viernes, 31 de marzo de 2017

EGAM ERA ÉL


*Enrique Gómez-Acebo, galerista y referente de una época dorada del arte español.


No era un acceso fácil. Una puerta de cristal en el lateral del rellano del portal número 29 de la calle Villanueva daba a una escalera que descendía hasta una acogedora sala de arte de las de toda la vida. De toda la vida, sí, porque allí estuvo durante 45 años, desde que en 1969 abrió sus puertas con una exposición colectiva. Allí, en ese sótano de edificio señorial del barrio de Salamanca, se coció buena parte de la historia del arte contemporáneo español de finales del Siglo XX y comienzos de XXI.
Allí, escondido en su despacho, Enrique levantaba la vista al tintineo de la campanilla de la puerta y, a través del reflejo de un cuadro oscuro estratégicamente colgado, observaba quién entraba en la galería. Si era un amigo o un artista, saludaba gritando desde su cubículo; si era un aficionado o curioso, dejaba que su escudero José Ramón atendiera cortésmente y si era un coleccionista, afilaba el diente y daba un salto de la silla.

Conocía como nadie su profesión, la aprendió de Juana Mordó para quien trabajó, tras unos primeros escarceos con el pincel, y con quien entabló una especial amistad y complicidad que le llevó a abrir EGAM, animado por ella.

Al principio sus paredes colgaron obra gráfica de nombres importantes procedentes de Juana Mordó como Manolo Millares, Eusebio Sempere, Lucio Muñoz, Fernando Zóbel, Manuel Mompó, Luis Feito o Carmen Laffón, pero pronto Enrique dio forma a su propio equipo de artistas que con el paso del tiempo y una entrañable fidelidad que dice mucho de esa no siempre fácil relación entre galerista y artista, se convirtieron en el núcleo duro de EGAM. Eran Alfredo Alcaín, Mitsuo Miura, Guillermo Lledó, Juan Antonio Aguirre, Alfonso Albacete, Gerardo Aparicio, Ricardo Cárdenes, Santiago Serrano, José Miguel Rodríguez, Alberto Solsona, Enrique Vara, Miguel A. Campano o Fernando Almela.

Él era EGAM y EGAM era él. Enrique Gómez-Acebo Muriedas era todo lo que esas siglas significaban para el mundo del arte. Tenía la elegancia, finura, exquisitez y exigente buen gusto que quizás había heredado de la Mordó, pero aderezados con un sentido del humor picante y una simpatía que invitaban a bajar asiduamente a aquel sótano de Villanueva, indispensable para estar al día de los últimos chascarrillos culturales de la ciudad.

Sí, EGAM estaba en esa ruta obligada por el madrileño barrio de Salamanca para conocer las últimas tendencias de pintura, escultura o fotografía y Enrique, en su afán por descubrir nuevos valores artísticos, se erigió también en el impulsor de otra interesante generación con artistas como Natividad Bermejo, Eduardo Barco, Sandra Rein, Ignacio Barcia, Montserrat Gómez-Osuna, Pedro Morales, Fran Mohino, Ramón Echevarria, Juan Asensio, Adrián Carra o José Piñar, entre otros.

En su Liérganes, en la ópera del Real, en la calle Velázquez, en su familia y sobre todo en el mundo del arte, Enrique, el “Mariscal”,  deja un hueco tan grande como su estatura, el de alguien que siempre creyó en lo que colgaba de la pared, que dio a luz a varias generaciones de artistas y que supo ganarse el cariño de todos. Él era el señor EGAM, todo un señor.




*Publicado en El Mundo el 31-3-17.

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