domingo, 28 de septiembre de 2014

EL ESPEJO


Los mayores somos espejo para los niños. Siempre se ha dicho eso. Por eso mi cuñado no fuma delante de sus hijos, por eso mis amigos no beben delante de los niños, por eso mi padre ponía música clásica a todas horas para contagiarnos, por eso cuando te sientas a leer te gusta que los chicos te vean y se reflejen. Sin embargo muchos de esos movimientos son artificiales y ellos lo detectan al instante y seleccionan a conciencia el espejo en el que verse reflejados.

Nunca me subí a un árbol delante de los niños, pero me encantaba; nunca me vieron, ni siquiera presumí de haber participado en alguna carrera de descenso, pero ellos, con ese sexto sentido que les da la edad, saben detectar de entre los reflejos del espejo solamente aquellos que les convienen o, mejor dicho, que les molan.

Esta reflexión la hacía el sábado pasado, mientras fumaba un puro a escondidas, bebiendo un vinito a escondidas, leyendo con la máxima visibilidad y casi en voz alta un libro. Miré a mi alrededor y comprobé que Lucio estaba subido a lo más alto de la rama de un árbol lanzando piedras contra el huerto del vecino con un aparatoso tirachinas que se había construido con cámaras pinchadas de la bicicleta. A su vez, los mayores se vestían de motocross para salir con las motos y las bicis a probar una nueva pista de descenso que se han construido en el pueblo.

Como padre sentí la irrefrenable necesidad de imponer mi autoridad y exigirles que dejaran de jugarse la vida y se sentaran con un libro a leer o que pusieran en el tocadiscos “La Flauta Mágica”, pero ni siquiera hice la intentona. Me di cuenta de que la educación es un proceso a largo plazo y que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Realmente son menos tontos de lo que parece y saben elegir esas cosas que tú les tratas de esconder y rehuyen de las que claramente tratas de imponer.
Les pedí a unos que fueran despacio y al otro que afinara la puntería para no manchar sus piedras con la masa encefálica de su padre y seguí leyendo mi libro donde lo había dejado: “…el hastío y la melancolía son las principales características del ser humano…” ¡Plash!, cerré el libro, bajé al enano del árbol, nos pusimos los cascos y salimos en moto a buscar a los hermanos. El espejo había funcionado, pero en sentido erróneo.

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL SELFIE

Como fotógrafo que fui y pseudofotógrafo que soy, no puedo con lo del selfie, es superior a mis fuerzas.  Siendo un ferviente defensor de las redes sociales como herramienta de comunicación con todos sus peros y sin embargos, no acepto que se nos imponga como el summum de la modernidad esta estúpida manía de autorretratarse haciendo, generalmente, el mentecato.
La fotografía digital ha conseguido subir el nivel medio de los fotógrafos de a pie y la democratización de este arte con la llegada de los móviles con cámaras de supermuchos megapíxeles ha cambiado el ojo y el dedo de los ciudadanos. Recuerdo cuando iba al laboratorio a recoger mis carretes y siempre me asomaba a las fotos de la señora o el caballero que tenía delante en el mostrador; qué penita me daban, todas desenfocadas, movidas, oscuras, desencuadradas y espantosas.
Eso sí, aunque las cámaras siempre han tenido la opción del disparador automático para no dejar a nadie fuera de las fotos de grupo, los que somos fotógrafos o pseudos ya estamos acostumbrados a no salir en nuestros reportajes. He de reconocer que en alguna ocasión he dado la vuelta a la cámara y con el pulgar me he tomado alguna fotillo montando en bici o en moto, pero después siempre me he arrepentido al verlas.
De hecho el autorretrato es algo un poco más antiguo que Steve Jobs y si tiras de memoria te acordarás de Goya, de Leonardo o incluso de algún escultor egipcio que ya tiró de vanidosa coquetería.
Sin embargo, esta epidemia llamada selfie avanza con mucho más peligro que el mismísimo ébola. Hay millones de adictos, muchos de ellos totalmente enganchados y ya son varias las muertes provocadas por accidentes de tráfico o caídas desde acantilados por culpa de los malditos selfies. Y no es que tema que se extinga la raza humana por esta práctica, pero de lo que sí que estoy seguro es de que se está idiotizando a pasos agigantados. Cada vez que sonríes mirando hacia arriba con tu brazo extendido para alejar el móvil, se te mueren neuronas; cada vez que compartes esa imagen de tu sonriente careto en Instagram o cualesquiera de tus comunidades de amigos virtuales, se daña tu intelecto, tu sentido común y sobre todo el del ridículo. Sí, el sentido del ridículo, el más preciado de los sentidos que distingue a los seres humanos de los animales y que poco a poco vamos eliminando de nuestro carácter (véase la foto).
El selfie no es más que un burdo heredero del fotomatón, aunque un poco más ligerito y al igual que el vídeo no consiguió matar a la radio star, tampoco el móvil acabará con el fotomatón. No me extraña, con ese nombre, cualquiera se mete con él. Supongo y espero que sea una moda pasajera contagiosa como la del agua, el hielo o el baile del momento y después aparquemos todos ese egocentrismo narcisista y vanidoso y hagamos fotos de cosas más interesantes y atractivas que nosotros mismos con nuestros logaritmos.
Y es que el selfie es a la fotografía lo que la masturbación al sexo. Así que, dejaos ya de pajas...

lunes, 15 de septiembre de 2014

THOMAS BERNHARD


Busqué en la estantería, esa vieja estantería que es la misma que había pertenecido a mis padres, en el mismo salón que había pertenecido a mis padres y que ahora es mi dormitorio porque mis padres se marcharon, pero la casa mantiene buena parte de el sabor que ellos, mis padres, le habían sabido dotar con un exquisito buen gusto. Y encontré, en mi búsqueda de algo distinto y nuevo que leer, uno de los libros que más había impactado a mi padre y a mis hermanos y a mi mujer y que yo nunca me había atrevido a coger porque de tanto oír hablar de ese libro, había llegado incluso a rechazarlo sin apenas conocer casi nada de él, el libro. Realmente sí lo sabía todo de él porque durante años asistí, con entusiasmo al principio, y pereza al final, a las interminables tertulias de sobremesa en el comedor que había pertenecido a mis padres y que ahora es el cuarto de baño de la casa que ahora no es de mis padres, pero que cuando era el comedor de mis padres acogía día tras día, comida tras comida, los elogios que yo consideraba exagerados sobre ese estilo tan peculiar de Thomas Bernhard, sobre esa prosa tan disparatada en su forma, sin un solo punto y aparte en todo el libro, sin un mínimo respiro para el lector, pero capaz de enganchar y entusiasmar a cualquiera con sus repeticiones reiteradas, reiteradamente repetidas, y su trepidante argumento obsesivamente maniático, único en su género, de un escritor austriaco maniáticamente obsesivo y con una capacidad única para describir situaciones, ambientes y sentimientos. Y en ese comedor que había pertenecido a mis padres y que mi madre pintó en un maravilloso cuadro que ahora mismo tenemos colgado en el salón de casa, junto a la mesa y la lámpara de ese comedor que perteneció a mis padres, pero que ahora es un baño y por tanto ya no tiene ni la mesa ni la lámpara que están en el salón que antes no lo era, cada día se hablaba de lo mismo, de Thomas Bernhard y su autobiografía escrita en varios volúmenes y del primero de ellos, El origen, una obra maestra que plasmaba la sociedad en guerra con un dramatismo y un escepticismo deprimente que llevaba a la carcajada por lo exagerado de las afirmaciones del autor en su perenne estado depresivo. Incluso bromeaban sobre la propensión de Bernhard para hablar del suicidio y de sus irrefrenables deseos de suicidarse y ese tipo de conversaciones a mí me aterraban y por eso lo rechazaba y me aburría cuando hablaban a cada minuto de Thomas Bernhard, en cada comida, en el comedor que pertenecía a mis padres y que mi madre pintó y en el que yo sigo oyendo voces que hablan de Bernhard, aunque ahora es un baño. La muerte se mezclaba con el gazpacho y Salzburgo era tan triste como las lentejas y la amarga adolescencia de Thomas se me hacía un nudo en la garganta, con los garbanzos y el arroz y el pollo, también el pollo. Para unirme a la tertulia intenté un día leer el libro, pero nada más abrirlo lo encontré lleno de cadáveres, de horror y de interminables frases que no dejaban respirar al lector y que le sumían en un aplastante tormento. Pensé que no estaba preparado para leerlo y que nunca lo estaría y decidí no tomar postre para no alargar las sobremesas. Ahora ya debo de estar preparado, no voy a juzgar los motivos porque no viene al caso, y el libro que ha caído en mis manos desde la estantería que es la misma que había pertenecido a mis padres y que es viejo y está manoseado, entiendo que por mis padres, mis hermanos y mi mujer, me ha cautivado con la misma fuerza que lo hizo con ellos, me lo he leído en un día y ahora lo tengo abrazado, sobre el pecho. Y me lo quería perder…

viernes, 12 de septiembre de 2014

CHOQUE DE BURROS


Al Partido Popular, el terrorismo le daba rédito electoral en el resto de España y en muchos casos lo utilizó. Ahora, que por suerte no convivimos con esa lacra, ese mismo rédito lo obtiene del independentismo catalán y como lo saben muy bien en Génova, mantienen esa línea dura, poco condescendiente que se retroalimenta. Me explico, se trata de un círculo vicioso, cuanto más intransigente eres con el de enfrente, este reivindica con mucha más fuerza sus argumentos con lo que se enconan más las posiciones y tu rédito sube.
Es una cuestión básica, casi infantil, igual que cuando le dices mil veces a tu hijo que baje la música, apague el ordenador o que lea un libro: cuanto más lo dices y más amenazas, más se enroca él en no querer hacerlo. Los frentismos siempre son muy malos.
Evidentemente, una actitud dialogante o conciliadora bajaría la tensión, tranquilizaría a las partes, abriría otras posibles vías de acuerdo y hasta saciaría a muchos independentistas indecisos que se han sumado en el último momento al carro como respuesta a la afrenta de lo que ellos llaman Madrid. Pero eso sería para los peperos un gesto de debilidad en la defensa del espíritu nacional y les llevaría a perder algún voto en sus feudos feudales.
En el otro lado pasa lo mismo, el amic Artur Mas es quien es y tiene posibilidad de seguir siéndolo en función de su consistencia en la defensa de la postura independentista, si flaquea pierde votos, si pavonea chulescamente gana respaldo popular. Se ha puesto al mando de un proyecto que no era el suyo y ahora ni sabe ni puede dar marcha atrás.
Así de sencillo, y en medio estamos sumidos en este lío que podría haber sido resuelto hace ya unos meses con un poquito de mano izquierda, con menos luces y taquígrafos y con grandes dosis de respeto mutuo o casi mejor de aprecio mutuo. El pulso no lleva a nada bueno. Los chulos de la disco casi siempre acaban envueltos en reyertas... Y en este caso, a los dos sólo les falta presumir de quién la tiene más larga. Y más dura... la cabeza.
Está claro de que todo este movimiento ha generado en Catalunya un sentimiento nacional incontestable y no creo que sea malo que lo expresen en una consulta que no es vinculante. Otra cosa es marcar cuáles tienen que ser las coordenadas del libro de ruta; cuál debería ser la pregunta o preguntas apropiadas; qué porcentaje de votos es necesario para tomar una decisión de este calado (no creo que el 50 % sea suficiente); qué opciones intermedias podrían ser aceptables; cuáles son las consecuencias reales, sin dramatizar; qué plazos se pueden marcar para no estar todo el día con presiones y amenazas...
El egoísmo partidista provoca ceguera, mira siempre muy a corto plazo, como mucho lo que dura una legislatura. Artur no puede volver atrás en este lío en el que sin quererlo se ha metido y Mariano obtendrá su rédito y después le pasará la patata ardiendo al siguiente. Esperemos que entre medias no nos quememos todos. ¡Bendito diálogo!

jueves, 11 de septiembre de 2014

UN MAL DÍA

Mi hijo mayor que es demasiado crítico con los comentaristas deportivos la ha pagado con uno de ellos gritando "qué estupidez es eso de un mal día", mientras todos ellos achacaban a ese abstracto concepto el fracaso de la Selección de baloncesto. Es cierto, no deja de ser una frase hecha con muy poco soporte científico para explicar que hemos jugado de pena, que ha faltado tensión, que todos habíamos vendido la piel del oso sin haberlo cazado y que el entrenador ha estado un tanto ausente. Pero no seré yo quien haga crítica de un deporte del que nunca he controlado demasiado, ni como practicante ni como espectador. Simplemente me ha hecho gracia el comentario de Diego, que ha heredado la costumbre paterna de alinearse con los perdedores y como seguidor del Espanyol y el Estudiantes, sabe mucho de "malos días".
Claro, que luego he ido a reunirme con Twitter y he repasado la actualidad con esa contradictoria frescura que te ofrece la red y no he conseguido llegar a la conclusión de si realmente se trata de un mal día o todo lo contrario. Impactado por el hecho relevante informado por el Banco de Santander a la CNMV, he empezado a leer obituarios que hablaban de ese pobre hombre rico como si fuera un cruce entre Teresa de Calcuta y Leonardo Da Vinci, momento en el que he esbozado alguna sonrisa ante los desafortunados chistes gores y comentarios, algo salidos de tono y momento, que he encontrado. Que si los gusanos se reparten el botín, que si los cementerios llenos de fortunas, que si... Ni lo uno ni lo otro, quizás. Cuestión de valores. Morales o bursátiles.
Desde el punto de vista del IBEX sí puede considerarse un mal día porque casi se quedan sin tres de sus jefes en el mismo día. También lo es para Fernando Alonso, que se ha quedado sin sponsor y sin jefe de equipo a la vez, pero tengo mis dudas de si el resto de españolitos pueden marcar este 10 de septiembre en su agenda como un mal día.
Quizás sí porque Cañete ha sido nombrado Comisario, quizás no porque aspiraba a más. Quizás sí porque la Botella se nos marcha, quizás no porque igual viene Espe. Quizás...
Y mi conclusión final con mi más respetuosa frivolidad, está con Diego, ni mal día ni leches, uno más, como el anterior en el que murió un hombre aplastado por un árbol, el otro en que la palmó Peret o el de más allá cuando se lesionó Cristiano Ronaldo. Y lo digo hoy, que es 11S, ese sí que sabe lo que es un mal día.

domingo, 7 de septiembre de 2014

ENTENDER O GRITAR


Uno escribe cuando tiene claras las ideas, cuando las teclas saben por sí solas lo que vas a contar y las ideas fluyen a gran velocidad desde el cerebro a la pantalla sin apenas pasar el filtro de la boca que murmura las palabras, ni siquiera de la vista que las repasa para comprobar que los dedos han obedecido. Esa fluidez es la que nos invita a los juntaletras a contar lo que nos pasa por la cabeza sin pudor y diría que con absoluta necesidad de hacerlo. Por eso existe este blog y otros cientos de miles. Alguien lo leerá, suponemos, aunque eso sea sólo una consecuencia, no un objetivo; escribes porque te lo pide el cuerpo o, mejor dicho, el ánimo.
Sin embargo, hay veces en que esa necesidad se bloquea, las palabras no quieren materializarse y se quedan merodeando por la mente sin conseguir un mínimo orden o coherencia. Podría considerarse falta de inspiración, pero no creo que sea este el caso, más bien exceso de fuentes, desaguisado neuronal o hasta desgana y escepticismo ante el mundo y el tiempo que vivimos. El blog se apaga provisionalmente en espera de inspiración o de necesidad de contar algo que por lo menos a alguno de vosotros le pueda parecer interesante. Ese es el sentido de esta página.
En verano todos nos vamos de vacaciones, desconectamos de todo y después, cuando la rutina regresa a nuestras vidas necesitamos un periodo de adaptación. Este año, no sé si será por la elevada edad del que escribe o por el peso de los acontecimientos, pero no me ha resultado nada fácil volver por aquí. No sentía necesidad, no tenía paciencia para escribir, mezclaba temas y prefería gritar, chillar o llorar. Las teclas temían ser aporreadas y el lector no merecía ser maltratado con depresivas reflexiones.
La clarividencia que te lleva a plasmar tus argumentos en un texto ha desaparecido porque, simplemente, no entiendo lo que pasa en el mundo. Podría haber seguido hablando de Palestina, de Hamas, de Israel, pero no entiendo muchas cosas. Debería comentar algo del desquiciado y alarmante avance del Estado Islámico, pero no entiendo casi nada. Querría solidarizarme con los pasajeros que fueron asesinados por sobrevolar Ucrania, pero no entiendo lo que pasa allí. Me inquieta y quisiera comentar la amenaza del Ébola, pero no alcanzo a entender casi nada. Tendría la opción de mirar dentro de casa y hablar de la enorme decepción del honorable Pujol, pero no entiendo cómo se puede ser así. Podría ahondar en la reforma electoral que propone Mariano, pero ya hablé en su día del golpe de estado, que sigo sin entender. Pensé en hablar de los padres encarcelados por tratar de ayudar a su hijo enfermo, pero no lo entendía. No entiendo nada y por eso he estado un tiempo sin escribir. Ya lo sabéis cuando el blog se apaga es porque no entiendo lo que pasa y entonces grito, como ahora mismo… Espero que vosotros sí me entendáis y gritéis conmigo.