domingo, 14 de diciembre de 2014

EL EXORCISTA

Soy de los pocos seres que nunca jamás ha visto El Exorcista. Tiene explicación: si la veo me cago en los pantalones y eso es molesto y muy poco estético. A lo más que he llegado es a entrar en la casa del terror del Parque de Atracciones, donde había una recreación de la habitación con la niña poseída; entré agarrado al de delante y la de detrás y cuando la niña se levantó, grité compulsivamente y a punto estuve de soltarle un puñetazo. Evidentemente, me cagué en los pantacas.
Así es, no me gusta el cine de terror porque me da miedo. Prefiero el de humor, que me hace reír. Simplón que soy. Aunque por encima de todo me gusta la realidad, más que la ficción. Sin embargo, leyendo la información fechada recientemente en Burgos, uno no alcanza a distinguir si estamos ante una narración de pánico, cachondeo o durísima realidad.
Resulta que los juzgados están dirimiendo posibles responsabilidades por la práctica de un exorcismo a una joven anoréxica que se había intentado suicidar, a quien sometían a largas sesiones purgatorias, atada y con varios crucifijos en su cabeza, mientras el sacerdote autorizado como exorcista, rezaba oraciones y trataba de expulsar al demonio de su cuerpo. No te rías que va en serio, no me lo invento.
El exorcismo sigue vigente en la iglesia católica del siglo XXI, es reconocido por El Vaticano, que concede los títulos oficiales de exorcista, y justificado por todos los obispados, arzobispados, diócesis, archidiócesis y archidiocisiete. Leo en el periódico declaraciones de un exorcista que dice que los poseídos tienen síntomas muy parecidos a los esquizofrénicos; ¡pobres! De verdad, no es broma, es realidad.
Es verdad, al igual que es cierto que el Obispo de Córdoba está intentando cambiar la historia y hacernos pasar a todos por tontos diciendo que la Mezquita siempre fue, es y será un templo católico y cambia su nombre para llamarla Catedral de Córdoba. Un gesto que sólo puedo entender como beligerante, qué necesidad tendrá, si ya es el único beneficiario de todo el negocio que genera. Le va a costar que todos dejemos de llamar Mezquita de Córdoba a la Mezquita de Córdoba. Me río.
Y lo que es más triste de todo y no tiene ni puta gracia son las reincidentes historias de acosos, pederastia y otras aberraciones a las que parte de ese colectivo nos tiene acostumbrados, con la connivencia de buena parte de sus jerifantes. Tiene trabajo Francisco para poner al día a esta institución anacrónica, ventajista, dominante y medieval. Miedo, mucho miedo es el que siento cuando pienso en la Iglesia como institución y en todos estos disparates. Mucho más miedo que si durmiera cada día con la niña del exorcista.
Pie de foto: Mirad la pancarta que hay en la iglesia de al lado de casa. Yo, por si las moscas, prefiero aliviarme solo.

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