Los domingos por la tarde, aunque sea en agosto, uno tiene por costumbre llevar las botellas al contenedor de vidrio, el papel al del cartón y la ropa vieja al de ropa vieja (que no tiene nada que ver con el cocido). Parece muy obvia la distinción, pero es que entre mis vecinos sigue habiendo muchos que confunden cristal, con papel, con plástico, con látex o con mondas de melón.
Después de tan entretenido plan, al que no consigo sumar ni un solo ayudante, acudo al cajero para rellenar la cartera para la semana. En este caso el cajero es de BBVA, que no es mi banco ni lo será nunca. Me saluda muy táctil él, le introduzco mi plástico hasta el fondo, me ofrece opciones, le pido pasta y le susurro mis números secretos, me intenta vender un producto financiero, le mando al garete... Espero con mi mano extendida para coger los billetes, pero no salen: "Su operación se está procesando" y espero y sigue procesando y espero y pasan diez minutos y desespero y llamo al "nuevecerodos" y sin pedir perdón me dan instrucciones. Espero veinte minutos a que el informático de guardia del domingo de agosto por la noche (todo un lince) reinicie el cajero. Sudo. Cajero reiniciado, tarjeta no sale, se la ha apropiado; pasta, por supuesto, tampoco.
Llamo de nuevo a "nuevecerodos", le atiende Cristina, ni perdón ni leches: "tiene usted que llamar a su banco para que le anulen la tarjeta y nosotros mañana por la mañana la destruiremos"... Así de facilito: tu ordenador se cuelga, me birla la tarjeta, me la haces añicos y yo me encargo de anular la vieja, pedir y pagar una nueva y cambiar todas las domiciliaciones que pagaba con ella.
Cómo mola, estas deben ser las famosas leyes del mercado, ellos tienen tu dinero y tu eres tonto. Así que llamo a mi banco, anulo mi tarjeta y el operario me pregunta amablemente por la causa de la anulación: "¿Robo o extravío?"... Y yo dejo la respuesta en el aire: "Yo no he extraviado nada..."
Me despido del cajero con una "barcenesca" peineta mirando a cámara y sudoroso salgo a la calle. Una señora paseando al perro se me acerca a preguntar si funciona la puta máquina expendedora de billetes, le digo que NO, mientras su perro salchicha me lame la pantorrilla. Y todavía no entendéis por qué odio a los perros...
Eso es porque el cajero, tambien tiene por costumbre reciclar los domingo por la noche, algún plástico que otro.
ResponderEliminarP.D. Que requetebonico que es el perro salchicha de la foto.