domingo, 27 de noviembre de 2016

APLASTACIÓN

Como siga comiendo y bebiendo así, mi hijo pequeño lo va a pasar mal. Cada semana, cada día y cada comida tengo una buena excusa para no empezar el régimen. Sabes que deberías cuidarte, que unos cuantos kilos de menos te ayudarían a estar más sano y que esa barriguita ya no es merecedora de diminutivo alguno, pero es que tengo una comida de trabajo, pero es que es el cumpleaños de un amigo, pero es que hay para cenar mi comida preferida, pero es que los vecinos del pueblo han decidido hacer cocido o cordero o calçotada o callos con tocino rebozados en su propia grasa... El caso es que la puta balanza del baño está a punto de declararse en rebeldía viendo que nunca conseguiré bajar de los... a vosotros os lo voy a decir...
Y ¿qué pinta Lucito en todo esto?, pues que el canijo sigue siendo mimoso y ha adquirido una peligrosa costumbre: no puede irse a dormir sin antes pasar por su juego favorito, la "aplastación". No tiene mucho secreto el juego, simplemente se mete en la cama y su padre va a darle un beso y se queda un minuto tumbado encima del niño sin apoyar manos ni pies en la cama, todo el peso repercutido sobre el pobre chaval. Os parecerá una animalada y lo es, pero al niño le encanta, se ríe a carcajadas y lo exige cada día. Y el papá se da cuenta de que el peque de la casa cada vez es menos peque y quiere que guarde recuerdos del padre más entrañables que los que tendrá dentro de unos años, cuando la relación mutua esté basada en discrepancias sobre horarios, orden en las habitaciones y uso excesivo de dispositivos electrónicos (¡coño, deja de mirar al móvil mientras te hablo!).  Yo todavía recuerdo las manos calientes de mi padre tapándome la cara para jugar al cucu-tas cuando era poco más que un bebe y desde el sentimentalismo ñoño o como queráis llamarlo, me siento en la necesidad de dejar mi huella en un lugar recóndito de la memoria del chaval. Cuando sea mayor se le humedecerán los ojos pensando ¡Joder, cómo pesaba el gordo de mi padre!
Además, cada día que pasa, el peligro de ahogamiento es menor porque el chaval es cada vez más fuerte y porque el padre tiene que dejar de comer como una hiena ansiosa, aunque solo sea por la salud de su hijo. Eso sí, quienes de verdad corren el riesgo de fallecer cualquier día por "aplastación" son los padres, que tienen la fortuna de dormir bajo un espectacular cuadro de Lucio Muñoz que debe pesar casi cien kilos y que está colgado en la pared por todo un maestro del bricolaje. Eso sí sería un recuerdo curioso: "Mi padre murió en la cama, aplastado por un cuadro de mi abuelo"... ¡Viva la aplastación!

lunes, 21 de noviembre de 2016

CON EL CULO LIMPIO

Creo que este fin de semana ha sido el día mundial del retrete y los saneamientos. Lo sé por el chiste de Forges y porque sintonicé en la radio un entretenidísimo programa hablando de cacas. También ha sido el día mundial del niño lo que demuestra que ambas cosas suelen ir en paralelo. Nueve de cada diez personas consultadas por una amable señorita de las que te llaman a la hora de la siesta o de la cena a venderte fibra óptica mucho más veloz que la tuya o a regalarte un viaje a Benidorm si cambias tu plan de pensiones a su banco o a engañarte con una triquiñuela de compañía eléctrica o a enternecerte para que dones algún euro más a tu ong de referencia... Pues sí, nueve de cada diez personas consultadas por tan amable teleoperadora han contestado que lo que más echan de menos cuando viajan es su retrete. Es cierto, dormir puedes dormir donde sea, a comer raro siempre te acostumbras, vivir sin vino o sin Coca Cola es duro, pero echar un truño en terreno desconocido es una actividad de máximo riesgo.
Me da que el hecho de crear un día mundial tan guarrete no es para agasajar al señor Roca sino para concienciar al mundo de la importancia de una higiene adecuada y recordar las lamentables condiciones en que viven millones de personas que no tienen acceso a unos sanitarios y equipamientos de higiene personal dignos. Esto es algo de lo que no te das cuenta hasta que te lo quitan; los que presumimos de vivienda chula en función del número de tronos, no imaginamos que serías capaz de matar por una buena y limpia "taza" en según que sitios. O incluso que tu cuerpo es capaz de retener sus deshechos en el intestino durante bastantes días si el agujero al que tiene que enfrentarse no reune las condiciones mínimas; es lo que se llama extreñimiento emocional, algo bastante habitual en viajes por otras latitudes.
La verdad es que no pensaba hablaros de este tema porque durante todos estos años y a lo largo de tantas entradas del blog ya he esparcido suficiente mierda y me he regodeado en exceso en asuntos escatológicos, pero es que volviendo a casa me he cruzado con un espectacular camión de culolimpio.com rotulado con la imagen que tenéis en la cabecera e, impactado por tan llamativo márketing, he entrado en su web para conocer a esta gente tan cachonda y me he apuntado a su promoción "¿doblas o engurruñas?". He sentido un deseo irrefrenable de contároslo aunque realmente hoy os iba a hablar de los referéndums del Brexit y de Colombia, de las elecciones en España y en Estados Unidos y de como la hemos cagado.

sábado, 19 de noviembre de 2016

PERDER LA CABEZA

Muchas veces pensamos que deberíamos perder la cabeza más a menudo. Me refiero a perder la cordura, salir de la rutina, romper los esquemas y dar rienda suelta a la imaginación. Pero el "seny" y el miedo no nos dejan. Luego, pasados los años la perdemos sin remisión con la más temida de las enfermedades mentales después de la calvicie. No, dejaos de coñas, todos tenemos pánico al momento en que dejemos de almacenar recuerdos, de reconocer a los nuestros o de saber si es de día o de noche. Es la única enfermedad en la que dicen que sufren más los familiares que el propio enfermo, pero acojona, no me acuerdo cómo se llama la enfermedad, pero acojona.
Pero puestos a hablar de congoja, la noticia que el otro día me comentaron mis hijos, según la cual en unos meses se va a practicar el primer trasplante de cabeza en un humano. Me contaron que se trataba de un adinerado tetrapléjico que quiere darse una última oportunidad para vivir en otro cuerpo. Me lo contaron cenando y me negué a conocer detalles morbosos de la operación o a buscar la noticia en la internés, pero después la almohada se puso rebelde y la noche fue un tanto agitada con reflexiones morales, cuestiones quirúrgicas y dudas anatómicas que me agobiaban insoportablemente. Imaginaba a los doctores cortando la cabeza de un cadáver en una camilla y en la de al lado otros cirujanos arrancándole el cuerpo a este pobre hombre rico y la angustia me devoraba. Perdón si estás cenando tú también, pero me reconcomía pensando el orden de la intervención, que iría primero o después de los distintos artículos de casquería que nuestro cuerpo tiene. Mi mente acudió a su personal hemeroteca para recordar el pavo de Navidad corriendo descabezado por el pasillo de casa de nuestros abuelos, o la cola de la lagartija zigzagueando después de cortada... Y una vez concluido todo el despiece y ensamblaje y dando por hecho que la operación fuera un éxito, me terminó de atormentar el momento de reencontrarte con otro cuerpo, sin saber si su anterior dueño murió en la silla eléctrica o de un simple vahído, sin reconocer su olor de sobaco, ni saber dónde ha metido su pene, el que ahora es tu pene... Y por último, la cuestión más tétrica: ¿qué harían con la otra cabeza y el otro cuerpo?, ¿los coserían?, ¿los enterrarían juntos?... Una noche muy desagradable.
Al día siguiente cenamos con el mismo tema pues coincidimos con un amigo escultor que se dedica a hacer las figuras de un conocido museo de cera y nos reconoció que el cuerpo de la figura de Pau Gasol anteriormente perteneció a Fernando Romay, quien a su vez lo había heredado de Fernando Martín; simplemente les habían cambiado la cabeza por una cuestión de reciclaje y economía. En este caso la información me provocó una carcajada y me fui a dormir con el firme deseo de no perder nunca la cabeza y de no estar jamás representado en el museo de cera. Alguna de las dos cosas la conseguiré.