
Con la misma convicción que los propósitos de enmienda de cada día uno de enero, todas las personas, todas las empresas y todas las instituciones han acudido a la palabra como si fuera el mesias que nos va a salvar a todos. Los líderes de opinión, ya sean tertulianos, taxistas o peluqueros llaman, casi arengan, a reinventarse.
Y qué significa reinventarse: volver a inventarse. Muy fácil, como si alguno supiera cómo en su día nos inventamos a nosotros mismos. La llamada genérica tiene un toque religioso, místico, trascendente, tanto que de alguna forma suena a reencarnación. Y cuando uno piensa en reencarnación no piensa en algo sino en alguien y rápidamente dudas si elegirías entre Amancio Ortega, Pablo Escobar, Manolo Escobar, Paquirrín o Rocío Monasterio.
Reinventarse como mundo se supone que es volver a ser lo que nunca fuimos: respetuosos, tolerantes, solidarios, pacíficos y darle el valor a la naturaleza (incluido en ella el ser humano) que ahora mismo le damos al dinero. Reinventarse como país es lo mismo y además ser menos desconfiados, menos envidiosos, menos viscerales y más comprensivos con el del otro equipo, partido o territorio. Reinventarse como empresa es la misma recopilación añadiendo compromiso, justicia social, ecología, valores igualitarios y principios. Reinventarse como persona es todo eso y también ser más empatico con los demás, más cívico, menos capullo, más compañero, más amigo y más familiar.
Pero no, como dijo Antonio López el otro día y han vaticinado tantos filósofos, sociólogos y humanistas: "El hombre, ni aprende ni se arrepiente". Todo seguirá igual, exactamente igual, con las mismas guerras, las mismas peleas, la misma beligerancia, el mismo culto a la economía, el mismo pisoteo al medio ambiente e incluso, como ha pasado en todo tipo de crisis, las consecuencias de la pandemia pasarán a ser efectos colaterales como los de las guerras, que nos quitarán derechos y nos someterán aún más a la dictadura de Wall Street.
Y como yo no vengo a alentar la revuelta contra los trumposos racistas ni a incitar a la revolución, me limito a reinventarme como cada vez que me atraganto al tomar las uvas y pensar que voy a adelgazar, a hacer deporte, a ser más simpático, a sonréir a los míos, a ser ordenado, a comprender a los del Madrid, a no odiar a los que odian, pero ya sabéis que eso se hace siempre a partir del próximo lunes. Llega la nueva normalidad, a reinventarse toca. Aunque lo que me pide el cuerpo es reproducir la más célebre cita de Labordeta o de Fernando Fernán Gómez...
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