Nunca nadie me había hecho una acusación tan original y poco ofensiva como la que recibí el pasado fin de semana de un paisano del pueblo: "Tú siempre tan diplomático, no hay quien discuta contigo..." Claro, que no lo decía en un tono muy conciliador, porque previamente me había amenazado con denunciarme a la Guardia Civil y había agitado al aire una vara a modo de bastón, para reforzar sus argumentos de discusión. Yo intentaba bajarle los ánimos porque viendo con que rabia apretaba sus puños y sus dientes, veía que el corazón se le iba a saltar de un momento a otro y aunque últimamente voy preparado con una pastillita de infartos, no estaba muy dispuesto a compartirla.
Nunca me he dado de tortas con nadie y, aunque el hombre pedía a gritos que manchase mi currículum, no lo hice por dos motivos, porque no me parecía demasiado ético soltarle un gancho a un pobre abuelo que casi duplica mi edad y porque me consta que tiene una escopeta de caza y, conociendo al personal, no quería ser protagonista del reestreno de Puerto Hurraco.
El doctor me había recetado tranquilidad y eso también me llevó a vivir este incidente de la España profunda como una experiencia enriquecedora para conocer más a fondo los límites de la estupidez humana en defensa de la propiedad privada. Todos los que tenéis pueblo, ya sea de origen o de adopción, sabéis de qué hablo, de ese mezquino, mediocre y miserable sentido de la propiedad tan altamente desarrollado que hay en ciertos ámbitos rurales y que lleva a enemistades, odios, conflictos y mucho más por lindes, servidumbres de paso o derechos vecinales. En nuestro pueblo, el primer día que fuimos como visitantes, nos agachamos a coger una nuez en un camino y una voz nos avisó: "Las nueces tienen dueño, aquí todo tiene dueño". También hay un paisano que no le deja al vecino poner un andamio para enfoscar y pintar su pared porque las patas del andamio posarían sobre su terreno. Hay otro que impide instalar un canalón en el tejado de una casa porque sobrevuela sobre su terreno. Otro que ha cortado un árbol del vecino porque sus ramas sobresalen sobre su finca.
La propiedad privada es el valor más sagrado y defendido entre los autóctonos, que ven amenazado su territorio por sus paisanos de toda la vida, pero también por los "forasteros" advenedizos que han llegado a revitalizar su pueblo. Ese fue el motivo de nuestra trifulca. El pequeño Lucio, ayudado por amigos y por sus padres, había construido una cabaña con palos, cañas y tablas en un terreno abierto, que al parecer era propiedad de este cariñoso ser, quien tras abroncar al niño de nueve años, destruyó con saña toda la choza, tirando los palos, cuerdas y herramientas al barranco. Tras su justiciera hazaña se plantó chulesco con la vara a esperar que el niño fuese llorando a buscar al padre y que el padre viniera a pedir explicaciones. El padre llegó y trató de hablarle de valores, de la infancia, de la ilusión de los niños, de tolerancia... demasiada diplomacia para semejante cafre. Como decía mi madre "que los desasne su padre".
PD. La de la foto es la reconstrucción posterior en otro terreno. A ver cuánto dura...
Nunca me he dado de tortas con nadie y, aunque el hombre pedía a gritos que manchase mi currículum, no lo hice por dos motivos, porque no me parecía demasiado ético soltarle un gancho a un pobre abuelo que casi duplica mi edad y porque me consta que tiene una escopeta de caza y, conociendo al personal, no quería ser protagonista del reestreno de Puerto Hurraco.
El doctor me había recetado tranquilidad y eso también me llevó a vivir este incidente de la España profunda como una experiencia enriquecedora para conocer más a fondo los límites de la estupidez humana en defensa de la propiedad privada. Todos los que tenéis pueblo, ya sea de origen o de adopción, sabéis de qué hablo, de ese mezquino, mediocre y miserable sentido de la propiedad tan altamente desarrollado que hay en ciertos ámbitos rurales y que lleva a enemistades, odios, conflictos y mucho más por lindes, servidumbres de paso o derechos vecinales. En nuestro pueblo, el primer día que fuimos como visitantes, nos agachamos a coger una nuez en un camino y una voz nos avisó: "Las nueces tienen dueño, aquí todo tiene dueño". También hay un paisano que no le deja al vecino poner un andamio para enfoscar y pintar su pared porque las patas del andamio posarían sobre su terreno. Hay otro que impide instalar un canalón en el tejado de una casa porque sobrevuela sobre su terreno. Otro que ha cortado un árbol del vecino porque sus ramas sobresalen sobre su finca.
La propiedad privada es el valor más sagrado y defendido entre los autóctonos, que ven amenazado su territorio por sus paisanos de toda la vida, pero también por los "forasteros" advenedizos que han llegado a revitalizar su pueblo. Ese fue el motivo de nuestra trifulca. El pequeño Lucio, ayudado por amigos y por sus padres, había construido una cabaña con palos, cañas y tablas en un terreno abierto, que al parecer era propiedad de este cariñoso ser, quien tras abroncar al niño de nueve años, destruyó con saña toda la choza, tirando los palos, cuerdas y herramientas al barranco. Tras su justiciera hazaña se plantó chulesco con la vara a esperar que el niño fuese llorando a buscar al padre y que el padre viniera a pedir explicaciones. El padre llegó y trató de hablarle de valores, de la infancia, de la ilusión de los niños, de tolerancia... demasiada diplomacia para semejante cafre. Como decía mi madre "que los desasne su padre".
PD. La de la foto es la reconstrucción posterior en otro terreno. A ver cuánto dura...
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