Como siga comiendo y bebiendo así, mi hijo pequeño lo va a pasar mal. Cada semana, cada día y cada comida tengo una buena excusa para no empezar el régimen. Sabes que deberías cuidarte, que unos cuantos kilos de menos te ayudarían a estar más sano y que esa barriguita ya no es merecedora de diminutivo alguno, pero es que tengo una comida de trabajo, pero es que es el cumpleaños de un amigo, pero es que hay para cenar mi comida preferida, pero es que los vecinos del pueblo han decidido hacer cocido o cordero o calçotada o callos con tocino rebozados en su propia grasa... El caso es que la puta balanza del baño está a punto de declararse en rebeldía viendo que nunca conseguiré bajar de los... a vosotros os lo voy a decir...
Y ¿qué pinta Lucito en todo esto?, pues que el canijo sigue siendo mimoso y ha adquirido una peligrosa costumbre: no puede irse a dormir sin antes pasar por su juego favorito, la "aplastación". No tiene mucho secreto el juego, simplemente se mete en la cama y su padre va a darle un beso y se queda un minuto tumbado encima del niño sin apoyar manos ni pies en la cama, todo el peso repercutido sobre el pobre chaval. Os parecerá una animalada y lo es, pero al niño le encanta, se ríe a carcajadas y lo exige cada día. Y el papá se da cuenta de que el peque de la casa cada vez es menos peque y quiere que guarde recuerdos del padre más entrañables que los que tendrá dentro de unos años, cuando la relación mutua esté basada en discrepancias sobre horarios, orden en las habitaciones y uso excesivo de dispositivos electrónicos (¡coño, deja de mirar al móvil mientras te hablo!). Yo todavía recuerdo las manos calientes de mi padre tapándome la cara para jugar al cucu-tas cuando era poco más que un bebe y desde el sentimentalismo ñoño o como queráis llamarlo, me siento en la necesidad de dejar mi huella en un lugar recóndito de la memoria del chaval. Cuando sea mayor se le humedecerán los ojos pensando ¡Joder, cómo pesaba el gordo de mi padre!
Además, cada día que pasa, el peligro de ahogamiento es menor porque el chaval es cada vez más fuerte y porque el padre tiene que dejar de comer como una hiena ansiosa, aunque solo sea por la salud de su hijo. Eso sí, quienes de verdad corren el riesgo de fallecer cualquier día por "aplastación" son los padres, que tienen la fortuna de dormir bajo un espectacular cuadro de Lucio Muñoz que debe pesar casi cien kilos y que está colgado en la pared por todo un maestro del bricolaje. Eso sí sería un recuerdo curioso: "Mi padre murió en la cama, aplastado por un cuadro de mi abuelo"... ¡Viva la aplastación!
Y ¿qué pinta Lucito en todo esto?, pues que el canijo sigue siendo mimoso y ha adquirido una peligrosa costumbre: no puede irse a dormir sin antes pasar por su juego favorito, la "aplastación". No tiene mucho secreto el juego, simplemente se mete en la cama y su padre va a darle un beso y se queda un minuto tumbado encima del niño sin apoyar manos ni pies en la cama, todo el peso repercutido sobre el pobre chaval. Os parecerá una animalada y lo es, pero al niño le encanta, se ríe a carcajadas y lo exige cada día. Y el papá se da cuenta de que el peque de la casa cada vez es menos peque y quiere que guarde recuerdos del padre más entrañables que los que tendrá dentro de unos años, cuando la relación mutua esté basada en discrepancias sobre horarios, orden en las habitaciones y uso excesivo de dispositivos electrónicos (¡coño, deja de mirar al móvil mientras te hablo!). Yo todavía recuerdo las manos calientes de mi padre tapándome la cara para jugar al cucu-tas cuando era poco más que un bebe y desde el sentimentalismo ñoño o como queráis llamarlo, me siento en la necesidad de dejar mi huella en un lugar recóndito de la memoria del chaval. Cuando sea mayor se le humedecerán los ojos pensando ¡Joder, cómo pesaba el gordo de mi padre!
Además, cada día que pasa, el peligro de ahogamiento es menor porque el chaval es cada vez más fuerte y porque el padre tiene que dejar de comer como una hiena ansiosa, aunque solo sea por la salud de su hijo. Eso sí, quienes de verdad corren el riesgo de fallecer cualquier día por "aplastación" son los padres, que tienen la fortuna de dormir bajo un espectacular cuadro de Lucio Muñoz que debe pesar casi cien kilos y que está colgado en la pared por todo un maestro del bricolaje. Eso sí sería un recuerdo curioso: "Mi padre murió en la cama, aplastado por un cuadro de mi abuelo"... ¡Viva la aplastación!