Estoy solo en mi esquina de la jaima.
Siempre entro el primero en la tienda o tiro de galones y canas para hacerme
con ese rincón. Me siento más resguardado entre mi caos de maletas, mochilas y
papeles y además presiento que mis ronquidos son algo menos molestos si me
coloco en el córner. Ahora estoy totalmente solo, por primera vez en toda la
semana, porque todos se han ido a una excursión al muro y Lucio está comiendo
cus-cus en la jaima de al lado. Me he quedado para poner en orden los números,
contar los miles de pavos que hemos recaudado para ayuda, tratar de
estructurar los proyectos y, por qué no decirlo, descansar un poco de la
marabunta y disfrutar de mi familia saharaui.
Saleh está en el patio con un electricista
que está instalando la nevera y el aire acondicionado que han comprado con la
pasta que recogieron los demás “amigos de Dumaha” que este año no han podido
venir. Qué gozada ver en vivo como les cambia la vida en un segundo con una
aportación que para cualquiera de nosotros es simplemente un pequeño gesto. El
tendido eléctrico ya ha alcanzado a la mayoría de familias y, como ha ocurrido
en otras partes, supondrá un antes y un después en su estado de bienestar. Es cierto que el arraigo a esa
tierra prestada será mayor y que la magia del desierto se perderá bastante con
tanta luz y tanto plasticucho, pero las tecnologías y avances siempre traen comodidades y a nadie amarga un dulce y menos un refresco fresquito en el desierto.
Ali se ha ido a la mezquita porque es
viernes. Realmente se podría haber quedado en casa porque radian en directo el
rezo por la megafonía de todo el barrio. Todavía tengo la barriga llena de la
comilona que nos dieron en casa de Gali. Con el soniquete de la “misa” y las
sacudidas del viento, que empieza a soplar con fuerza, me voy quedando
adormilado en el duro suelo de la jaima, pero hace calor y hay muchas moscas
que asisten a un inmenso banquete en el mantel de la mesa y en mi pringosa
piel.
Echo de menos al retrete, la ducha y la
familia, no exactamente en ese orden, pero empiezo a ablandarme pensando que
esta noche me tendré que despedir de otros de los míos, mis hermanos de arena.
Nos marcharemos llorando, como siempre, y dejaremos a Dumaha seguir adelante en
su dura lucha por sacar a flote a esta fantástica familia en la mitad de un
antipático desierto. Mohamed, a pesar de sus 60 años se irá en unos días a su
retén en el ejercito, frente al insultante y amenazante muro marroquí; en dos
meses llegará el primer nieto de la familia; en cualquier descuido se nos
casará Minetu, sí, aquella que acababa de nacer la primera vez que vinimos a esta
misma jaima; Handi seguirá dando clases en la escuela vecina y Ayub tratándose
de esos dolores que le hacen su vida más tortuosa, si cabe.
Estoy cansado, son ya 17 años viniendo a
este campamento. Me siento querido en el Sahara, pero el peso de la
responsabilidad estresa, la incoherente e ineficiente burocracia desespera, la
escasez de avances políticos cabrea, los años pasan y pesan para todos… A
menudo pienso que esta va a ser la última vez, pero entonces entro en la jaima
y veo las sonrisas, el ritual de saludos, la ceremonia del te y los abrazos y
decido que está esquina seguirá siendo siempre mi esquina.
Sin palabras, muy bonito de lo mejor que he leido tuyo.
ResponderEliminarVictoria.
¡¡TOTALMENTE DE ACUERDO CONTIGO,IMPOSIBLE NO VOLVER A ESA ESQUINA!! Y GRACIAS POR TODO, HA SIDO UNA EXPERIENCIA INCREÍBLE Y REPETIBLE AL 150%
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