sábado, 19 de noviembre de 2016

PERDER LA CABEZA

Muchas veces pensamos que deberíamos perder la cabeza más a menudo. Me refiero a perder la cordura, salir de la rutina, romper los esquemas y dar rienda suelta a la imaginación. Pero el "seny" y el miedo no nos dejan. Luego, pasados los años la perdemos sin remisión con la más temida de las enfermedades mentales después de la calvicie. No, dejaos de coñas, todos tenemos pánico al momento en que dejemos de almacenar recuerdos, de reconocer a los nuestros o de saber si es de día o de noche. Es la única enfermedad en la que dicen que sufren más los familiares que el propio enfermo, pero acojona, no me acuerdo cómo se llama la enfermedad, pero acojona.
Pero puestos a hablar de congoja, la noticia que el otro día me comentaron mis hijos, según la cual en unos meses se va a practicar el primer trasplante de cabeza en un humano. Me contaron que se trataba de un adinerado tetrapléjico que quiere darse una última oportunidad para vivir en otro cuerpo. Me lo contaron cenando y me negué a conocer detalles morbosos de la operación o a buscar la noticia en la internés, pero después la almohada se puso rebelde y la noche fue un tanto agitada con reflexiones morales, cuestiones quirúrgicas y dudas anatómicas que me agobiaban insoportablemente. Imaginaba a los doctores cortando la cabeza de un cadáver en una camilla y en la de al lado otros cirujanos arrancándole el cuerpo a este pobre hombre rico y la angustia me devoraba. Perdón si estás cenando tú también, pero me reconcomía pensando el orden de la intervención, que iría primero o después de los distintos artículos de casquería que nuestro cuerpo tiene. Mi mente acudió a su personal hemeroteca para recordar el pavo de Navidad corriendo descabezado por el pasillo de casa de nuestros abuelos, o la cola de la lagartija zigzagueando después de cortada... Y una vez concluido todo el despiece y ensamblaje y dando por hecho que la operación fuera un éxito, me terminó de atormentar el momento de reencontrarte con otro cuerpo, sin saber si su anterior dueño murió en la silla eléctrica o de un simple vahído, sin reconocer su olor de sobaco, ni saber dónde ha metido su pene, el que ahora es tu pene... Y por último, la cuestión más tétrica: ¿qué harían con la otra cabeza y el otro cuerpo?, ¿los coserían?, ¿los enterrarían juntos?... Una noche muy desagradable.
Al día siguiente cenamos con el mismo tema pues coincidimos con un amigo escultor que se dedica a hacer las figuras de un conocido museo de cera y nos reconoció que el cuerpo de la figura de Pau Gasol anteriormente perteneció a Fernando Romay, quien a su vez lo había heredado de Fernando Martín; simplemente les habían cambiado la cabeza por una cuestión de reciclaje y economía. En este caso la información me provocó una carcajada y me fui a dormir con el firme deseo de no perder nunca la cabeza y de no estar jamás representado en el museo de cera. Alguna de las dos cosas la conseguiré.



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