Cuando le dije a mi padre que no iba a continuar con mis estudios, me recriminó con un gran disgusto: "Lo que me faltaba, lo siguiente será que te vayas a trabajar a un banco, te compres un coche y te cases". No sé por qué extraña ecuación unió en sus conclusiones estos tres elementos, pero desde entonces temí que sus peores augurios se cumplieran y cuando me compré mi primer coche, el Suzuki Swift Sedan, lo escondía, no por feo (que también) sino por ser uno de los tres pecados de vulgaridad a los que estaba condenado. Lo del banco no llegó a ocurrir y eso salvó mi buena reputación y la relación con él, tanto, como para atreverme a llevar a casa a la "miope" estudiante de bellas artes que se había fijado en mí e incluso a plantear la posibilidad de casarnos.
Por aquel entonces a mi padre se le había pasado ya el enfado porque había comprobado que, aunque no iba a ser premio Nobel de nada, su tercer hijo parecía tener un futuro más o menos digno y lejos de la temida banca. Pero sobre todo estaba emocionado con esa artistilla que le pedía consejo como buena discípula y con la que podía hablar de pintura, música o literatura. Quizás por eso fue el primero que se entusiasmó ante la primera boda de la familia. Tanto, que ofreció su estudio para el banquete.
El regalo estaba envenenado porque os podéis imaginar cómo estaba el maldito estudio. Durante un par de semanas estuve con mis socios Fernando y Jesús sacando toneladas de madera, kilos de pintura, limaduras de metal y mierda de todos los colores. Al final, con callos en las manos, astillas en la piel y los pulmones emponzoñados de pigmentos con aguafuerte, conseguimos dejar aquello como los chorros del oro y visto para que el mismísimo Chicote pasara revista.
No hizo falta. Cuando ya estábamos buscando catering, colocando invitados y eligiendo música, mi padre tuvo la genial idea de consultar al arquitecto sobre la capacidad de la estructura de la casa para soportar el peso de tanta gente en una fiesta. Como era de esperar, el arquitecto se cubrió las espaldas de una forma muy sincera: "Lucio, yo creo que aguanta sin ningún problema, pero si me preguntas, te tengo que decir que no".
A partir de entonces la decisión quedaba en nuestro tejado y fue mi madre la que la saldó con una sentencia que nunca olvidaré: "Ya estoy leyendo el titular del periódico <<Mueren Antonio López y otras 199 personas al hundirse una casa>>". La boda cambió de escenario, nos bajamos al jardín, con la lógica sensación de tomadura de pelo de mis socios, la liberación del arquitecto y la conciencia tranquila de no habernos cargado a Antonio López y compañía.
El bodorrio en cuestión tuvo lugar hace 25 años exactamente. Desde entonces han cambiado algunas cosas: lo peor, que mis padres ya no están; lo mejor, que seguimos unidos y felices, con una familia maravillosa y viviendo en la misma casa, con ese impresionante estudio que iluminó la obra de Lucio Muñoz y ahora lo hace con la de Montse; ese mismo estudio en el que siguen sonando Bach y Purcell, que todavía respira cultura por los cuatro costados, huele a acrílicos y a madera y es punto de encuentro de la "movida" artística del momento, como lo fue cuando ellos vivían.
Y lo mejor de todo, sin noticias de la banca y Antonio sigue vivito, coleando y tan genial como siempre.
PD. Hay que reconocer que el titular es digno del estilo periodístico actual, buscando clics...
Por aquel entonces a mi padre se le había pasado ya el enfado porque había comprobado que, aunque no iba a ser premio Nobel de nada, su tercer hijo parecía tener un futuro más o menos digno y lejos de la temida banca. Pero sobre todo estaba emocionado con esa artistilla que le pedía consejo como buena discípula y con la que podía hablar de pintura, música o literatura. Quizás por eso fue el primero que se entusiasmó ante la primera boda de la familia. Tanto, que ofreció su estudio para el banquete.
El regalo estaba envenenado porque os podéis imaginar cómo estaba el maldito estudio. Durante un par de semanas estuve con mis socios Fernando y Jesús sacando toneladas de madera, kilos de pintura, limaduras de metal y mierda de todos los colores. Al final, con callos en las manos, astillas en la piel y los pulmones emponzoñados de pigmentos con aguafuerte, conseguimos dejar aquello como los chorros del oro y visto para que el mismísimo Chicote pasara revista.
No hizo falta. Cuando ya estábamos buscando catering, colocando invitados y eligiendo música, mi padre tuvo la genial idea de consultar al arquitecto sobre la capacidad de la estructura de la casa para soportar el peso de tanta gente en una fiesta. Como era de esperar, el arquitecto se cubrió las espaldas de una forma muy sincera: "Lucio, yo creo que aguanta sin ningún problema, pero si me preguntas, te tengo que decir que no".
A partir de entonces la decisión quedaba en nuestro tejado y fue mi madre la que la saldó con una sentencia que nunca olvidaré: "Ya estoy leyendo el titular del periódico <<Mueren Antonio López y otras 199 personas al hundirse una casa>>". La boda cambió de escenario, nos bajamos al jardín, con la lógica sensación de tomadura de pelo de mis socios, la liberación del arquitecto y la conciencia tranquila de no habernos cargado a Antonio López y compañía.
El bodorrio en cuestión tuvo lugar hace 25 años exactamente. Desde entonces han cambiado algunas cosas: lo peor, que mis padres ya no están; lo mejor, que seguimos unidos y felices, con una familia maravillosa y viviendo en la misma casa, con ese impresionante estudio que iluminó la obra de Lucio Muñoz y ahora lo hace con la de Montse; ese mismo estudio en el que siguen sonando Bach y Purcell, que todavía respira cultura por los cuatro costados, huele a acrílicos y a madera y es punto de encuentro de la "movida" artística del momento, como lo fue cuando ellos vivían.
Y lo mejor de todo, sin noticias de la banca y Antonio sigue vivito, coleando y tan genial como siempre.
PD. Hay que reconocer que el titular es digno del estilo periodístico actual, buscando clics...