De vez en cuando se cruzaba con algún policía municipal que le retenía e incluso le quitaba la mercancía y sorprendentemente Mame, les comprendía: “Es normal, están haciendo su trabajo y nosotros no tenemos permiso para vender por la calle.”
Pero lo más interesante llegó cuando pasó a filosofar sobre su experiencia vital y el fenómeno de los inmigrantes: “A mí no me gusta vivir aquí, prefiero estar allí en mi país y si estoy aquí es por ganar unos cuantos euros que al cambio son mucho dinero en Senegal y así puedo enviar de vez en cuando dinero para mi familia y mi hijo de siete años. Pero amigo, tenlo claro, estaré un tiempo y volveré cuando pueda, todos queremos estar en nuestro país y eso que África está muy mal, sin solución”. Eso dio pie a adentrarnos en temas políticos, donde el autoestopista mantero saco un inteligente y bien informado discurso sobre la primavera árabe, los colonialismos y el terrorismo. Con perlas como: “los europeos y americanos estaban obsesionados en quitar a Gadafi, a Sadam, a El Asaad y a todos los dictadores africanos porque eran malos y no dejaban votar al pueblo, pero lo que han conseguido es el caos, llenar todo de armas y guerras” y siguió con “África está fatal porque está llena de corrupción y porque los europeos han beneficiado a los políticos corruptos para hacer negocio y aprovecharse de las riquezas de África” o la más preocupante, pero también bien fundada visión del terrorismo: “Europa piensa que el terrorismo es una cuestión religiosa o un asunto de unos cuantos locos, pero no, es un ajuste de cuentas por las diferencias económicas y sociales…”
El viaje llegó a su fin y en una gasolinera de Armilla se bajó nuestro invitado con una última sentencia: “Siempre he pensado que hay que vivir con la esperanza de que un día tendrás suerte y hoy yo la he tenido”. Nosotros sí que la tuvimos, Mame.

domingo, 11 de diciembre de 2016

BIG DATA


Hace unas semanas compré un ordenador. Tengo que reconocerlo, caí en la trampa del Black friday, pero no me arrepiento porque gracias a eso me ahorré más de doscientos piriburcios, que no es pecata minuta. Era un portátil que los chicos reclamaban para poder hacer los deberes y estudiar durante los fines de semana que nos vamos fuera de Madrid. Caí en la trampa, pero no por lo del maldito viernes negro sino por la inventiva de mis hijos para convencerme de comprar esa imprescindible herramienta digital para seguir conectados sine die a sus habituales juegos, redes sociales o youtubers de moda. Es lo que toca, que le vamos a hacer, aceptado está.
Sin embargo, lo que no está tan aceptado es el bombardeo publicitario que desde ese día sufro para que me compre un ordenador portátil. Cada vez que abro una página web, ya sea de El País, El Alcazar o El Pueblo me salen al lado de cada noticia unos llamativos anuncios que me ofrecen inmejorables ofertas de ordenadores similares al que compré. Y lo peor de todo, en la mayoría de los casos, el anuncio es de L’Fnac, la tienda en la que compré el cacharraco. Os lo juro, han pasado tres semanas, pero todos los días, haga la búsqueda que haga, me meta donde me meta, los motores superinteligentes que los dioses del big data han creado consiguen detectar que durante varios días estuve consultando precios y ofertas de ordenadores portátiles y en una increíble exhibición de perspicacia informática me persiguen, me amedrantan, me invaden con más y más ofertas del mismo puto ordenador que ya me compré. Si son tan listos podían haber detectado también que ya hice la adquisición, que pagué a través de Internet y dejé escrito mi rastro en todos sus fastuosos motores con el pago, el proceso de envío y la recogida del maldito ordenador.
Desde entonces los señores de L’Fnac se han gastado en anuncios pagados a Google, Facebook, El País, El Mundo o putas.net mucho más dinero del que yo me ahorré con la compra en el oscuro viernes. Y no queda ahí la cosa, porque el año pasado viajé a Berlin, a Winchester y a Montpelier y desde entonces no hago más que recibir ofertas para viajar a los mismos sitios y a los mismos hoteles. Pero ¿es que sois tontos? ¿cómo pensáis que voy a volver a caer en el mismo puto antro de carretera de La Junquera que encontré en Booking? Es obvio que si este año he ido a Montpelier, quizás el próximo me apetezca ir a Dar es Salaam, a Quito o a La Rochelle, pero nunca a Montpelier. Y que si me he comprado un ordenador portátil, ya no necesitaré otro hasta dentro de tres años cuando la obsolescencia programada lo haya echado a perder; mientras tanto ofrecerme exprimidores de naranjas, coches descapotables, tijeras de cortar el pelo o muñecas hinchables…Cualquiera de esas cosas tiene mucha más cabida en mi consumista presupuesto que el jodido ordenador que ya está pagado, utilizado y amortizado.
Y lo malo de todo es que mañana o pasado caeré en alguna reunión de trabajo en la que algún tontolaba digital me dará lecciones de cómo el mundo está controlado por la sociedad de la información y por los registros de los datos que saben cada uno de nuestros movimientos. Los pasados, tío; los futuros, ni yo los sé y basta que me avasallen para que haga lo contrario. He dicho.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Y QUIÉN ES ÉL...

Esta entrada va a tener bastante aceptación porque el titular incita a pensar que voy a desvelar alguna infidelidad o a confesar una cornamenta. Mal vais. También sería sugerente si os dijera que os voy a hablar de una intensa noche de hotel en tierras granadinas. Seguís por mal camino. Trata de fantasías mentales nocturnas con un desconocido en un íntimo hotel andaluz. Mentira no es.
Los hoteles han dado para mucha literatura, cientos de canciones, mucho cine y alguna que otra serie. No voy a hablar del suicidio de Pavese, ni del infarto de Rita, ni de tantos acontecimientos históricos y de ficción ocurridos en el escenario de un hotel, pero es obvio que el continente da para mucho contenido, desde las fantasías sexuales con la camarera o el botones de turno, a trepidantes historias de acción, pasando por el más tenebroso terror o por la escatología de las sábanas manchadas por semen desconocido o el vello púbico en almohada propia. ¡Qué carita de asco!
Y uno, que ha pasado por casi todos esos periplos, sufrió el otro día una experiencia nueva, la noche interactiva, virtual, 4D, de realidad aumentada y un tanto paranoica. El caso es que las paredes del hotel eran de papel de fumar, se oían todas las conversaciones de la habitación de al lado y, por la noche, el rechinar de los muelles del colchón o el traqueteo de un cabecero de la cama mal colgado. Y pasó lo que tenía que pasar (no volváis a pensar mal), que interactuamos; no sé si fue antes mi ronquido o su encontronazo contra la madera, pero el caso es que empezamos a mandarnos sutiles mensajes en morse que debieron despertar a medio hotel. Cada vez que me conseguía dormir, aquel cafre arremetía con un golpetazo en el cabecero y yo contestaba con un par de puñetazos contra la pared y como en toda buena discusión, cada uno quería tener la última palabra. La tensión rezumaba en el yeso. Si no fuera por ese frágil tabique hubiésemos llegado a las manos porque la noche irradiaba odio.
Recuerdo que en el fragor de la disputa me desvelé un rato y estuve calculando los años que transcurrieron entre la entrada de Tariq en el 711 y el final de la Reconquista, aunque poco después me dormí y estuve soñando que tenía un perro real, de carne y hueso, pero que se podía controlar con un mando a distancia y yo me lo pasaba bomba chocándolo contra los muebles o las paredes porque rebotaba. Pronto volvió a despertarme otro animalito, el vecino, con otro martillazo sobre mi nuca, seguido de un buen meo y una interminable ducha. No me quedó más remedio que seguir sus pasos y ducharme escuchando como se sonaba los mocos. Tenía una ansia loca por bajar a desayunar y buscar a semejante hijo de la gran... Entre huevos revueltos, churros y tostadas busqué al energúmeno con mis ojos ensangrentados en odio y repitiendo en mi cabeza: ¿Y quién es él...?

jueves, 1 de diciembre de 2016

VIEJOS, NIÑOS E IMBÉCILES

Todavía no he visto el anuncio de Loterías, ni el de Campofrío, ni el de Freixenet, ni el de El Almendro. Quedaría muy snob decir que no pienso verlos, pero eso ya lo he intentado muchos años y al final terminas cayendo. Sí he oído que ha habido quejas de estamentos de la tercera edad porque el de Loterías deja a los ancianos como si fueran idiotas o imbéciles, que viene a ser lo mismo. Nada nuevo bajo el sol, son los tiempos y la sociedad en que vivimos que nos valora como seres productivos, eficientes y rentables para las empresas y cuando ya estamos resabiados y algo cascados, pasamos directamente al almacén de juguetes rotos.
Sí, juguetes rotos que ya no sirven más que para dos cosas, cuidar a los nietos mientras sus padres trabajan y votar. Eso sí lo siguen haciendo y por eso a los políticos en campaña se les llena la boca de promesas relacionadas con las pensiones y hacen demagógicas visitas a centros geriátricos para fotografiarse jugando al dominó con los abuelitos. Como si además de viejos fuesen imbéciles.
Si tenemos suerte, todos algún día seremos viejos (algunos también serán imbéciles porque ya lo son de jovencitos) y también si tenemos suerte, cobraremos una pensión en función de los años que hemos estado currando y cotizando a eso que llaman las arcas del Estado. Nos pagarán con ese dinero que se guarda en los años electorales y se gasta sin contemplaciones en los siguientes tres. Pero volverán las promesas y volveremos a votarles, por viejos e imbéciles.
Y lo malo de eso es que a falta de votantes maleables, la semana pasada hubo en el parlamento una interesante e importantísima moción que pasó bastante desapercibida en los informativos: Esquerra pidió rebajar la edad del voto a los 16 años y la proposición no fue aprobada por un escaso puñado de votos. Podríamos entrar a valorar la propuesta y juzgar si realmente están preparados nuestros teenagers para decidir libremente su voto (personalmente creo que la mayoría no lo están), pero me voy a quedar con el detalle técnico de la votación en el Congreso. No se aprobó una medida de esta relevancia porque entre los partidos que apoyaban el sí hubo cinco ausencias injustificables. Los partidos de la izquierda buscaban votos entre los más jóvenes y perdieron por la irresponsabilidad de unos cuantos diputados.
Viejos, niños, cualquiera es un ser manipulable como dueño de su voto que es y en ellos centran sus esfuerzos los cazavotos pensando que todos somos imbéciles. Está vez lo han sido ellos, imbéciles e irresponsables.