Últimamente uno visita con cierta frecuencia los tanatorios. Quiero pensar que es casualidad, pero quizás tenga algo que ver la edad. Una vez superada la época de las despedidas de soltero y las bodas, llegó el maravilloso mundo de los bautizos y pasando de puntillas por las primeras comuniones, me he visto sumido en esa época otoñal del matrimonio en el que todos los familiares y amigos empiezan a separarse y no sabes si huir de ellos para no ser contagiado. Va en serio, una vez pillé a una recién separada haciendo campaña, hablando con mi mujer sobre lo maravillosa que era su nueva situación.
Lo de los cementerios ha sido algo más repentino y creo que por coincidencia, porque he despedido a padres de amigos, a compañeros, a colegas de profesión e incluso al hijo de un amigo. Horrible, sí.
Pero siempre he afrontado estas situaciones con una buena dosis de ese humor negro y morboso que a alguno tanto os gusta, y que no es otra cosa que una escapatoria para huir de algo que me provoca mucho miedo (psicólogo dixit); así que tras este vía crucis por los escaparates de féretros, he decidido no morirme.
Tomé la decisión cuando escuché a un insensato cura de cementerio, biblia en mano, decir que Dios es magnánimo y piadoso y repetirlo hasta la saciedad ante unos padres que enterraban a un adolescente. Lo reconfirmé cuando vi a un comercial de funeraria, catálogo en mano, ofreciendo lápidas, coronas y todo tipo de artilugios fúnebres a unos desconsolados familiares que sólo querían pasar ese mal trago rápido, sin importarles si el fulanito conseguía o no su bonus por objetivos. Y ya salí por patas de ese lugar tan antipático cuando noté que sobre un corrillo de "pesamistas" caían extrañas cenizas del cielo y ninguno estaba fumando. Me limpié rápido la "caspa" mortal de los hombros y salí corriendo a vivir.
Claro, que al llegar a casa y después de tanta despedida, me empezaron a entrar todos los síntomas de las enfermedades que se habían llevado por delante a mis amigos, lo cual ha sido una buena excusa para pasar la ITV, pero también para ser consciente de que incluso yo, el mismísimo yo, me moriré algún día. Y ante tan sabia conclusión recordé un comentario de mi amigo Luis en una de esas antesalas de la muerte en las que nos contamos unos a otros cómo se murieron nuestros padres o abuelos y después felicitamos a la familia porque el muerto se ha ido sin sufrir. "Yo no quiero pasar por nada de esto, mi cuerpo donárselo a la ciencia", dijo él con cierta ironía y yo me sumé rápidamente a la propuesta. Y tan contentos nos quedamos los dos, hasta que vimos las fotos del periódico con los cadáveres amontonados en un aula de la Universidad Complutense. Me imaginé debajo de un montón de desarrapados, algún que otro socio del Madrid, alguna cajera del Mercadona y más de un calvo. Vi desde arriba mi cadáver, con el pene seccionado y los ojos sacados por un "chistosillo" estudiante de medicina y decidí cambiar de opinión. Ahora soy más partidario de un ancestral rito asiático: ¿mi cadáver? Os lo coméis ¿vale?
Pie de foto: No quiero ofender a nadie ni con el texto ni con la foto, pero es la única imagen con cadáver que he encontrado en el archivo.
Por cierto, con ese Blanco y Negro de la foto, (¿o era con el HOLA?), te regalaban un single flexible con la voz y discursos del susodicho, ¿lo tienes?.
ResponderEliminarMe pido pechuga.
ResponderEliminarChema
Me acabo de hacer vegetariana, se siente.
ResponderEliminarVictoria
Jooo que pena, si tuvieras pelo, podíamos reducirte EN PLAN tribu Los Jibaros y te poníamos en el salpicadero del coche.
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