jueves, 29 de diciembre de 2016

AMPLIACIÓN DE MEMORIA

Hablando con un conocido que en breve cumplirá los noventa años me quedé de piedra al comprobar su meticulosa memoria que incluso le permitía recordar alineaciones y goles de partidos celebrados hace sesenta años. Siempre he admirado a las personas que tienen buena memoria porque me parece el bien más preciado de la inteligencia humana y porque un servidor difícilmente recuerda quién marcó el último gol de su equipo (es lógico porque pasa grandes temporadas a dos velas). Aun así, reconociendo que es mi principal limitación mental, de vez en cuando me sorprendo con algún dato que aflora espontáneamente y que me permite recordar el nombre de un piloto checo de motocross de los años setenta que solo conocí a través de algún artículo en una revista. Y uno se pregunta ¿dónde leches estará guardado el nombre de Jaroslav Falta en mi inmenso y poco optimizado cabezón? y ¿cuál es el mecanismo para que al ver una moto CZ o pensar en su país, inmediatamente regurgite el nombre del menda?
 Cuando tratas con una persona con Alzheimer te das cuenta de lo mucho que se parece nuestro cerebro a un ordenador y como la enfermedad suele romper la grabadora de datos e impide que entre nueva información a un disco duro que está lleno, mientras que sí deja que durante bastante tiempo descargues recuerdos antiguos que no se borran tan rápido como los recientes.
Tan es así, que recientemente he escuchado la inquietante y a su vez esperanzadora información sobre la investigación que está a punto de concluir en Estados Unidos y que permitirá extraer la memoria de una persona a un disco duro externo y volver a implantarla posteriormente, si fuera necesario. Lo que se dice una copia de seguridad. La primera experimentación la quieren hacer con soldados que acudan a conflictos (forma elegante de llamar a las guerras) en prevención de que puedan tener algún problema y que con este sistema puedan recuperar la memoria.
Sin entrar en detalles técnicos o científicos (este blog es mucho más superficial), a mí me ha suscitado el asunto muchas dudas morales y cuestiones éticas. Me pregunto si es como en un ordenador y cuando te la vuelven a implantar se han borrado los últimos datos, o sea que el soldado en cuestión va a la guerra a matar, pero esto no aparece en su memoria. O también, si es posible tener la memoria de elefante que tiene mi amigo de noventa años o mi propio hermano mayor, descargándome una actualización de su memoria; es decir, ¿se puede intercambiar la memoria de una persona a otra? o ¿es posible ampliar unos cuantos gigabytes como la que se pone tetas o el que se alarga el pene?
Son muchas las dudas, pero muy bonito de imaginar. Yo estoy deseando ya llevar mi pen drive en la cartera con todos esos nombres raros de pilotos, los nombres de las chicas que me gustaban pero yo no les gustaba a ellas o los números de teléfonos fijos de casas de amigos que ya no existen (los teléfonos, las casas, los amigos o ninguno de ellos).
Reconoced que es un avance de la ciencia que puede cambiar totalmente a la humanidad y que a mí personalmente me despierta mucha inquietud, aunque lo que me parecería absolutamente alarmante sería que descubrieran la forma de leer el pensamiento de los demás. Ese día habrá acabado la raza humana, guerra total, muerte y destrucción...

jueves, 22 de diciembre de 2016

SEÑOR DON USTED

Anoche, conduciendo de madrugada, me crucé con Nacho Canut en Radio Nacional y me convenció su argumento sobre las edades del hombre. No hablaba de románico ni de catedrales, sino de esa tendencia tan extendida a quitarse años, a querer aparentar menos edad de la que uno tiene, como si de los años tuviera uno que avergonzarse. ¡Qué coño!
El resumen era muy claro, somos niños hasta los 14 años, adolescentes hasta los 18, jóvenes hasta los 30, adultos hasta los 50, mayores hasta los 65, viejos hasta los 80 y tercera edad a partir de entonces. Y todos los maquillajes, postureos y camuflajes que uno adopta para asimilarse a un grupo más joven no dejan de ser un tanto ridículos. Soy el primero que muchas veces visto con marcas y ropas de jovencito transgresor, pero también me descojono a menudo cuando me veo rodeado de cuarentones y cincuentones que quieren ser campeones del mundo de su deporte favorito, bien entraditos en años.
Entiendo que todos queramos alargar nuestra presencia en este planeta tan cachondo y que además lo queramos hacer en un estado fornido y con un aspecto saludable, pero de eso a renegar de las canas o la experiencia de los años vividos, hay mucho trecho, rompetechos.
Por eso me convenció Canut para, a partir de ahora, presumir de mis años, de la experiencia vivida, de las canas y la arrugas y de la "seniority" que otorgan los cincuenta. Tengo que reconocer que a Canut le ayudó una tarde de compras en el centro de Madrid, en la que comprobé que ni Dios me tuteaba, que mi aspecto imponía respeto y que me cruzara con quien me cruzara siempre me trataban como un señor mayor (el segmento al que pertenezco). Ya me puede gustar la música pop indie, que en el Starbucks me sueltan "caballero, ¿le pongo cacao en el capuccino o no?"; Ya puedo ser un enfermo del motocross, que en la tienda de juguetes me dicen "señor: ¿le envolvemos los regalos?"; ya puedo tener una mente infantil que el mendigo de la calle me ruega: "buen hombre ¿me puede ayudar?". Y uno se ha cansado ya de pedir que le tuteen y de hacerse el coleguilla para demostrar cercanía con los más jóvenes. A partir de ahora he decidido ser Usted, ser Don Diego, ser el Señor Muñoz y fardar de canas, de barriguita cervecera, de vista cansada y de arterias obstruidas. Qué me quiten lo bailao, ya quisieran todos los jóvenes haber vivido lo que yo he vivido. ¡Estoy contigo Canut!
Ya no renegaré nunca más de mi fecha de nacimiento y aceptaré con dignidad el título nobiliario de Señor Don Usted que solo podrá ser sustituido por el de compañero o camarada, en el caso de mis correligionarios, o por el de "Señor Gordito" para alguno de mis amigos de San Francisco. ¡Oído cocina!

lunes, 19 de diciembre de 2016

LA FÁBRICA DE CHUCHES


El pequeño Lucio tiene la mosca detrás de la oreja, no le cuadra mucho que un ratón pequeño sea capaz de traer regalos tan grandes y dejarlos debajo de la almohada. Nos está probando y ahora, que todos sus dientes se han puesto de acuerdo para salir en estampida, pone todo tipo de trampas para pillar in fragantis al pequeño roedor. Unas veces duerme abrazado a la almohada, otras con el diente encerrado en su puño y otras consigue mantenerse en duermevela toda la noche para saltar de la cama ante el más ligero ruido. Le quedan dos informes semanales de magia, que le vamos a hacer.
Tampoco funciona bien mi viejo truco para entretenerles durante los viajes. Desde que eran minúsculos, cada vez que pasamos por delante de una de esas grandes fábricas asturianas o vascas con enormes y humeantes chimeneas, yo abro la ventana del coche y grito: “¡mirad chicos, una fábrica de Chupa Chups!” y acto seguido saco la mano por la ventana y capturo en el aire varios de esos maravillosos inventos españoles. Los niños flipan, no lo pueden creer y alucinan mientras recogen y degustan su premio. Este verano, después de la gratificante sorpresa en la fábrica de Mieres, Lucio se quedó un rato en el coche al llegar a Luarca, rebuscó por la guantera y bajo los asientos hasta dar con un zulo repleto de Chupa Chups. A partir de entonces se terminó la magia pero se sintió muy orgulloso por su pericia policial y ahora actúa con complicidad cada vez que pasamos por delante de una industria; de hecho intenta devolverme el engaño haciéndose el nuevo en el asunto y riéndose de mí como si yo me creyera que es verdad.
El otro día escuche a una afamada escritora una de sus cursis reflexiones en la radio. Hablaba de la magia perdida de las navidades en una niña de nueve años que perdía su inocencia. Además de ñoño, el relato era inoportuno por ser radiado a una hora en la que algún niño podía oírlo. Me acordé entonces de la estúpida profesora de EGB que me echó de clase por defender furibundamente la existencia de sus majestades; se llamaba Angelita.
Nunca hay que dejar de creer en la fábrica de chupa chups, te lo dice alguien que durante muchos años ha trabajado al servicio del Ratoncito Pérez, Papá Noel, Los Reyes Magos y Angela Merkel. Lo digo ahora que el peque tiene 10 años y está a punto de descubrir que, como decía el anuncio: “los padres no existen”.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL MANTERO


Siempre me ha gustado coger a autoestopistas, aunque pocas veces coinciden las circunstancias para poder hacerlo. El otro día, saliendo de Sierra Nevada, ya de vuelta a Madrid, coincidió que teníamos un asiento libre y que irremisiblemente teníamos que pasar por Granada, así que no había excusa para no invitar a subir al mantero senegalés que regresaba a casa tras su jornada comercial.
No lo hicimos por solidaridad sino por algo un poco más egoísta y enriquecedor para nosotros: escuchar y aprender de lo que ese hombre nos iba a contar en la media hora de curvas que separan la estación de esquí de la ciudad de la Alhambra. Era, sin duda, una buena oportunidad para que nuestros hijos salieran por unos minutos de esa burbuja en la que viven y conocieran el relato de una vida muy distinta a las nuestras. Sí, justo en el momento de terminar unas maravillosas vacaciones en una carísima estación de esquí.
Mame, que así se llamaba el grueso y oscuro pasajero, era senegalés y hace cinco años llegó a España en una patera, tras pagar a una mafia mil euros por ese peligroso pasaje de barco. Dice que no pasó miedo porque hacía buen día y buena mar y porque fueron sólo unas horas hasta que les rescató Cruz Roja del mar y le llevaron a un centro de extranjeros. Después pasó las habituales miserias legales y vitales, durmió a la intemperie en más de una ocasión, hasta que al final consiguió reunirse con otros compatriotas de la diáspora que le echaron esa imprescindible primera mano.
Ahora ya estaba totalmente instalado, instaurado y legalizado. Orgulloso de tener sus papeles en regla, presumía de estar dado de alta de autónomos y nos contaba la mecánica de su negocio, comprando artículos muy baratos en una gran nave que los chinos tienen en Armilla y vendiendo a los turistas en verano y a los esquiadores en invierno. De vez en cuando se cruzaba con algún policía municipal que le retenía e incluso le quitaba la mercancía y sorprendentemente Mame, les comprendía: “Es normal, están haciendo su trabajo y nosotros no tenemos permiso para vender por la calle.”
Pero lo más interesante llegó cuando pasó a filosofar sobre su experiencia vital y el fenómeno de los inmigrantes: “A mí no me gusta vivir aquí, prefiero estar allí en mi país y si estoy aquí es por ganar unos cuantos euros que al cambio son mucho dinero en Senegal y así puedo enviar de vez en cuando dinero para mi familia y mi hijo de siete años. Pero amigo, tenlo claro, estaré un tiempo y volveré cuando pueda, todos queremos estar en nuestro país y eso que África está muy mal, sin solución”. Eso dio pie a adentrarnos en temas políticos, donde el autoestopista mantero saco un inteligente y bien informado discurso sobre la primavera árabe, los colonialismos y el terrorismo. Con perlas como: “los europeos y americanos estaban obsesionados en quitar a Gadafi, a Sadam, a El Asaad y a todos los dictadores africanos porque eran malos y no dejaban votar al pueblo, pero lo que han conseguido es el caos, llenar todo de armas y guerras” y siguió con “África está fatal porque está llena de corrupción y porque los europeos han beneficiado a los políticos corruptos para hacer negocio y aprovecharse de las riquezas de África” o la más preocupante, pero también bien fundada visión del terrorismo: “Europa piensa que el terrorismo es una cuestión religiosa o un asunto de unos cuantos locos, pero no, es un ajuste de cuentas por las diferencias económicas y sociales…”
El viaje llegó a su fin y en una gasolinera de Armilla se bajó nuestro invitado con una última sentencia: “Siempre he pensado que hay que vivir con la esperanza de que un día tendrás suerte y hoy yo la he tenido”. Nosotros sí que la tuvimos, Mame.

domingo, 11 de diciembre de 2016

BIG DATA


Hace unas semanas compré un ordenador. Tengo que reconocerlo, caí en la trampa del Black friday, pero no me arrepiento porque gracias a eso me ahorré más de doscientos piriburcios, que no es pecata minuta. Era un portátil que los chicos reclamaban para poder hacer los deberes y estudiar durante los fines de semana que nos vamos fuera de Madrid. Caí en la trampa, pero no por lo del maldito viernes negro sino por la inventiva de mis hijos para convencerme de comprar esa imprescindible herramienta digital para seguir conectados sine die a sus habituales juegos, redes sociales o youtubers de moda. Es lo que toca, que le vamos a hacer, aceptado está.
Sin embargo, lo que no está tan aceptado es el bombardeo publicitario que desde ese día sufro para que me compre un ordenador portátil. Cada vez que abro una página web, ya sea de El País, El Alcazar o El Pueblo me salen al lado de cada noticia unos llamativos anuncios que me ofrecen inmejorables ofertas de ordenadores similares al que compré. Y lo peor de todo, en la mayoría de los casos, el anuncio es de L’Fnac, la tienda en la que compré el cacharraco. Os lo juro, han pasado tres semanas, pero todos los días, haga la búsqueda que haga, me meta donde me meta, los motores superinteligentes que los dioses del big data han creado consiguen detectar que durante varios días estuve consultando precios y ofertas de ordenadores portátiles y en una increíble exhibición de perspicacia informática me persiguen, me amedrantan, me invaden con más y más ofertas del mismo puto ordenador que ya me compré. Si son tan listos podían haber detectado también que ya hice la adquisición, que pagué a través de Internet y dejé escrito mi rastro en todos sus fastuosos motores con el pago, el proceso de envío y la recogida del maldito ordenador.
Desde entonces los señores de L’Fnac se han gastado en anuncios pagados a Google, Facebook, El País, El Mundo o putas.net mucho más dinero del que yo me ahorré con la compra en el oscuro viernes. Y no queda ahí la cosa, porque el año pasado viajé a Berlin, a Winchester y a Montpelier y desde entonces no hago más que recibir ofertas para viajar a los mismos sitios y a los mismos hoteles. Pero ¿es que sois tontos? ¿cómo pensáis que voy a volver a caer en el mismo puto antro de carretera de La Junquera que encontré en Booking? Es obvio que si este año he ido a Montpelier, quizás el próximo me apetezca ir a Dar es Salaam, a Quito o a La Rochelle, pero nunca a Montpelier. Y que si me he comprado un ordenador portátil, ya no necesitaré otro hasta dentro de tres años cuando la obsolescencia programada lo haya echado a perder; mientras tanto ofrecerme exprimidores de naranjas, coches descapotables, tijeras de cortar el pelo o muñecas hinchables…Cualquiera de esas cosas tiene mucha más cabida en mi consumista presupuesto que el jodido ordenador que ya está pagado, utilizado y amortizado.
Y lo malo de todo es que mañana o pasado caeré en alguna reunión de trabajo en la que algún tontolaba digital me dará lecciones de cómo el mundo está controlado por la sociedad de la información y por los registros de los datos que saben cada uno de nuestros movimientos. Los pasados, tío; los futuros, ni yo los sé y basta que me avasallen para que haga lo contrario. He dicho.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Y QUIÉN ES ÉL...

Esta entrada va a tener bastante aceptación porque el titular incita a pensar que voy a desvelar alguna infidelidad o a confesar una cornamenta. Mal vais. También sería sugerente si os dijera que os voy a hablar de una intensa noche de hotel en tierras granadinas. Seguís por mal camino. Trata de fantasías mentales nocturnas con un desconocido en un íntimo hotel andaluz. Mentira no es.
Los hoteles han dado para mucha literatura, cientos de canciones, mucho cine y alguna que otra serie. No voy a hablar del suicidio de Pavese, ni del infarto de Rita, ni de tantos acontecimientos históricos y de ficción ocurridos en el escenario de un hotel, pero es obvio que el continente da para mucho contenido, desde las fantasías sexuales con la camarera o el botones de turno, a trepidantes historias de acción, pasando por el más tenebroso terror o por la escatología de las sábanas manchadas por semen desconocido o el vello púbico en almohada propia. ¡Qué carita de asco!
Y uno, que ha pasado por casi todos esos periplos, sufrió el otro día una experiencia nueva, la noche interactiva, virtual, 4D, de realidad aumentada y un tanto paranoica. El caso es que las paredes del hotel eran de papel de fumar, se oían todas las conversaciones de la habitación de al lado y, por la noche, el rechinar de los muelles del colchón o el traqueteo de un cabecero de la cama mal colgado. Y pasó lo que tenía que pasar (no volváis a pensar mal), que interactuamos; no sé si fue antes mi ronquido o su encontronazo contra la madera, pero el caso es que empezamos a mandarnos sutiles mensajes en morse que debieron despertar a medio hotel. Cada vez que me conseguía dormir, aquel cafre arremetía con un golpetazo en el cabecero y yo contestaba con un par de puñetazos contra la pared y como en toda buena discusión, cada uno quería tener la última palabra. La tensión rezumaba en el yeso. Si no fuera por ese frágil tabique hubiésemos llegado a las manos porque la noche irradiaba odio.
Recuerdo que en el fragor de la disputa me desvelé un rato y estuve calculando los años que transcurrieron entre la entrada de Tariq en el 711 y el final de la Reconquista, aunque poco después me dormí y estuve soñando que tenía un perro real, de carne y hueso, pero que se podía controlar con un mando a distancia y yo me lo pasaba bomba chocándolo contra los muebles o las paredes porque rebotaba. Pronto volvió a despertarme otro animalito, el vecino, con otro martillazo sobre mi nuca, seguido de un buen meo y una interminable ducha. No me quedó más remedio que seguir sus pasos y ducharme escuchando como se sonaba los mocos. Tenía una ansia loca por bajar a desayunar y buscar a semejante hijo de la gran... Entre huevos revueltos, churros y tostadas busqué al energúmeno con mis ojos ensangrentados en odio y repitiendo en mi cabeza: ¿Y quién es él...?

jueves, 1 de diciembre de 2016

VIEJOS, NIÑOS E IMBÉCILES

Todavía no he visto el anuncio de Loterías, ni el de Campofrío, ni el de Freixenet, ni el de El Almendro. Quedaría muy snob decir que no pienso verlos, pero eso ya lo he intentado muchos años y al final terminas cayendo. Sí he oído que ha habido quejas de estamentos de la tercera edad porque el de Loterías deja a los ancianos como si fueran idiotas o imbéciles, que viene a ser lo mismo. Nada nuevo bajo el sol, son los tiempos y la sociedad en que vivimos que nos valora como seres productivos, eficientes y rentables para las empresas y cuando ya estamos resabiados y algo cascados, pasamos directamente al almacén de juguetes rotos.
Sí, juguetes rotos que ya no sirven más que para dos cosas, cuidar a los nietos mientras sus padres trabajan y votar. Eso sí lo siguen haciendo y por eso a los políticos en campaña se les llena la boca de promesas relacionadas con las pensiones y hacen demagógicas visitas a centros geriátricos para fotografiarse jugando al dominó con los abuelitos. Como si además de viejos fuesen imbéciles.
Si tenemos suerte, todos algún día seremos viejos (algunos también serán imbéciles porque ya lo son de jovencitos) y también si tenemos suerte, cobraremos una pensión en función de los años que hemos estado currando y cotizando a eso que llaman las arcas del Estado. Nos pagarán con ese dinero que se guarda en los años electorales y se gasta sin contemplaciones en los siguientes tres. Pero volverán las promesas y volveremos a votarles, por viejos e imbéciles.
Y lo malo de eso es que a falta de votantes maleables, la semana pasada hubo en el parlamento una interesante e importantísima moción que pasó bastante desapercibida en los informativos: Esquerra pidió rebajar la edad del voto a los 16 años y la proposición no fue aprobada por un escaso puñado de votos. Podríamos entrar a valorar la propuesta y juzgar si realmente están preparados nuestros teenagers para decidir libremente su voto (personalmente creo que la mayoría no lo están), pero me voy a quedar con el detalle técnico de la votación en el Congreso. No se aprobó una medida de esta relevancia porque entre los partidos que apoyaban el sí hubo cinco ausencias injustificables. Los partidos de la izquierda buscaban votos entre los más jóvenes y perdieron por la irresponsabilidad de unos cuantos diputados.
Viejos, niños, cualquiera es un ser manipulable como dueño de su voto que es y en ellos centran sus esfuerzos los cazavotos pensando que todos somos imbéciles. Está vez lo han sido ellos, imbéciles e irresponsables.


domingo, 27 de noviembre de 2016

APLASTACIÓN

Como siga comiendo y bebiendo así, mi hijo pequeño lo va a pasar mal. Cada semana, cada día y cada comida tengo una buena excusa para no empezar el régimen. Sabes que deberías cuidarte, que unos cuantos kilos de menos te ayudarían a estar más sano y que esa barriguita ya no es merecedora de diminutivo alguno, pero es que tengo una comida de trabajo, pero es que es el cumpleaños de un amigo, pero es que hay para cenar mi comida preferida, pero es que los vecinos del pueblo han decidido hacer cocido o cordero o calçotada o callos con tocino rebozados en su propia grasa... El caso es que la puta balanza del baño está a punto de declararse en rebeldía viendo que nunca conseguiré bajar de los... a vosotros os lo voy a decir...
Y ¿qué pinta Lucito en todo esto?, pues que el canijo sigue siendo mimoso y ha adquirido una peligrosa costumbre: no puede irse a dormir sin antes pasar por su juego favorito, la "aplastación". No tiene mucho secreto el juego, simplemente se mete en la cama y su padre va a darle un beso y se queda un minuto tumbado encima del niño sin apoyar manos ni pies en la cama, todo el peso repercutido sobre el pobre chaval. Os parecerá una animalada y lo es, pero al niño le encanta, se ríe a carcajadas y lo exige cada día. Y el papá se da cuenta de que el peque de la casa cada vez es menos peque y quiere que guarde recuerdos del padre más entrañables que los que tendrá dentro de unos años, cuando la relación mutua esté basada en discrepancias sobre horarios, orden en las habitaciones y uso excesivo de dispositivos electrónicos (¡coño, deja de mirar al móvil mientras te hablo!).  Yo todavía recuerdo las manos calientes de mi padre tapándome la cara para jugar al cucu-tas cuando era poco más que un bebe y desde el sentimentalismo ñoño o como queráis llamarlo, me siento en la necesidad de dejar mi huella en un lugar recóndito de la memoria del chaval. Cuando sea mayor se le humedecerán los ojos pensando ¡Joder, cómo pesaba el gordo de mi padre!
Además, cada día que pasa, el peligro de ahogamiento es menor porque el chaval es cada vez más fuerte y porque el padre tiene que dejar de comer como una hiena ansiosa, aunque solo sea por la salud de su hijo. Eso sí, quienes de verdad corren el riesgo de fallecer cualquier día por "aplastación" son los padres, que tienen la fortuna de dormir bajo un espectacular cuadro de Lucio Muñoz que debe pesar casi cien kilos y que está colgado en la pared por todo un maestro del bricolaje. Eso sí sería un recuerdo curioso: "Mi padre murió en la cama, aplastado por un cuadro de mi abuelo"... ¡Viva la aplastación!

lunes, 21 de noviembre de 2016

CON EL CULO LIMPIO

Creo que este fin de semana ha sido el día mundial del retrete y los saneamientos. Lo sé por el chiste de Forges y porque sintonicé en la radio un entretenidísimo programa hablando de cacas. También ha sido el día mundial del niño lo que demuestra que ambas cosas suelen ir en paralelo. Nueve de cada diez personas consultadas por una amable señorita de las que te llaman a la hora de la siesta o de la cena a venderte fibra óptica mucho más veloz que la tuya o a regalarte un viaje a Benidorm si cambias tu plan de pensiones a su banco o a engañarte con una triquiñuela de compañía eléctrica o a enternecerte para que dones algún euro más a tu ong de referencia... Pues sí, nueve de cada diez personas consultadas por tan amable teleoperadora han contestado que lo que más echan de menos cuando viajan es su retrete. Es cierto, dormir puedes dormir donde sea, a comer raro siempre te acostumbras, vivir sin vino o sin Coca Cola es duro, pero echar un truño en terreno desconocido es una actividad de máximo riesgo.
Me da que el hecho de crear un día mundial tan guarrete no es para agasajar al señor Roca sino para concienciar al mundo de la importancia de una higiene adecuada y recordar las lamentables condiciones en que viven millones de personas que no tienen acceso a unos sanitarios y equipamientos de higiene personal dignos. Esto es algo de lo que no te das cuenta hasta que te lo quitan; los que presumimos de vivienda chula en función del número de tronos, no imaginamos que serías capaz de matar por una buena y limpia "taza" en según que sitios. O incluso que tu cuerpo es capaz de retener sus deshechos en el intestino durante bastantes días si el agujero al que tiene que enfrentarse no reune las condiciones mínimas; es lo que se llama extreñimiento emocional, algo bastante habitual en viajes por otras latitudes.
La verdad es que no pensaba hablaros de este tema porque durante todos estos años y a lo largo de tantas entradas del blog ya he esparcido suficiente mierda y me he regodeado en exceso en asuntos escatológicos, pero es que volviendo a casa me he cruzado con un espectacular camión de culolimpio.com rotulado con la imagen que tenéis en la cabecera e, impactado por tan llamativo márketing, he entrado en su web para conocer a esta gente tan cachonda y me he apuntado a su promoción "¿doblas o engurruñas?". He sentido un deseo irrefrenable de contároslo aunque realmente hoy os iba a hablar de los referéndums del Brexit y de Colombia, de las elecciones en España y en Estados Unidos y de como la hemos cagado.

sábado, 19 de noviembre de 2016

PERDER LA CABEZA

Muchas veces pensamos que deberíamos perder la cabeza más a menudo. Me refiero a perder la cordura, salir de la rutina, romper los esquemas y dar rienda suelta a la imaginación. Pero el "seny" y el miedo no nos dejan. Luego, pasados los años la perdemos sin remisión con la más temida de las enfermedades mentales después de la calvicie. No, dejaos de coñas, todos tenemos pánico al momento en que dejemos de almacenar recuerdos, de reconocer a los nuestros o de saber si es de día o de noche. Es la única enfermedad en la que dicen que sufren más los familiares que el propio enfermo, pero acojona, no me acuerdo cómo se llama la enfermedad, pero acojona.
Pero puestos a hablar de congoja, la noticia que el otro día me comentaron mis hijos, según la cual en unos meses se va a practicar el primer trasplante de cabeza en un humano. Me contaron que se trataba de un adinerado tetrapléjico que quiere darse una última oportunidad para vivir en otro cuerpo. Me lo contaron cenando y me negué a conocer detalles morbosos de la operación o a buscar la noticia en la internés, pero después la almohada se puso rebelde y la noche fue un tanto agitada con reflexiones morales, cuestiones quirúrgicas y dudas anatómicas que me agobiaban insoportablemente. Imaginaba a los doctores cortando la cabeza de un cadáver en una camilla y en la de al lado otros cirujanos arrancándole el cuerpo a este pobre hombre rico y la angustia me devoraba. Perdón si estás cenando tú también, pero me reconcomía pensando el orden de la intervención, que iría primero o después de los distintos artículos de casquería que nuestro cuerpo tiene. Mi mente acudió a su personal hemeroteca para recordar el pavo de Navidad corriendo descabezado por el pasillo de casa de nuestros abuelos, o la cola de la lagartija zigzagueando después de cortada... Y una vez concluido todo el despiece y ensamblaje y dando por hecho que la operación fuera un éxito, me terminó de atormentar el momento de reencontrarte con otro cuerpo, sin saber si su anterior dueño murió en la silla eléctrica o de un simple vahído, sin reconocer su olor de sobaco, ni saber dónde ha metido su pene, el que ahora es tu pene... Y por último, la cuestión más tétrica: ¿qué harían con la otra cabeza y el otro cuerpo?, ¿los coserían?, ¿los enterrarían juntos?... Una noche muy desagradable.
Al día siguiente cenamos con el mismo tema pues coincidimos con un amigo escultor que se dedica a hacer las figuras de un conocido museo de cera y nos reconoció que el cuerpo de la figura de Pau Gasol anteriormente perteneció a Fernando Romay, quien a su vez lo había heredado de Fernando Martín; simplemente les habían cambiado la cabeza por una cuestión de reciclaje y economía. En este caso la información me provocó una carcajada y me fui a dormir con el firme deseo de no perder nunca la cabeza y de no estar jamás representado en el museo de cera. Alguna de las dos cosas la conseguiré.



lunes, 18 de abril de 2016

EL BIENESTAR


Me apetecía escribir, me gusta, pero no siempre tienes la inspiración y cuando llegan las musas no siempre estás sentado delante del ordenador. Ya sé que Picasso y mi padre y todos los creadores siempre han dicho que la inspiración tiene que pillarte en el estudio, trabajando. No es mi caso, ni tengo estudio, ni musa, ni mucho menos ganas de trabajar. También dicen los grandes escritores que la noche es un buen aliado porque aparece esa magia difusa que enloquece las ideas y da rienda suelta a la imaginación, pero es de día, son las cuatro de la tarde y acabo de quedarme solo tras la desbandada familiar después de una suculenta lasaña. También he oído a muchos escritores reconocer que el vino es otro cómplice de la creatividad; esa sí que se la doy. A escondidas, sin que me vea el cardiólogo, me sirvo un buen vaso de Ramón Bilbao, gran vino vasco ¿no? Y me enciendo el puro Romeo y Julieta (qué estupido nombre para un puro) de los sábados. En mi historial clínico dice que soy fumador, pero es una garrafal mentira porque nunca he fumado y ni siquiera sé tragarme el humo. Mi único pecado es ese habano de los sábados, sin tragarme el humo y alternando caladas con sorbitos de vino y con intensas conversaciones con los amigos. Hoy, sin embargo, estoy solo, con los chicos desperdigados por el pueblo y los amigos escondidos del aguacero primaveral que empapa el campo y las calles. La lluvia de primavera es un fenómeno que me atrae como pocos, quizás por su aspecto positivo: es buena para el campo, limpia el aire y hace crecer la vegetación. Miro fijamente las plantas, los arbustos y el musgo para ver si consigo verlos crecer. Na de na.
No quiero ahumar la casa así que me salgo al trastero y me siento sobre una garrafa de gasolina a degustar el momento. Quizás no sea el mejor sitio para fumar, posiblemente estaría más a gusto de sobremesa en casa de unos amigos hablando de los papeles de Panamá, del ministro Soria e incluso de mi repudiado Josemari, pero no es el caso. Estoy solo, con Ramón, Romeo y la cortina de agua que difumina la vista del pueblo. Apenas alcanzo a ver la iglesia con las palomas que se refugian en su campanario. Hace mucho que no suenan las campanas porque la iglesia está casi en desuso, es decir sin cura: mejor. Esto sí que es el bienestar, el único ruido es el del agua rebotando contra las tejas, el único ser vivo que alcanzo a ver es el perro del pastor dando vueltas sobre sí mismo porque es lo único que sabe hacer. El pobrecillo pasó sus dos primeros años de vida atado a una soga dando vueltas en su mundo de tres metros de diámetro y ahora, libre, sigue dando las mismas vueltas, ya sin cuerda, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Su dueño lo ha dejado mojándose en la puerta de la casa porque dentro están cocinando un cabrito. Lo sé porque sale humo de la chimenea y porque me han contado que han hecho un invento para asar el cabrito con un motor de parabrisas y el engranaje de un embrague de coche que hace girar al animalillo (me refiero al cabrito, no al perro).  Los dos dan vueltas y mi cabeza también, con el vino y con el puro. Trato de hacer figuras con el humo, pero no sé y además los goterones que caen del tejado se encargan de disolver las ánimas. Me empieza a llegar la musa creativa y el cuerpo me pide coger el spray de mi hijo Lucio y terminar de pintar su cabaña, pero soy consciente de que se va a enfadar si lo hago y por otro lado, dudo mucho que la pintura agarre con tanta lluvia, seguro que se corre y eso siempre es una guarrada. Además me da miedo meterme ahora bajo los palos y cañizos del cobertizo por si me encuentro algún animal escondido del chaparrón. Imagino una enorme boa constrictor que me aprieta el cuello hasta asfixiarme. No estoy majara, es que llevo toda la semana ayudando al enano en su trabajo de “saiens” que es como se llaman ahora las ciencias naturales. Su educación es lo primero y me preocupa que mi música no sea la más adecuada para ellos porque hoy, que ha cumplido diez años, se ha levantado cantando “hay días que me despierto con un orgasmo…” El puro se acaba, ¡qué rabia!, el vino ya pasó a mejor vida y además está dejando de llover. El otro día escuché en la radio a un investigador que reconocía que el problema de las enfermedades mentales es que todavía no tenemos nadie ni idea de cómo funciona el cerebro. Desde luego.

martes, 29 de marzo de 2016

PROPIEDAD PRIVADA

Nunca nadie me había hecho una acusación tan original y poco ofensiva como la que recibí el pasado fin de semana de un paisano del pueblo: "Tú siempre tan diplomático, no hay quien discuta contigo..." Claro, que no lo decía en un tono muy conciliador, porque previamente me había amenazado con denunciarme a la Guardia Civil y había agitado al aire una vara a modo de bastón, para reforzar sus argumentos de discusión. Yo intentaba bajarle los ánimos porque viendo con que rabia apretaba sus puños y sus dientes, veía que el corazón se le iba a saltar de un momento a otro y aunque últimamente voy preparado con una pastillita de infartos, no estaba muy dispuesto a compartirla.
Nunca me he dado de tortas con nadie y, aunque el hombre pedía a gritos que manchase mi currículum, no lo hice por dos motivos, porque no me parecía demasiado ético soltarle un gancho a un pobre abuelo que casi duplica mi edad y porque me consta que tiene una escopeta de caza y, conociendo al personal, no quería ser protagonista del reestreno de Puerto Hurraco. 
El doctor me había recetado tranquilidad y eso también me llevó a vivir este incidente de la España profunda como una experiencia enriquecedora para conocer más a fondo los límites de la estupidez humana en defensa de la propiedad privada. Todos los que tenéis pueblo, ya sea de origen o de adopción, sabéis de qué hablo, de ese mezquino, mediocre y miserable sentido de la propiedad tan altamente desarrollado que hay en ciertos ámbitos rurales y que lleva a enemistades, odios, conflictos y mucho más por lindes, servidumbres de paso o derechos vecinales. En nuestro pueblo, el primer día que fuimos como visitantes, nos agachamos a coger una nuez en un camino y una voz nos avisó: "Las nueces tienen dueño, aquí todo tiene dueño". También hay un paisano que no le deja al vecino poner un andamio para enfoscar y pintar su pared porque las patas del andamio posarían sobre su terreno. Hay otro que impide instalar un canalón en el tejado de una casa porque sobrevuela sobre su terreno. Otro que ha cortado un árbol del vecino porque sus ramas sobresalen sobre su finca.
La propiedad privada es el valor más sagrado y defendido entre los autóctonos, que ven amenazado su territorio por sus paisanos de toda la vida, pero también por los "forasteros" advenedizos que han llegado a revitalizar su pueblo. Ese fue el motivo de nuestra trifulca. El pequeño Lucio, ayudado por amigos y por sus padres, había construido una cabaña con palos, cañas y tablas en un terreno abierto, que al parecer era propiedad de este cariñoso ser, quien tras abroncar al niño de nueve años, destruyó con saña toda la choza, tirando los palos, cuerdas y herramientas al barranco. Tras su justiciera hazaña se plantó chulesco con la vara a esperar que el niño fuese llorando a buscar al padre y que el padre viniera a pedir explicaciones. El padre llegó y trató de hablarle de valores, de la infancia, de la ilusión de los niños, de tolerancia... demasiada diplomacia para semejante cafre. Como decía mi madre "que los desasne su padre".
PD. La de la foto es la reconstrucción posterior en otro terreno. A ver cuánto dura...

martes, 15 de marzo de 2016

LA HABITACIÓN DE MORIR

Conozco a dos personas que serían absolutamente felices en la U.C.I de un hospital: uno es mi hijo Martín, quien entraría en éxtasis ante tanto cachibache tecnológico y tanto aparataje digital, ruidoso y caro, muy caro. Sería feliz desmontando uno a uno todos esos millones de euros. El otro sería Thomas Bernhard porque reviviría en ella su "habitación de morir" de ese húmedo y lúgubre hospital austriaco para tuberculosos. La cosa ha mejorado en estas décadas y las camas ya no están amontonadas en el cuarto de baño esperando a que sus ocupantes dejen hueco para el siguiente, pero la primera impresión nada más entrar en la sala es la de dolor flotante.
Me acaban de meter dos muelles en las arterias del corazón. Ellos lo llaman angioplastia pero a mí eso me suena a producto de droguería anunciado por Concha Velasco. Prefiero lo de "muelle". El caso es que acabo de pasar por uno de los momentos más jodidos de mi vida (sin contar, por supuesto, con la muerte de mis padres) y ahora estoy aquí en la cama 3, con vistas al patio, de la U.C.I. de una Clínica cercana a casa, con un agujero sangrante en mi muñeca izquierda, dos agujas enchufadas en el otro brazo, mogollón de electrodos sobre el pecho depilado (este detalle es gratuito), un tensiómetro que me oprime el bíceps cada media hora, unos tubos que me suministran oxígeno como si lo necesitara y un dedal que marca mis pulsaciones en un monitor. Cada vez que bajo de 45 pulsaciones la máquina pita y Jessica, la enfermera, viene corriendo a comprobar si estoy vivo: "Tiene usted corazón de deportista" -me dice-. "Sí, como Induráin"-le digo-, pero se marcha extrañada porque no sabe de quién hablo.
En la habitación de morir estoy rodeado de enfermos críticos, postoperatorios, jodidos y sobre todo mucho mayores que yo y aquí, hoy, yo soy la persona más feliz del mundo. Quizás porque he empezado mi segunda vida cuando no terminaba de tenerlo claro. Porque hace tan solo dos horas, al entrar al quirófano, he firmado, sin leer (tal como me ha recomendado la enfermera), unos papeles que he supuesto que eran una autorización para incinerar mi cuerpo, algo con lo que no estoy conforme porque me hace más juntarme con mis padres y con Pablo Iglesias, el auténtico, en el Cementerio Civil. Y por eso soy feliz en la U.C.I. porque de alguna forma soy consciente de que este susto lo que ha hecho ha sido dar el pistoletazo de salida a la segunda vida o, como me dijo el doctor al terminar su trabajo: "para volver a nacer".
Siempre me he considerado una persona afortunada, no lo puedo negar, y siempre he temido que esa suerte cambiara, como ha sido con ese mareo que llevó a ese tac que llevó a ese catéter que urgió a implantar esos muellecitos. No esperaba que ese golpe llegara tan pronto, a los 52 y siendo el más joven de la habitación de morir y por eso, después de todas estas tensas semanas comiéndome el coco, sufriendo por los míos, ordenando papeles y poniéndome en lo peor, ahora siento un gran alivio al comprobar que hay vida después del quirófano.
Pensaréis que soy un paranóico hipocondriaco (que sí) o que esta es la típica milonga de buenos propósitos que todos nos hacemos cuando perdemos a alguien cercano o vemos los ojos de la muerte, pero la verdad es que la U.C.I. con sus constantes pitidos nocturnos es un buen lugar para meditar, la habitación de pensar. La de la segunda oportunidad, la del carpe diem, la de no repetir errores, la de repescar valores, la de la segunda vida (que es más corta que la primera)... La noche es larga y con la llegada de la luz la habitación de morir, que se había convertido en la habitación de pensar, entraba en una frenética actividad por despertar a la anestesiada, tranquilizar a la abuela, repartir medicamentos... en un ejemplo impresionante de funcionamiento coordinado, solidario y eficiente, digno de ser calcado por cualquier empresa, institución o incluso país. Los médicos chocan las cinco con las enfermeras cuando despiertan a una mujer de su postoperatorio; la abuelita llama "zorras" y "perras" a dos ATS que sonríen con paciencia; la enfermera más joven se agacha a cambiar una sonda plantándole el tanga rojo en la cara a un infartado que está a punto de sincopar... Y yo asisto a todo sorprendido y feliz en la habitación de vivir, de volver a vivir.

domingo, 31 de enero de 2016

NUESTRO GENOCIDIO

Me avergüenzo de pertenecer a la raza humana. El uso de la razón, la capacidad de socializar y el sentido común son los que nos diferencian de los animales y los que nos permiten tachar de "animal" a quién no cumple las pautas del raciocinio. Por eso, mirando alrededor se puede afirmar drásticamente que es muy mal momento para presumir de ser ser humano, de pertenecer a esta inhumana humanidad. Uno pensaba que en el siglo XXI, entre nanorobótica, redes sociales y geolocalizadores, los estados, los gobernantes y la sociedad no permitirían que ocurriesen ciertas cosas, pero tristemente los valores no han mejorado con la revolución tecnológica y se mantienen en los mismos niveles que sirvieron para alimentar tantos vergonzosos episodios que engrosan el dramático y sangriento currículum de la clase humana.
El escepticismo se basa en datos, allá van. Varios millones de sirios han huido de su país dejando atrás su vivienda derruida y sus familiares enterrados, escapan como pueden de los bombardeos de no sé sabe bien quién y que no se sabe bien quién no consigue parar. No os cuento nada nuevo. Un millón de ellos ha conseguido llegar a Europa cruzando el mar en patera y caminando en penosas y humillantes condiciones hacia no se sabe dónde. Venían buscando cobijo en el civilizado viejo continente, que mostró su lado solidario cuando se le humedecieron los ojos ante la imagen de un pobrecito niño muerto en la playa. Pero, como ocurre con todos los asuntos de actualidad en nuestros días, la ternura social apenas duró un par de semanas.
Los miles de refugiados que cada país se había comprometido a recibir quedaron difuminados entre alambradas y estaciones (de los 17.600 que debían llegar a España, apenas ha llegado un puñado) y los estados del norte de Europa que están recibiendo una mayor cantidad, están empezando una lamentable e insolidaria exhibición de todos los ismos: racismo, clasismo, egoísmo y hasta fascismo. Muchos de ellos han ido poniendo barreras y escuadrones de policía para evitar su paso; casi todos están de acuerdo en suprimir los acuerdos de Schengen para evitar la libre circulación de personas por Europa; en Dinamarca han decidido quitarles sus pertenencias para cubrir los gastos que generan; en Suecia van a fletar aviones para devolverlos a su país de origen; en Alemania, los neonazis hacen redadas persiguiendo inmigrantes; en Francia, la mayoría de los votantes apoya a los partidos xenófobos; en Grecia alguien sugiere recogerlos en la costa y directamente meterlos en un ferry que los devuelva a Turquía; los bomberos voluntarios que se juegan la vida para salvar a los náufragos son detenidos y juzgados por tráfico de personas... Uno ya se ha acostumbrado a este recital de disparates hasta el punto que no me sorprendería que cualquier día alguien proponga poner francotiradores en la costa para reventar los botes y evitar sufrimiento a los náufragos o incluso lanzar una bomba atómica sobre Siria y así liquidamos de una vez a Al Asad, al ISIS y a todos estos turistas sin visa ni Visa, que nos invaden. Quizás sería mejor.
Y cada día, los telediarios nos salpican nuevas imágenes de niños espanzurrados contra las rocas, madres llorando desesperadas o abuelos con la vista perdida preguntándose cuántos más sufrimientos les depara el destino. Las acusaciones a las mafias que trafican y se aprovechan de esas personas no sirven de excusa, ni las vociferantes narraciones de hechos delictivos cometidos por algún desesperado refugiado, ni el temor al efecto llamada, ni siquiera la siempre presente amenaza de los insensatos asesinos del Daesh. Lo que está ocurriendo en el Mar Mediterráneo es un auténtico genocidio y Europa tiene sus manos manchadas por pasividad y los dirigentes de la Comunidad Europea son cómplices a conciencia de esta situación. Suena fuerte, pero así es, un genocidio, y los responsables pueden serlo por acción o por omisión. Por el uso de machetes, cámaras de gas o ametralladoras, pero también por no evitarlo, teniendo los medios para hacerlo.
Los libros de historia hablan de los genocidios de la Edad Media, las películas nos cuenta el genocidio Nazi, los documentales recuerdan el genocidio de Ruanda y los que peinamos canas hablamos sonrojados del genocidio de los Balcanes... Algún día, los libros de texto y los nietos de nuestros hijos recordarán avergonzados el genocidio de los refugiados... el nuestro.