En febrero me voy al Sáhara y al quirófano. Sí, llevo varios
años haciéndolo y no me sienta mal. Lo malo es que siempre que vuelvo de
Tindouf pienso “ahora necesitaría tener una semanita de vacaciones sin salir de
casa” y siempre que salgo del hospital me digo “quién pudiera quedarse en casa
recuperándose una semanita”. Pues bien, esta vez, por prescripción médica, lo
he hecho y además he juntado las dos semanitas. Las he utilizado para recuperarme, estar con la familia y limpiar los
rodapiés. Pero también me ha servido para soñar. Y es que el último día de mi
ingreso, el cardiólogo decidió cambiarme la medicación y recetarme una
pastillita que me ayuda a mantener el ritmo cardiaco acompasado, pero que tiene
el extraño efecto secundario de provocar sueños excesivamente realistas, ya
sean pesadillas o pelis de amor y lujo. El caso es que es cierto y cada noche
me adentro en una segunda vida. El primer día soñé con el hospital y con un cura que venía a
ofrecerme sus servicios y se fue escaldado. Después me encontré rodeado en el
recreo de mi hijo por decenas de adolescentes que me querían matar por haber
criticado el Fortnite. Pero ayer la cosa se puso más chunga, se me fue mucho la
cabeza y me vi envuelto en una pesadilla demasiado rocambolesca.
Resulta que un extraño virus invadía el mundo y contagiaba a diestro y siniestro a la gente, matando a miles de ancianos y a cualquiera que mostrara cierta debilidad. En mi estado de convalecencia me acojoné, pero luego me relajé por el disparatado argumento del sueñecito. Todo el mundo era obligado a recluirse en sus casas, la gente hizo acopio de papel higiénico y algo de comida y se encerró en su domicilio con los móviles, la tele y el perro. La peña se lavaba las manos ochocientas veces al día y se cubría la cara con mascarillas o bragas.
Durante la primera semana la epidemia contagió a todo el mundo de un frenético entusiasmo, todos estábamos de vacaciones, podíamos hacer el vago, retomar esos quehaceres hogareños atrasados, limpiar las estanterías y desarrollar un solidario compañerismo solo comparable con los episodios de exaltación de la amistad de discoteca a las cuatro de la mañana. Las redes sociales dieron rienda suelta a toda la creatividad que la gente tenía escondida; los grupos de “guasap” se llenaron de divertidísimos memes y las casas de to-dios fueron expuestas sin ningún pudor (podríais colgar algún cuadro, cabrones).
Resulta que un extraño virus invadía el mundo y contagiaba a diestro y siniestro a la gente, matando a miles de ancianos y a cualquiera que mostrara cierta debilidad. En mi estado de convalecencia me acojoné, pero luego me relajé por el disparatado argumento del sueñecito. Todo el mundo era obligado a recluirse en sus casas, la gente hizo acopio de papel higiénico y algo de comida y se encerró en su domicilio con los móviles, la tele y el perro. La peña se lavaba las manos ochocientas veces al día y se cubría la cara con mascarillas o bragas.
Durante la primera semana la epidemia contagió a todo el mundo de un frenético entusiasmo, todos estábamos de vacaciones, podíamos hacer el vago, retomar esos quehaceres hogareños atrasados, limpiar las estanterías y desarrollar un solidario compañerismo solo comparable con los episodios de exaltación de la amistad de discoteca a las cuatro de la mañana. Las redes sociales dieron rienda suelta a toda la creatividad que la gente tenía escondida; los grupos de “guasap” se llenaron de divertidísimos memes y las casas de to-dios fueron expuestas sin ningún pudor (podríais colgar algún cuadro, cabrones).
Esa fase de euforia en la que hasta los políticos se
llevaron bien, con una ejemplar lealtad que les unía frente al enemigo común,
pronto cambió por un deprimente escenario en el que los balcones de la
solidaridad se convirtieron en garitas de vigilancia. Las frías cifras de las
estadísticas pasaron a tener nombres y apellidos (algunos famosos), las teles
se llenaron de féretros, los dormitorios se deprimieron y la tensión empezó a
merodear por todas partes.
Los políticos volvieron a dar el pistoletazo de salida para
una nueva fase. Empezó la caza de brujas, la bronca y el mal rollito mientras
los hospitales y tanatorios colapsaban y la economía se iba a la mierda. El
puto bichito se extendió por todo el mundo creciéndose cada vez más y creando
una auténtica escabechina al llegar a América, India o África. Cuando ya
llevábamos todos más de un mes “confitados” en nuestras casas ocurrió algo
increíble… Pero eso ya os lo contaré más adelante que por muy cuñado que sea,
no soy todavía el “Capitán A Posteriori” y estas pastillas tampoco tienen tanto
poder.
Menos librerías de postureo y más cuadros en las paredes 😂😂😂😂. Mancantao Diego 💪💪💪
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