Dicen que es bueno escuchar a tu cuerpo,
pero creo que hay que hacerlo con cautela. Más que nada porque cuando te da por
prestarle demasiada atención, sueles llevarte algún susto. Es lo que tiene el
cuerpo, que suele estarse calladito toda la vida y cuando habla es para
expresarse groseramente o para tocarte las pelotas. Sé que a mi hijo pequeño y
a muchos de vosotros os gustaría que hiciese una pormenorizada relación de los
sonidos y formas de expresión que el cuerpo humano tiene, pero no voy a entrar
en eso, lo dejo para mi tesis escatológica que algún día publicaré. Os recuerdo
que gané varias ediciones del concurso familiar de fluidos segregados por el
cuerpo humano, superando el récord de 25 sustancias distintas.
De lo que hablo ahora es de esa tendencia
que tenemos las personas entradas en años a analizar paranoicamente cada
mensaje que nuestra anatomía emite. Que bajas la escalera y cruje una rodilla,
posible problema de menisco; que giras en el pasillo y te chirría la cadera,
posible desgaste de pelvis; que se te duerme el brazo viendo la peli, síntoma
de insuficiencia coronaria; que has adelgazado 120 gramos, igual estás
incubando un cáncer; que se te retrasa la regla tres meses y te crece la
barriga…
Todos tenemos esta enfermedad, pero a los
que nos atrevemos a reconocerlo se nos llama hipocondríacos.
A mi me da por escucharme durmiendo y
analizo algunos de los mensajes de mi fisonomía. Por ejemplo me acuerdo de la
obsesión que el bueno de Ángel Nieto tiene por dormir siempre hacia el lado
derecho para que el corazón no esté soportando todo el peso del cuerpo. Un día
se lo consulté a mi cardiólogo y todavía se está descojonando. Quizás era
cuestión del 12 + 1 porque casi todos los circuitos tienen más curvas hacia la
derecha y ya tenía interiorizada la posición. También he estado durante mucho
tiempo analizando mis ronquidos y ahora mismo estoy en condición de afirmar que
ronco mucho cuando estoy boca arriba, muy poco cuando estoy boca abajo (lo
amortigua la almohada) y sobre todo que mis ronquidos son mucho más
insoportables cuando duermo sobre mi perfil derecho (con el corazón hacia arriba). En este último caso el
ronquido suele conllevar un fuerte dolor en las costillas, aunque quizás esta
teoría podría cambiar si pruebo a cambiarle el sitio en la cama a mi santa
esposa, a quien mis ronquidos le provocan hematomas en el codo izquierdo.
Nos hacemos mayores, que no viejos, cuando
nos obsesionamos por escuchar al cuerpo, pero sobre todo cuando nos sentamos a
charlar con los amigos y les contamos todo lo que nos duele. Ese es el momento
en el que hay que plantarse, vale que cada uno oigamos a nuestro cuerpo, pero
por favor, dejemos de compartir con los allegados todas nuestras dolencias y
miserias. En el metro, en el consultorio o en el bar, las generaciones se distinguen
por sus temas de conversación y a los que nacimos bajo el yugo opresor del
caudillo se nos reconoce por participar en ese concurso tan exitoso denominado
“A ti qué te duele” que suele ganar una vecina a la que, a juzgar por sus
dolencias, le quedan dos telediarios. ¡Ya nos vale!
Lo de la vecina va por mi?��
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