domingo, 14 de octubre de 2018

LAS PAVAS

Si mi cardiólogo leyera esta entrada, posiblemente me soltaría un sopapo. Razón no le faltaría, pero es que cuando estoy con amigos, disfrutando de una buena mesa y un buen vinito, siempre tengo necesidad imperiosa de terminar con un buen puro. Sí, un habano que voy saboreando alternando con sorbitos de vino y de café. No existe mejor placer. Y, no contento con eso, cuando mis amigos van retirándose, busco en la mesa las pavas que se han dejado a medio consumir, las enciendo y tranquilamente, sentado al sol, me doy mi último homenaje para terminar la sobremesa íntimamente conmigo mismo.
Lo de las pavas lo aprendí de adolescente con mis amigos del insti rebuscando los cigarrillos que los fumadores poco empedernidos habían dejado a medias en los alcorques del parque o en los ceniceros de las fiestas. Reconozco que es una guarrería y una miserable cutrez, pero tiene algo de compromiso ecológico y de instinto ahorrador que me excita. Cuando lo ves en la calle, protagonizado por indigentes sin recursos, sientes pena y hasta repugnancia, pero cuando estás en casa y no lo haces por necesidad, tiene un toque "drogata" muy atractivo.
Quizás sea el efecto de la pava lo que te baja a un mundo real y te permite hacer un "break" en la tontería que te envuelve día a día. Exprimiendo la pava ya no eres tan señorito, ni tan pijo y de alguna forma se te pincha un poco esa privilegiada burbuja en la que algunos vivimos.
Observando el azulado humo de la pava diluirse en el aire, con sus fantasmagóricas formas y siluetas, me he quedado adormilado reflexionando sobre estos últimos días en los que he estado subido en el carrusel del éxito, disfrutando de lo mucho conseguido por otros. En la deliciosa experiencia de festejar un Campeonato del Mundo (el de Jorge Prado), el sueño máximo al que uno puede aspirar después de toda una vida inmerso en el mundo del deporte, y en alguno de los eventos que periódicamente se siguen celebrando para reconocer la labor artística de mis padres, el mejor regalo que puedes tener como hijo. En los dos casos, la vivencia ha sido inolvidable y muy enriquecedora, pero siempre salpicada por esos matices agridulces que rodean los triunfos. Los egos de quien se sube al carro en el último momento y abre los codos como si fuese a despegar para hacerse hueco en la foto o en el listín de agradecimientos. Al principio me sentaba muy mal, pero después tomé una postura mucho más relajante, apartarme y dejarles sitio para que llenen la foto, colmen su ego y consigan tres seguidores más en Instagram.
Y en eso, cuando la pava se consumía y los dedos empezaban a oler a carne quemada, han aparecido por la puerta mis hijos que regresaban de hacer un poco de motocross.
 -¿Qué tal, cómo ha ido?
-Muy bien papá, lo hemos pasado genial y hemos comprobado lo malo que somos. 
En ese momento me ha recorrido el cuerpo una inmensa satisfacción de deber cumplido, de haber sabido transmitir el valor más valioso que existe, la humildad. Y es que, como decía uno que ha llegado muy arriba, hay que ser humildes, muy humildes, los campeones del mundo de la humildad...
PD. No es necesario decir que esta entrada la escribí fumado, pero lo digo.

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