miércoles, 15 de noviembre de 2017

LA PLAGA

"Los humanos somos una plaga para la tierra, lo mejor que podría pasar es que desaparecieran todos los seres humanos del planeta"-dijo Lucio después de arrojar los casi diez kilos de mochila al maletero, repanchingarse en el asiento y abrocharse el cinturón-. A mí se me cortó la respiración, me atrapó la ansiedad y me entró una enorme preocupación por ver si mi hijo, con solo once años, había sido captado por alguna peligrosa secta multisuicida o había sido abducido por algún aprendiz de genocida. De inmediato y con tono imperativo exigí una explicación a su derrotismo e indagué en la procedencia de esos deprimentes pensamientos.
Contestó como más jode, con una pregunta: "¿Es qué no piensas así tú? Somos una plaga que nos estamos cargando el mundo, ya podíamos irnos y dejar tranquilos a los animales y las plantas." Después confesó que eran cosas que había comentado con su amigo Mateo, pero que él pensaba de vez en cuando, y entró en detalles: "Nos comemos todos los animales y las plantas, tiramos basura por todas partes, contaminamos el aire y los ríos, nos matamos entre nosotros y somos muy egoístas... El mundo estaría mejor sin humanos".
El mocoso filósofo estaba ahondando en la profunda depresión que algunas informaciones y evidencias de los últimos días estaban empezando a provocar en mi imperturbable sueño. El informe de BioScience firmado por más de 15.000 científicos de todo el mundo, advirtiendo sobre las nefastas consecuencias del cambio climático, de la deforestación, de la sobrepoblación del planeta y de otros muchos insensatos actos, que esta inconsciente humanidad que somos todos está protagonizando, es tan demoledor que debería estar en todas las portadas de los periódicos. Pero no. Es más importante hablar de los hackers rusos y venezolanos para tapar lo de Catalunya que a su vez tapa lo de la corrupción; ni los políticos pierden su tiempo en estos desalentadores asuntos, ni los periodistas encuentran rentabilidad en previsiones a largo plazo, ni los ciudadanos queremos que nos amarguen más la sobremesa.
Pero ahí llega el canijo, con su sabia inocencia, a dar un puñetazo sobre la mesa y recordarnos que el mundo no es nuestro, que el uso que estamos haciendo de él es totalmente cortoplacista y avaricioso y que los políticos que nos representan nunca ven más allá de cuatro años, de encuestas y de elecciones. Qué la economía y el capitalismo o liberalismo feroz han aplastado al humanismo y la sostenibilidad. Por eso Trump boicotea el acuerdo de París para beneficiar a las industrias de su país o Mariano se carga la energía solar para salvaguardar las acciones de las eléctricas o los chinos esquilman África...  No os aburriré con cientos de casos bochornosos.
Nosotros nos moriremos en unos años (de ahí nuestro cegador egoísmo) y en lugar de pensar lo de "el que venga detrás que arree", deberíamos educar a las siguientes generaciones para que reconduzcan este disparate, con una visión global a largo plazo y con políticos de altura, porque ellos van a heredar un planeta moribundo al que hay que añadir un sol moribundo (según los últimos vaticinios de Stephen Hawking).Ya no hay sitio para negacionistas ni primos escépticos, el reloj ha entrado en la cuenta atrás.
Ya sé que alguien me va a tachar de exagerado como en mi catastrofista augurio sobre Cataluña. Es cierto que se han mezclado los mencionados informes con la "pertinaz sequía" que empieza a dar miedito, con la canción de REM que me han puesto en RockFM, "It's the end of the world as we know it", con el trabajo del peque sobre la contaminación en el Ganges y con su rotunda afirmación sobre la plaga humana que me ha llevado a un estribillo de Robe Iniesta (Extremoduro): "He dejado de creer en la puta humanidad, creo que lo mejor será una guerra nuclear..."
Siento incomodaros con esta desasosegante entrada, pero por un poco de alarmante realismo de vez en cuando no se va a acabar el mundo... o sí.

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