Los mayores somos espejo para los niños. Siempre se ha dicho
eso. Por eso mi cuñado no fuma delante de sus hijos, por eso mis amigos no
beben delante de los niños, por eso mi padre ponía música clásica a todas horas
para contagiarnos, por eso cuando te sientas a leer te gusta que los chicos te
vean y se reflejen. Sin embargo muchos de esos movimientos son artificiales y
ellos lo detectan al instante y seleccionan a conciencia el espejo en el que
verse reflejados.
Nunca me subí a un árbol delante de los niños, pero me
encantaba; nunca me vieron, ni siquiera presumí de haber participado en alguna
carrera de descenso, pero ellos, con ese sexto sentido que les da la edad,
saben detectar de entre los reflejos del espejo solamente aquellos que les
convienen o, mejor dicho, que les molan.
Esta reflexión la hacía el sábado pasado, mientras fumaba un
puro a escondidas, bebiendo un vinito a escondidas, leyendo con la máxima
visibilidad y casi en voz alta un libro. Miré a mi alrededor y comprobé que
Lucio estaba subido a lo más alto de la rama de un árbol lanzando piedras
contra el huerto del vecino con un aparatoso tirachinas que se había construido
con cámaras pinchadas de la bicicleta. A su vez, los mayores se vestían de
motocross para salir con las motos y las bicis a probar una nueva pista de
descenso que se han construido en el pueblo.
Como padre sentí la irrefrenable necesidad de imponer mi
autoridad y exigirles que dejaran de jugarse la vida y se sentaran con un libro
a leer o que pusieran en el tocadiscos “La Flauta Mágica”, pero ni siquiera
hice la intentona. Me di cuenta de que la educación es un proceso a largo plazo
y que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Realmente son menos tontos de lo que parece y saben elegir
esas cosas que tú les tratas de esconder y rehuyen de las que claramente tratas
de imponer.
Les pedí a unos que fueran despacio y al otro que afinara la
puntería para no manchar sus piedras con la masa encefálica de su padre y seguí
leyendo mi libro donde lo había dejado: “…el hastío y la melancolía son las
principales características del ser humano…” ¡Plash!, cerré el libro, bajé al
enano del árbol, nos pusimos los cascos y salimos en moto a buscar a los
hermanos. El espejo había funcionado, pero en sentido erróneo.