Siempre me quedé con las ganas de ir a la farmacia a comprar ese medicamento que tanto anunciaban en la radio para recuperar la memoria. Si no lo hice es por ese complejo-pudor de reconocer el paso de los años. Son esos anuncios, como el de la disfunción eréctil, la caída del cabello o la pérdida de orina que siempre utilizan como prescriptor a algún famosete de los setenta que solo conocen los más mayorcitos, ya sea Concha Velasco o Javier Sánchez Vicario.
Hace poco tuve una conversación familiar sobre la capacidad de almacenamiento de ese disco duro que guarda nuestra memoria. Fue escuchando un disco de Nuevo Mester de Juglaría sobre los Comuneros. Hacía años que no lo oía, pero en una búsqueda rápida por la estantería de los CDs me di de bruces con él y decidí pincharlo. Según empezó a sonar, me invadió la euforia y empecé a cantar todos los temas como si las letras me estuvieran pasando en un teleprompter. Siempre he presumido (no sé cuál es su antónimo) de tener mala memoria, pero según sonó la música sabía que venía lo de “Juan Bravo picando espuelas…” o lo de “Don Carlos que a Adriano deja, un regente Cardenal, le ordena que con Toledo se proceda sin piedad” y resultaba que prácticamente me sabía la totalidad de las letras del disco. ¿Dónde coño se almacena esa información? Por muy grande que tenga la mollera no entiendo que haya sitio para todos los pilotos de velocidad, trial o motocross de los años ochenta, el antiguo Padre Nuestro (el nuevo ni de coña), la letra del caralsol y la Internacional, los pintores del renacimiento italiano y a su vez para todas las canciones que escuchaba en mi juventud.
Hace poco tuve una conversación familiar sobre la capacidad de almacenamiento de ese disco duro que guarda nuestra memoria. Fue escuchando un disco de Nuevo Mester de Juglaría sobre los Comuneros. Hacía años que no lo oía, pero en una búsqueda rápida por la estantería de los CDs me di de bruces con él y decidí pincharlo. Según empezó a sonar, me invadió la euforia y empecé a cantar todos los temas como si las letras me estuvieran pasando en un teleprompter. Siempre he presumido (no sé cuál es su antónimo) de tener mala memoria, pero según sonó la música sabía que venía lo de “Juan Bravo picando espuelas…” o lo de “Don Carlos que a Adriano deja, un regente Cardenal, le ordena que con Toledo se proceda sin piedad” y resultaba que prácticamente me sabía la totalidad de las letras del disco. ¿Dónde coño se almacena esa información? Por muy grande que tenga la mollera no entiendo que haya sitio para todos los pilotos de velocidad, trial o motocross de los años ochenta, el antiguo Padre Nuestro (el nuevo ni de coña), la letra del caralsol y la Internacional, los pintores del renacimiento italiano y a su vez para todas las canciones que escuchaba en mi juventud.
A continuación me paseé por la habitación de los niños
gritando “Castilla entera se siente comunera” pero salí escaldado ante las
miradas de incomprensión y repudio dirigidas por mis vástagos.
Vivimos en la misma casa desde hace casi cincuenta años y eso significa que cada rincón está lleno de recuerdos, de fantasmas que te rememoran tu pasado, y ese disco me situó de inmediato en mi habitación de adolescente, con el pendón de Castilla colgado del techo y peleando con mi padre para que me dejara ir a Villalar de los Comuneros para asistir a la mani del 23 de abril. Él siempre ganaba con un argumento infalible, ¿cómo te vas a ir el día del cumpleaños de tu madre?.
Vivimos en la misma casa desde hace casi cincuenta años y eso significa que cada rincón está lleno de recuerdos, de fantasmas que te rememoran tu pasado, y ese disco me situó de inmediato en mi habitación de adolescente, con el pendón de Castilla colgado del techo y peleando con mi padre para que me dejara ir a Villalar de los Comuneros para asistir a la mani del 23 de abril. Él siempre ganaba con un argumento infalible, ¿cómo te vas a ir el día del cumpleaños de tu madre?.
Esos mismos recuerdos llegan a veces por los ojos o la
nariz. Te asomas al jardín y ves las celindas en flor, las mismas que
enloquecían a mi madre cada primavera, y ves que tu mujer ha heredado su pasión
y sus manías y que de repente la casa está llena de jarrones con celindas
cortadas dando olor y color a la casa, desde el baño a la cocina. Y te giras
porque un fuerte olor te inoportuna y te encuentras con el jazmín en plena
ebullición y te acuerdas de Antonio López oliéndolo una y otra vez y exclamando
que huele a mierda, ante la carcajada y el rechazo de mi madre que consideraba
insolente la afirmación.
Si hay algo que me gusta de esta crisis es la creciente
inquietud social por desempolvar el pasado. Nos pasamos la puta vida diciendo
que hay que mirar al futuro, que de nada sirve rememorar el pasado, pero no lo
comparto para nada. El futuro se mira teniendo bien presente el pasado y cada
día deberíamos dedicar un buen rato a pasear por lo que fuimos, por lo que nos
dieron nuestros predecesores y rescatando su memoria, que es la nuestra. Seguid
publicando fotos antiguas, molan mucho más que las de mañana.
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