
La siguiente sensación de intranquilidad llegó en los callejones de Osaka porque no existe escenario más lúgubre y underground para ser asesinado por algún ninja de esos malísimos que tanto juego han dado en la cinematografía de este país.
También sentimos que íbamos a morir aplastados cuando nos enfrentamos al primer cruce de pasillos de metro en hora punta y comprobamos que lo visto en tantos documentales sobre Japón, no solo no está exagerado, sino que se queda corto. Nunca se te ocurra nadar contra corriente ni intentar cruzar en plena ola, solo puedes dejarte llevar por la marea y subirte al tren que ellos decidan. Supongo que cada día mueren centenares de niños y viejas aplastados por la multitud, pero las autoridades omiten la información. Además, todos esos autómatas que corren de transbordo en transbordo, luego llegan al vagón y se transforman peligrosamente, se agarran con fuerza la móvil y juegan de forma compulsiva a espantosos juegos de samurais cortando cabezas; todos a la vez, sin importar su edad, género o raza (bueno esa aquí es igual para todos).

Hay dos oficios que también me generan cierta inquietud, los conserjes de los hoteles y los taxistas (aquí se llaman yens) y con ambos hemos tenido algún tenso episodio, pero no lo tengo en cuenta porque esto es habitual en cualquier lugar del mundo. Lo único que nos ha quedado claro es que aquí, cuando dicen no, es no.
Ya veis que hay miedos para dar y tomar cuando se viaja y aquí pensé que podría surgir también el de los terremotos, pero la verdad es que como en San Francisco, nunca hemos sentido ningún temor. Tan solo lo pienso cuando miro los postes de la luz y veo los gigantescos alternadores y aparatos metálicos que hay flotando por encima de nuestras cabezas. Entiendo que la muerte más común en un movimiento de tierras no es por que te devore una falla o te arrastre un tsunami, sino porque te caiga un obsoleto cacharro electrificado de varias toneladas.

Tampoco anda mal de canguelos esta siniestra recepción del Ryokan de las montañas donde estamos pasando la noche, bajo la atenta mirada de un pequeño "jorobado de Notre Dame" que de vez en cuando se asoma recriminándome con la mirada que siga aquí chupándole el wifi.
Estos tipos son raros y contradictorios, ya os lo he dicho, pero no mucho más que sus visitantes y su extraña manía de tumbarse en cualquier superficie o de estar hasta las tantas escribiendo chorradas en el ordenador.
Si queréis que siga con miedos os tendría que hablar del valiente episodio que hemos empezado hoy, alquilando un coche para conducir cientos de kilómetros por carreteras estrechas de montaña, conduciendo por la izquierda, con el volante a la derecha, todos los carteles en el "chino" de aquí y una tía diciéndome todo el tiempo que me equivocado. Y esta vez no es Montse, sino el puto navegador que está programado en Japonés y no sabemos cambiarlo.
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