lunes, 15 de junio de 2020

SE ACABÓ

De nísperos y metralletas...
Me parece que os estáis llevando un mal concepto de un servidor. A pesar de que hable de ellos muy a menudo, ni el Duo Dinámico, ni Manolo Escobar, ni Jeanette, ni en este caso, María Jiménez, figuran en mi lista de cantautores preferidos.
Se acabó. Me refiero, evidentemente, al confinamiento. Justo cuando se cumplen tres meses de estado de alarma, se suceden una serie de hechos que marcan el final de esta inusitada e imprevista situación. Cabrían otros muchos adjetivos para calificar el encierro, pero siempre conllevan cierta subjetividad, así que lo dejaremos en esos tan obvios.
Pensaréis que los hechos que marcan la desescalada definitiva y la vuelta a la normalidad son la apertura de fronteras, el final del estado de alarma, las cifras alentadoras o las optimistas noticias relacionadas con la vacuna. Eso sí que es una obviedad.
En mi caso ninguno de esos hechos es suficientemente relevante para pensar que esto ha cambiado, ni siquiera lo es la esperanzadora vuelta a la actividad profesional. Es mucho más sencillo que todo eso, se trata de nísperos y ametralladoras. Esos dos elementos, tan unidos entre sí, han marcado el día a día de mi confinamiento y como si de un mal (o buen) fario se tratara, ambos han llegado a su final en la misma fecha.
Vayamos por partes. Los nísperos son esos pequeños frutos naranjas, fáciles de pelar, difíciles de comer y que rivalizan con la chirimoya y el aguacate en cuanto a escurribilidad de su hueso. Por eso es tan incómodo de comer porque las posibilidades de tragarte uno de esos inmensos "pipos" y engrosar las listas de fallecidos por causas domésticas son elevadas. Lo de las causas domésticas es un inmenso cajón de sastre en el que caben todos los que la palman por ridículos motivos, ya sea resbalarte con una alfombra, esnucarte contra el retrete o tragarte el hueso de un nispero. Si es el de un aguacate, además eres gilipollas.
El caso es que en casa tenemos un nispero desde hace varias décadas. No sé si su origen fue un "pipo" que se le escurrió a mi padre hacia el lado apropiado o si lo plantaron a propósito. Durante todos estos años el arbolito en cuestión apenas ha dado media docena de chuchurríos frutos por temporada, pero este año la cosa se ha desmandado, ya sea por las lluvias de abril o el sol de mayo,  el viejo nispero erguido ha decidido dar kilos y kilos de fruta. Es como si hubiese recibido un tratamiento de fertilidad o hubiera desatascado alguna cañería interna, pero el árbol se ha teñido de naranja con manojos de nísperos por todas sus ramificaciones. La noticia llenó de alegría nuestro hogar, que veía la posibilidad de pasar la cuarentena con autoabastecimiento de postre. Lo que un ERTE te quita, un níspero te lo devuelve.
Y ahí llegó la ametralladora. Desde el primer día observé que pajarracos de diversa calaña merodeaban en torno al frutal con sospechosas intenciones. Había que ponerse en marcha con urgencia y la experiencia sumada con tanta serie sobre malísimos terroristas musulmanes me hizo llegar a la conclusión de que hacía falta un francotirador. Pronto encontré en la habitación de los chicos una ametralladora de plástico que mi hijo consiguió como premio en el tiro al blanco de Luarca tras invertir medio millón de euros en perdigones. Salió cara, pero dispara las bolitas de plástico con una potencia que puedes dejar tuerta a una cuñada desde una distancia de 300 metros (el trasero de mi santa esposa os lo podría atestiguar). La precisión no es muy alta, pero es lo que aprendió durante su estancia en la caseta del tiro al blanco.
Resumiendo, me he pasado media cuarentena vigilando el arbolito para evitar que mirlos, urracas, grajos, palomas, cotorras o gorriones se acerquen a la fruta. Apostado detrás de una ventana o camuflado entre los arbustos, lo primero y último que hacía cada día era sentirme Sylverter Stallone disparando a diestro y siniestro (para tranquilidad de Ecologistas en Acción y Pacmas, insistiré en la poca precisión del arma). La otra mitad del confinamiento he estado subido en una escalera, armado con unas tijeras de podar,  jugándome la vida (también se hubiera considerado accidente doméstico), para alcanzar a recolectar todos y cada uno de los nísperos de mi querido acompañante de pandemia. Lo sé todo de esa fruta, su punto de maduración y acidez, la incidencia del sol, los bichos o las aves y además han sido la base de mi dieta durante dos meses. Habré comido una docena diaria, le he regalado varios kilos a familia y amigos y han sido un fiel acompañante de este encierro.
Pues hoy han querido los dos acabar con esta situación. Primero ha sido el níspero, que ha dicho que hasta aquí ha llegado y que si quiero más me vaya al Ahorramás. Y después la ametralladora que ha considerado que su fecha de caducidad estaba cumplida y su precio, sobradamente amortizado. Sin ellos, la cuarentena no tiene ningún sentido, así que volvamos rápido a la nueva normalidad, que no será tan entretenida, pero sí algo más segura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario