Como campaña de márketing no tenía precio, todo el mundo enloquecía con el lanzamiento y expansión de nuestro falso concepto de democracia, sin tener en cuenta el escenario, ni las circunstancias, ni el tempo... Aaaay, el tempo.
El malo estaba detectado, era el dictador de turno, ese que nos había servido durante tantos años como aliado y había mantenido controlado tan insensato y peligroso barrio, en una prórroga del imperialismo colonial. Ahora ya sobraba, era el malo, el enemigo público, el torturador y asesino; mucho habíamos tardado en darnos cuenta. A partir de entonces es sencillo, se envían contenedores y contenedores de armas y se deja que se maten entre ellos y acaben con el tirano; un medieval sistema que nunca falla. Se publica la foto del malo ahorcado, tiroteado o enchironado y se envían cargamentos de urnas y unos cuantos observadores. Yo, de mayor, quiero ser observador. Y ya lo hemos conseguido, hemos logrado que ellos, los otros, voten libremente como nosotros, pero ¡ay mamma mía!, qué ocurre cuando votan lo que no nos gusta... ya no mola la democracia.
Ocurrió en Argelia en 1992, ya estaban listos y maduros para la democracia, votaron y salió lo que no nos gustaba, los islamistas, golpe de estado, conflicto, guerra, terrorismo y a tomar por saco la democracia. La lección sirvió de poco y el error se ha vuelto a cometer por doquier, hasta el punto de que si analizamos uno a uno todos los países envueltos en la maldita primavera, todos están peor de lo que estaban. No tienen dictador, pero lo han cambiado por sangre, guerras, armas y ausencia de derechos y además han espantado uno de sus principales recursos económicos que era el turismo.
La jugada ha salido mal y la encruciada es complejísima lo mires por donde lo mires. Si apoyas a los rebeldes y defiendes la democracia se imponen los temidos islamistas, pero si intentas combatirlos, lo hacen los tiranos, los ejercitos, el miedo y la represión. Occidente tiene pánico a los Hermanos Musulmanes (a mí me suena igual de desquiciado lo de los Legionarios de Cristo) y teme alimentar el integrismo, darle fuerza a Al Qaeda en toda la zona y acorralar a Israel en un polvorín. Por eso está dando marcha atrás en su impulso de la primavera y la está convirtiendo en otoño, aunque Mubarak salga de la cárcel o El Asad siga a sus anchas.
Si lo que queremos es seguir con esta colonizadora globalización y que todo el mundo sea igual, que los países sean iguales y piensen igual y tengan las mismas tiendas y voten a sus Marianos de turno, habrá que cambiar de estrategia. El norte de África y Oriente Medio requieren de una política muy distinta, con otro tempo, con el soporte de la economía y la educación, para evitar que la religión lo sea todo, como suele serlo en todos los lugares donde manda la miseria. La primavera llegará, pero no sin pasar por un invierno de transición y proceso constituyente y no este sistema ancestral de regalar armas y urnas.