La palabra mágica servía como conjuro para las brujas, después para
quedarnos embobados con la saga de Harry Potter y ahora es la contraseña
del wifi. Del abracadabra pasamos al wingardiuleviosa y después a
Murcia1962, la primera con mayúscula. La pandemia, el confinamiento, la
cuarentena, el Covid19, el Coronavirus o el puto bichito, como te dé la
gana llamarlo, también ha tenido su propio palabro: reinventarse.
Con
la misma convicción que los propósitos de enmienda de cada día uno de
enero, todas las personas, todas las empresas y todas las instituciones
han acudido a la palabra como si fuera el mesias que nos va a salvar a
todos. Los líderes de opinión, ya sean tertulianos, taxistas o
peluqueros llaman, casi arengan, a reinventarse.
Y qué significa
reinventarse: volver a inventarse. Muy fácil, como si alguno supiera
cómo en su día nos inventamos a nosotros mismos. La llamada genérica tiene un
toque religioso, místico, trascendente, tanto que de alguna forma suena a
reencarnación. Y cuando uno piensa en reencarnación no piensa en algo
sino en alguien y rápidamente dudas si elegirías entre Amancio Ortega,
Pablo Escobar, Manolo Escobar, Paquirrín o Rocío Monasterio.
Reinventarse
como mundo se supone que es volver a ser lo que nunca fuimos: respetuosos, tolerantes, solidarios, pacíficos y darle el valor a la
naturaleza (incluido en ella el ser humano) que ahora mismo le damos al
dinero. Reinventarse como país es lo mismo y además ser menos
desconfiados, menos envidiosos, menos viscerales y más comprensivos con
el del otro equipo, partido o territorio. Reinventarse como empresa es
la misma recopilación añadiendo compromiso, justicia social, ecología,
valores igualitarios y principios. Reinventarse como persona es todo eso
y también ser más empatico con los demás, más cívico, menos capullo,
más compañero, más amigo y más familiar.
Pero no, como dijo
Antonio López el otro día y han vaticinado tantos filósofos, sociólogos y
humanistas: "El hombre, ni aprende ni se arrepiente". Todo seguirá
igual, exactamente igual, con las mismas guerras, las mismas peleas, la
misma beligerancia, el mismo culto a la economía, el mismo pisoteo al
medio ambiente e incluso, como ha pasado en todo tipo de crisis, las
consecuencias de la pandemia pasarán a ser efectos colaterales como los
de las guerras, que nos quitarán derechos y nos someterán aún más a la
dictadura de Wall Street.
Y como yo no vengo a alentar la revuelta
contra los trumposos racistas ni a incitar a la revolución, me limito a
reinventarme como cada vez que me atraganto al tomar las uvas y pensar
que voy a adelgazar, a hacer deporte, a ser más simpático, a sonréir a
los míos, a ser ordenado, a comprender a los del Madrid, a no odiar a los que odian,
pero ya sabéis que eso se hace siempre a partir del próximo lunes. Llega
la nueva normalidad, a reinventarse toca. Aunque lo que me pide el cuerpo es reproducir la más célebre cita de Labordeta o de Fernando Fernán Gómez...
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