La entrada de nuestra casa está al lado de un bonito mirador sobre la bocana del puerto. Desde un agradable banquito de piedra puedes ver las olas romper contra el malecón, los turistas haciéndose fotos junto al Náutico, los niños saltar desde el puente cuando la marea está alta y los barcos que enfilan la embocadura del puerto. El rincón es de los más coquetos del lugar, un romántico e idílico escondite para que los adolescentes se declaren, si es que eso se sigue haciendo, o para que se den su primer beso e incluso humedezcan sus ropas interiores. Para más no da el tema, no os penséis que el banquito es la suite del Four Seasons.
Eso suele pasar a media tarde, cuando el sol empieza a retirarse y prácticamente a diario. Cada día es una pareja distinta, pero el ritual es parecido, llegan gritando y riendo a carcajadas, comparten una bolsa de pipas entre los dos y van confesándose cada vez en una voz más tenue, hasta que sellan sus bocas con un piquito. Cuando son parejas repetidoras, el piquito da derecho también a intercambio de salibas con sus respectivos tropezones de pipas.
Ayer, sin embargo, la escena fue distinta. En lugar de pareja, el banco lo ocupaba un trío, así que ahí estaba yo sin perderme ni un segundo de lo que pudiera pasar. Un chaval con dos chicas. El procedimiento, el habitual, las risas, las pipas y los besos a una jovencita feliz que parecía estrenar noviazgo. ¿Y la otra? Pues la carabina de toda la vida, la mejor amiga que te acompaña siempre, incluso en tus momentos más íntimos, pero ahora con nuevas atribuciones: hacer de palo de selfie. Durante varios minutos los quinceañeros estuvieron morreando en todo tipo de posiciones, mirando al mar, sentados, de pie, con los ojos abiertos, cerrados, guiñados, con lengua, con pelos por medio… y la amiga iba haciendo clic en el móvil, primero fotos normales, después con filtros y estúpidas aplicaciones y finalmente en vídeo. La Coixet estaba feliz, se iba creciendo al ver la pasión con la que los enamorados se besaban y daba contundentes órdenes para mejorar las instantáneas, más cerca, apriétala, más pasión, sin aplastar la nariz… Cuando la peli porno empezaba a ponerse interesante, dieron por concluida la sesión y la bolsa de Churruca y se marcharon con su palo de selfie a otra parte. Yo me quedé con las ganas de saber dónde narices iba a publicarse ese impresionante documento gráfico, supongo que en el Tik Tok de ella, en el Insta de él o en el grupo de WhatsApp del pueblo para dar envidia a todos los colegas. Pero sobre todo me quedé jodido de la penita que me dio la pobrecilla carabina; ojalá encuentre pronto, ella también, un buen palo de selfie.
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