sábado, 26 de mayo de 2018

LA TUMBA DE PATTI SMITH

Lleno la taza de leche desnatada y añado dos buenas cucharadas de Nescafé. Un buen amante del café debería repudiar los sucedáneos, pero yo llegué tarde al café, como al vino, a los puros y a todo. Enciendo el microondas y sigo mi ritual diario, aprovecho el minuto de calentamiento para recoger cosas por la cocina y luego corro para llegar a tiempo de parar el aparatejo en número par. Digo que no es una superstición, solo una manía, pero siempre pulso en número par. Le pongo una pildorita de sacarina ahora que no me ve nadie. Todo el mundo me dice que no lo haga, que es veneno, que te mata las neuronas, pero yo razono para mí mismo que peor es el azúcar, que es veneno y te obstruye las arterias. Y concluyo que dado que mi sistema cardiovascular no está formado por autopistas, mejor será llegar un poco más lejos en la vida aunque sea un poco más tonto.
Montse está en una feria de arte en la que expone y presenta un libro, está feliz viviendo una segunda y justa juventud artística. Lucio se ha ido al Parque de Atracciones con unos amigos y me ha dejado encargado de buscar varios datos que le faltan sobre El Cid. No hay problema, de Rodrigo Díaz de Vivar lo sé casi todo. Martín está intentando encajar los rodamientos de dirección de la moto que lleva dos meses desmontada en el garaje. No hay duda de que lo logrará. Diego intenta olvidar el berrinche que le provoca la escayola que el capullo del médico le ha puesto en el brazo; según te lo cuenta él parece que en nada afecta el hecho de que previamente se haya metido un bofetón con la bicicleta haciendo descenso en La Pinilla.
La tarde está como el mes, nubes de evolución diurna que se van poniendo más y más negruzcas hasta proceder al diluvio. Levanto de vez en cuando la vista del libro para ver si tengo que echar a correr. Incluso me asusto con el estruendo de largos truenos que terminan siendo aviones que volando bajo bordean Madrid en su camino a Barajas. Por la mañana había viento del norte y aterrizaban desde el sur, pero luego ha cambiado la dirección del aire y aterrizan desde el norte. A pesar de todo se impone el majestuoso concierto de jilgueros, colibrís, petirojos, avestruces, lechuzas y, por supuesto, avutardas. Siempre me hubiera gustado saber distinguir los pájaros, pero como con el café y el vino, llegué tarde. Entre nublo y nublo, que es como llaman en La Mancha a las nubes (la palabra nube la utilizan para denominar a las tormentas), brilla un sol abrasador. Tendría que hacerme con unas de esas gafas de vista cansada con las lentes ahumadas para poder leer al sol. Me levanto la camisa para que me dé un poquito el sol en el pecho, no por tostar el torso sino por quitar el picor de una rápida depilación para una de las rutinarias pruebas electro lo que sean. No es buena idea, ahora no tengo pelo, pero sí moscas y mosquitos. Me tapo y los vecinos me lo agradecen.
El repicar de los pajaritos se sigue mezclando con los rugidos de los aviones y con una musiquilla lejana que parece escaparse de un sueño: una caja de música infantil que repite melodía una y otra vez. De repente todo se viene abajo con el graznido del vecino, un adolescente bastante cenutrio, que empieza a rebuznar cánticos de los Ultrasur. Está ante su gran noche, pero a mí me ha jodido mi gran tarde. Sin saber por qué (o sabiéndolo) me trae a la mente a Rajoy, Zaplana, Bárcenas, Mahillo, Hernando y la madre que les parió a todos ellos. No quería escribir sobre el entramado corrupto, ni sobre el oportunismo caza votos de cada partido, ni sobre el impresentable President, ni sobre chalets, ni siquiera sobre el amigo Trump. Me bastaba con dar la receta de boquerones fritos "tres gustos" que he cocinado a los chicos, unos con huevo, otros con harina y otros mixtos o con recomendar este delicioso libro que tengo entre las manos que me recetó nuestro amigo Manuel. M-Train de Patti Smith (sí la de "Because the night"), unas memorias, una recopilación de recuerdos sueltos en un agridulce recorrido por sus sueños, sus fantasmas y sus escritores favoritos, rindiéndoles homenaje y creando un emocionante reliquiario fotográfico. Nada más terminarlo he sentido unas irrefenables ganas de ir a limpiar una tumba.

miércoles, 9 de mayo de 2018

MIS PROBLEMAS CON LA JUSTICIA

Tengas juicios y los ganes. Nunca entendí el refrán, pero hice caso. Tres he tenido, tres he ganado. A un pobre ratero que pillamos in fraganti robando una horquilla en la tienda de bicis; a un iluminado que pretendía erigirse en propietario de los derechos del fútbol callejero y a un abogaducho peleado con el mundo.
Para este último me llegó la citación con más de un año de antelación y tres años después de los hechos. Cosas de la justicia. Traté de documentarme y de refrescar la memoria, pero apenas conseguí recordar el nombre de uno de los presuntos implicados (y no era Sole), compadecí a Barcenas y entendí que no recuerde si M. R. es Marianín o Michael Robinson.  Cuatro años son muchos para salvar datos en el disco duro y por eso subía yo un poco agobiado la Gran Vía pensando que el juez me iba a pillar en algún renuncio. Me había vestido con mis mejores galas, polo por dentro, chaqueta de franela y hasta zapatos para evitar que mi desarreglado aspecto juvenil pudiera confundir al poder judicial.
Todo elegante subía hacia Callao, apurado de tiempo, intentando reconstruir los hechos en mi cabeza para tener un discurso creíble, pero sin capacidad para concentrarme. La acera es estrecha porque está en obras para ampliarla y eso obliga a ir haciendo slalom calle arriba. Ahora esquivas a un turista sudoroso y maloliente haciendo footing, luego saltas los cartones del dormitorio de un mendigo que aún no se ha levantado, más allá pasas por encima de un pallet de ladrillos, después das paso a una adolescente en patinete y más tarde eres tú el estorbo que se para a respirar porque has forzado demasiado la máquina y estás a punto de echar la "patata" por la boca.
La subida de Gran Vía desde Cibeles es más eficiente que el Carbono 14 para ver la edad y el estado de los cuerpos. La pendiente, similar a la del Angliru, me obliga a hacer la goma e incluso pararme de vez en cuando. El sol pega fuerte y la chaqueta sobra. Miro al reloj y llego tarde, que si no me pararía en un banco a descansar, ver como avanzan las obras y echar piropos a las turistas en chándal. Al final consigo coronar el puerto, pero estoy sudando tanto que corro el riesgo de que su señoría me acuse de delito contra la salud pública. Dudo si entrar a los probadores del Primark para probarme una camiseta y secarme con ella, pero opto por tomar prestadas unas servilletas de papel en el Starbucks.
Ya en el ascensor del juzgado me seco el sudor, no sin antes comprobar que no hay cámaras. En el segundo piso se suben dos fachosos que se meten con Carmena por las obras. Se bajan en el tercero. Les insulto cuando ya no están, no sin antes comprobar que no hay micrófonos. Llego al cuarto, ya estoy en el juzgado dispuesto a soltar mi discurso: "Señoría, es lamentable que estemos todos perdiendo el tiempo por la ventajista actitud del demandante que está retorciendo la ley en su mero interés económico... y bla bla bla." No hace falta, el juicio se ha suspendido porque el demandante ha llegado a un acuerdo con las partes. Me cuesta entender la frase.  Me quejo porque no me lo hayan notificado ni me hayan llamado ni cojan el teléfono cuando les llamas, pero ni piden perdón, ni siquiera sonríen.
Llamo al ascensor. Llega pero está ocupado por tres mujeres. Subo (al ascensor). Baja (el ascensor). Una de las mujeres, jueza ella, comenta: "Esto es una locura, ayer hicimos 17 juicios y a la una habíamos terminado todos. No dejé hablar a nadie. Una señora se quejó porque no le dejaba hablar, pues no, hoy no puede hablar nadie." Esta vez no insulté, pero ganas no me faltaron.
Salgo a la calle, cabreado pero contento. Ya pasó el engorro del maldito juicio. Además ahora la Gran Vía es de bajada. Disfruto de las obras y del sol. Cambio la cartera de bolsillo porque veo dos tipos con mal aspecto, uno de ellos me tiende la mano, es el padre de un amigo del cole de mi hijo. Sigo andando tarareando la canción de Los Planetas "Mis problemas con la justicia" convencido de dos cosas: que me estoy haciendo mayor y que estoy a punto de perder el juicio.