
El sábado, mientras Dieguillo y Luis recorrían el "pulmón de Madrid", desde Garabitas hasta el Lago, entre el Zoo y la bajada de la muerte, yo disfruté como un enano dando un largo paseo por los embarrados senderos cercanos a la tapia. Estuve a punto de irme a caminar por las urbanizaciones cercanas o incluso por algún centro comercial, por aquello de que soy más urbanita que campestre, más antropólogo que biólogo, pero finalmente me armé con el periódico y eché a andar senda abajo.
No es fácil caminar y leer a la vez, pero si te gusta meter los pies en los charcos y tropezarte de vez en cuando con alguna raíz, es entretenido y dicen que sano. Lo de andar, para el corazón; lo de leer, para la mente.
Al principio opto por pistas anchas para no tener que fijarme en el suelo y poder concentrarme en el funeral de Chávez, pienso un chiste de mal gusto con el cadáver y el nombre de su sucesor; paso pagina, a la sucesión de Ratzinger, y se me atraganta la primera subida y la enmarañada información sobre la curia, los curas, el cónclave, los cardenales y la chimenea. Qué bonita la historia del humo, lo que le gustaría a mi hijo ser el encargado de hacer la fogata. Una madre gritando a su hija por meter el pie en el barro me saca del periódico, miro para arriba y encuentro miles de pinos verdes sobre frondosa hierba; si cambiase las bicis por vacas y los runners por pastores, pensaría que estaba en Asturias o incluso en Suiza.
Me vuelvo a meter en el barro, fango, terreno pantanoso, el del papel del diario: la Infanta Cristina, el ayuntamiento de Ponferrada, Rato en Bankia y ¿cómo no? mi gran amigo "Luis el cabrón", que no tiene nada que ver con el que está montando en bici con mi hijo, pero sí con los paisajes suizos. Me retiro de los caminos anchos porque están llenos de bicis que me pasan rozando y decido ir campo a través o por senderos estrechos, la auténtica esencia del mountain bike y que ninguno de los "globerillos" se atreve a coger. Hago una larga y enriquecedora bajada con Goytisolo y con Muñoz Molina, pero al final de un barranco empiezo a sentir que me he perdido y cambio de rumbo, subo una empinada rampa hacia el sur con Soraya, echando el bofe, con los "presuntos" impresentables del Madrid Arena y con el riñón de Javier Solana. Corono la cuesta con ese agobiante sabor a sangre en la garganta y empiezo a quitarme ropa porque el sol pega fuerte, justo en el momento en que aparece el blandorro Adelson y su instructivo proyecto cultural, Eurovegas; según lo leo me sigo quitando ropa y aparece detrás de un arbusto una de las fieras autóctonas de la Casa de Campo, una despampanante rubia en tanga... Pero qué imaginación tenéis, pervertidos...
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