viernes, 4 de agosto de 2017

NO TE MUERAS NUNCA, ÁNGEL

En mi primera carrera estaba él, era uno de los protagonistas, por no decir el protagonista. En mi última carrera seguía él, era una institución para todos los que amábamos, amamos y amaremos este deporte. Siempre estaba allí, tanto, que muchos habíamos pensado que nunca se iba a morir, como su madre que tiene 100 años, como su nombre, que perdurará en la historia. Por eso cuando oímos la noticia del accidente dimos por hecho que se recuperaría y vivimos con esperanza y alegría las buenas nuevas que llegaban desde Ibiza. Y por eso el mazazo ha sido tan duro, porque nos ha recordado una vez más que ninguno somos inmortales y que hasta él, Ángel Nieto, tenía un día marcado.
Tenía miedo a morir y por eso era supersticioso, no os voy a explicar ahora lo de los 12 + 1, y por eso era hipocondriaco, recuerdo como un día me pedía consejo, como si yo fuera un médico, preguntándome si realmente era cierto que es mejor dormir sobre el lado derecho para no cargar todo el peso del cuerpo sobre el corazón. No supe contestarle y simplemente solté una carcajada, como hacía casi siempre que hablaba con él, porque tenía el desparpajo del que dice lo que le da la gana en cada momento y casi siempre provocaba situaciones un tanto disparatadas. No voy a presumir de amistad porque ni estuve en su casa ni él en la mía y ese es el barómetro que marca la amistad íntima, pero sí sé que hoy estoy muy tocado porque noto que se me ha ido parte de mi identidad, de mi juventud y de mi pasión.
Recuerdo como lloré cuando en un hotel, volviendo del Gran Premio de Hockenheim en compañía del manager de Alberto Puig, nos enteramos de la muerte de Ayrton Senna y enmudecimos sabiendo lo que aquel drama significaba para los amantes de la Fórmula Uno. Hoy, lejos de Ibiza y apartado ya de los grandes premios de MotoGP, el golpe ha sido mucho mayor, porque leo y releo la noticia y no alcanzo a darle credibilidad porque sé que en el fondo significa morir todos un poco con él.
El deporte del motociclismo en España le debe todo al "pollero", que era como muchos le conocían por sus orígenes (en Italia le llamaban "il cabrone", por algo será). Sus hazañas, victorias y títulos dieron lustre a aquellos tristes años de la España en blanco y negro y quienes nos perfumábamos con Castrol vivimos con entusiasmo sus fechorías ya fuera sobre una Derbi, una Kreidler, una Minarelli o una Garelli. Todavía llevaban el mono de cuero negro con un par de parches cosidos y apenas se podía seguir su andadura en el Nodo o en los primeros directos de la televisión pública y única, lo suficiente para que la historia pueda juzgar ahora al zamorano como uno de esos fenómenos únicos que solo se dan de muchas en muchas décadas. Era otro motociclismo, el de la estrategia, la pillería y la inteligencia, el de estudiar al rival y castigarlo sin miramientos en la última curva y en eso Nieto era el tío más inteligente que había con el casco puesto.
Quizás no fuese el yerno que hubiese querido para casar a mis hijas, por todo lo que representaba de ese país difícil en el que para triunfar como hizo él había que ser un pícaro, un Lazarillo rodeado de malas compañías en muchos momentos, pero sabiendo aprovechar lo mejor de cada situación. Tuve la suerte de tratar bastante con él, cada fin de semana en las carreras, durante un tiempo que trabajé para él llevando temas de prensa, después preparando un guión sobre su vida para una serie televisiva que nunca llegó a buen puerto, con largas entrevistas en la noche madrileña y más tarde contratándole para varios eventos y solo puedo decir que cada encuentro era una experiencia memorable. Simplemente porque su vida era la vida más intensa que se pueda vivir y además era el argumento perfecto de la película que todos hemos querido protagonizar, la del chaval que se hace a sí mismo, que de la nada consigue todo y que llega a la cima del mundo. Por eso estaba boquiabierto cuando me contaba su experiencia en el taller de Vallecas o su viaje a Barcelona en moto (a rebufo de un camión para ir calentito) para plantarse y negociar en la fábrica Derbi, o su fuga del hospital para poder tomar la salida de una prueba del Mundial.
En el Mundial, cuando ya había colgado el casco, algunos le criticaban porque siempre llegaba en el último momento porque aprovechaba hasta el último minuto de estancia en su queridísima Ibiza (¿dónde mejor podía morir?), porque su comentario en televisión no siempre gustaba a todo el mundo y porque en aquella época (los ochenta) todavía existían ciertos celos recíprocos entre los nuevos embajadores de nuestro motociclismo (Sito, Garriga, Aspar, Cardús...) y sus precursores, los legendarios Nieto, Tormo, Palomo, Grau... El tiempo ha terminado poniendo a todo el mundo en su sitio y a Ángel nadie se atreve a toserle sobre sus 12 + 1 títulos o sus 90 grandes premios y todo el mundo guarda el cariño de alguien que siendo lo que es en la historia del deporte español ha conseguido dejar el rastro que todos querríamos dejar: "era un buen tipo".
Mirando a esta primera noche sin él, me llegan muchos recuerdos con los que sonreír para combatir la pena, como cuando le preguntaba a Bahamontes hasta que edad se podía echar un polvo o cuando se escondió detrás de la puerta del responsable de patrocinios de Ducados y nos pilló in fragantis a Julián Miralles y a mí intentándole levantar el patrocinador, o cuando te llevaba a comer a los mejores sitios de su barrio, el madrileño Retiro, o cuando se fumaba un cigarrillo mientras le carburaban la moto en un entrenamiento o cuando nos dimos una vuelta al viejo circuito de Nurburgring con Dani Amatriain, César Agüí y Alberto Puig, narrándonos curva a curva sus vivencias en aquella pista; aquél momento nunca lo olvidaré porque aprendí todo sobre aquella época tan distinta del motociclismo, con circuitos largos, con ventajas medidas en minutos, con pilotos que tenían que saber de mecánica y llevaban herramientas y bujías de recambio en las motos... La última vez que le vi, tan acelerado como siempre,  bromeó una vez más sobre el parecido de nuestras cabelleras canosas y siguió dirigiéndose a mi como cuando le conocí "¡Qué pasa Dieguito!", después con sus pasitos cortos y rápidos se marchó a seguir viviendo esa vida sin freno que tanta envidia me daba. No lo recuerdo, pero seguro que pensé: "Este cabrón no se va a morir nunca..."

PD: Parece que este blog medio abandonado se ha convertido en sección de obituarios y esquelas. Por algo será que cuando se muere alguien uno siente necesidad de expresar sentimientos con la escritura, a mí me pasa, la tristeza te evoca recuerdos y sientes necesidad de pintarlos de alguna forma.


1 comentario:

  1. Brother fuerza...
    Sin duda, hombres como el nunca mueren, primero por su mérito propio, y en segundo porque tiene buenos amigos, que tendrán su historial y su recuerdo vivo para siempre.

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