Ayer estuve de manifestación. Vivo desde hace cincuenta años en una de las zonas más castigadas por la injusticia social, el deprimido Parque Conde de Orgaz. Nunca había visto ninguna protesta en el barrio o mejor dicho la "urba", ni siquiera cuando quitaron las barreras que impedían el acceso a cualquier extraño al vecindario, ni cuando obligaron a pagar a escote el servicio de vigilancia, ni cuando instalaron embajadas de países tan conflictivos como Iraq o Ukrania con lo que implica de visitas de gente extraña a la zona. Esta vez la gota ha colmado el vaso y la ciudadanía ha salido de sus chalets y apartamentos de lujo a expresar su libre derecho a la disensión.
Mi instinto periodístico me llevó a adentrarme en las revueltas ilegales de esos sectores oprimidos e injustamente perseguidos, para ver si comprendía el fenómeno y generaba un poco de empatía en mi acomodada conciencia. Esta es mi crónica.
Tres perifolladas mujeres de edad sin definir debido a cierta tensión cutánea provocada por los excesos de botox y silicona, que en su día les costaron millones de pesetas, aparcan su Mercedes blanco en una callejuela aledaña y lo justifican: "mejor andar un poquito que dejar el coche en el mogollón, no sea que pase algo y nos lo arañen". Las valientes supervivientes de la rencorosa transición, armadas con ruidosas pero inofensivas sartenes caminaban orgullosas a defender su democrático derecho a discrepar. Por sus aspectos y por la época del año, me recordaron a las Madres de la Plaza de Mayo que pude conocer en Argentina (las de la foto) y de inmediato las imaginé en su juventud, corriendo delante de los grises en la "mani" después del asesinato de Yolanda González o tras los crímenes de Atocha.
Sigo avanzando y me encuentro a dos chavales que mis estupidos prejuicios me hacen considerarlos algo pijos. Me infiltro disimuladamente en su conversación:
-Los que lo están haciendo bien son los japoneses y los coreanos.
-¿Qué dices? si todo empezó allí y nos lo han mandado a nosotros.
-Que no, que empezó en China, que no tiene que ver con Japón o Corea del Sur.
-Para mí son todos iguales, tiene los ojos rajados y no puedo con ellos...
Hasta aquí pude oír la sesuda conversación entre los dos jovencitos que bajaban calle Madroños abajo hacia el epicentro de las revueltas Cayetanas por la libertad, ese curioso movimiento ciudadano alentado desde la injusta situación de quienes están sufriendo esta cuarentena más que nadie. El atuendo revolucionario les delataba: polo con logos muy grandes, bermudas, mocasines sin calcetín y mascarilla de diseño con bandera de España en los mofletes. La enseña nacional era el elemento unificador entre todos los asistentes a la clandestina concentración. Banderas de todos los tamaños, unas con mástil, otras tendidas sobre los hombros a modo pullover, algunas sobre "discretos" paraguas y muchas impresas o pintadas en los artilugios de protesta más variopintos (cacerolas, atizadores de la chimenea, palos de golf y hasta alguna rojigualda raqueta de pádel metálica). Agradecí la ausencia de bates de beisbol que creo recordar en las manos de alguno de ellos años atrás. La reafirmación nacional parecía el único argumento, con el himno nacional sonando a todo meter en un "loro" y sin ninguna pancarta reivindicativa, ni siquiera alguna bandera identitaria de menor o mayor rango, ya sea de la ciudad de Madrid, la Comunidad de Madrid o incluso la Comunidad Europea. Por encima de todo y de todos, querían demostrar su amor a la patria. Arengaba a las tropas una indignada abuela, cacerola en mano, desde la terraza de un amplio chalet de doble parcela y bandera con crespón negro izada junto a la piscina.
La "mani" no estaba autorizada y además está totalmente prohibido concentrarse en grupos por alto riesgo de contagio, pero nada podía parar a estos valientes y oprimidos luchadores por la libertad, ni siquiera el amenazante despliegue policial compuesto por un total de una furgoneta. Todos se estaban exponiendo a pagar la multa de más de 600 euros, a lo que hay que sumarle los intereses y la pérdida patrimonial resultante de desinvertir ese montante de la Sicav. El ideario del grupo era heterogéneo y quedaba reflejado en sus cánticos libertarios; quizás pecaban algo de inexperiencia y no habían estudiado demasiados eslogans, pero les sobraba con los dos que tenían "¡Libertad, libertad!" y "Sanchez, dimisión". Entre medias se oían algunos gritos un tanto soeces para gente de tan alto estatus social, que no voy a reproducir. Reconocí algunas caras de vecinos que me consta que están seriamente preocupados porque llevan dos meses sin servicio, que incluso tienen que pasar ellos mismos el cortacésped y hacerse la comida un par de días a la semana no sea que el motorista sudaca que trae el pedido les pueda contagiar. Solo los más previsores, que contrataron interna en lugar de asistenta, están llevando la situación con cierta dignidad. Supongo que estaría también el del Lamborghini de abajo de la calle, que solo puede sacar el coche una vez a la semana con la excusa de ir al Sanchez Romero, con lo que eso supone en pérdida de valor del vehículo. La falta de liquidez está obligando a muchos a desinvertir; el secuestro al que les tiene sometidos el Gobierno va a aumentar su factura de psiquiatra porque no hay quien aguante tanto tiempo dando vueltas al mismo jardín; las temperaturas no terminan de subir con lo cual la piscina no es más que un estorbo que consume un montón de agua y electricidad; además no hay ninguna medida específica para este colectivo que encima es víctima del mayor IBI de toda la ciudad.
El espíritu de solidaridad colectiva fue subiendo con la llegada de más camaradas, algunos con perros, otros con atuendos de caza y los más, con unos chalecos acolchados similares a los de Marty McFly. La mayoría se cubrían la cara con mascarillas, pero más bien por su espíritu subversivo y libertario, que por temor al virus, porque a juzgar por como se amontonaban en las aceras, no le tienen mucho miedo al bichito porque saben de sobra que a ellos no les puede pasar nada y si les pasa, no hay nada que la cuenta bancaria no arregle. Piensan. Hice un cálculo por conteo mental y rondaban las 150 personas, lo cual me inquietó porque la cosa está a punto de irse de madre.
Al final, antes de que empezara a diluviar, puse ruedas en polvorosa y di por concluida mi labor de enviado especial a tan conflictiva zona. El efecto empático se había producido y pasé delante de ellos esprintando para no contagiarme y sintiendo una enorme tristeza. ¡Qué pena dan!
Escalofriante crónica desde el frente de guerra. Esas gentes -el plural ayuda a dar más penica- lo están pasando fatal, fatal, pero fatal fatal. Personas que en un pispás han pasado de estar confiadas -en sus presentes y futuros financieros- a estar confinadas. Que no se resignen y luchen por la libertad. Deberían convocar todos sus jardineros en batallones de defensa para la construcción de barricadas con sacos terreros.
ResponderEliminarHASTA LA VICTORIA´s (SECRET) SIEMPRE
ResponderEliminarSoy el del Lamborllini (yo lo digo así, qué pasa) y SE DONDE VIVES.
ResponderEliminarEl anónimo del Lamborllini.
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