domingo, 19 de abril de 2020

SÉ DÓNDE VIVES

¡Te conozco y sé donde vives! Era la peor de las amenazas. Te decía eso el malote del barrio y ya te habías defecado en la ropa interior o cagado en los calzones, como prefiráis. Eran tiempos en los que no existía la geolocalización, ni las redes sociales, ni siquiera los teléfonos móviles... Pero no temáis que no voy por ahí, no me voy a poner a defender el pasado frente al presente o el futuro ni a contaros batallitas de viejo sobre nuestras vivencias en los maravillosos años ochenta.
Vengo a hablar de una sensación incómoda que creo que muchos tenemos durante estos días, un extraño sentimiento de pérdida de intimidad cuando estamos precisamente en el lugar más íntimo que tenemos, nuestra casa. Tampoco estoy hablando de ese miedo pandémico tan aireado en los medios y utilizado políticamente, a perder derechos por la utilización de aplicaciones sanitarias que puedan geolocalizarte. No me dejo llevar demasiado por los alarmistas de la ciberseguridad que continuamente te acongojan con los peligrosísimos peligros que hay detrás de esta pantalla. Ya sé y he sufrido a alguno de los hackers malos malísimos y a alguno de los estafantes estafadores online. Soy consciente de que me pueden grabar viendo porno cualquier mañana de estas (soy muy de porno con el café) o me pueden robar las claves del Facebook y colgarme fotos paseando en bolas por la playa con la querida. Para eso tengo mis propias fórmulas para encriptar la información y que no puedan encontrar esas imágenes. Por otro lado no me siento mucho más inseguro en la red que en alguna incursión por el Bronx, por Oakland, por Dar es Salaam, por El Raval o por La Moraleja... En todas partes hay delincuentes.
Si la aplicación coronaria nos ayuda a acabar con el puto virus, bienvenida sea. Hace tiempo que desconté, como hace la bolsa, que Mark Zuckerberg se asoma diariamente a mi vida y que la CIA conoce todos mis movimientos. De hecho cada vez que abro el ordenador o el móvil les saludo (en inglés, claro) y ahora, que estoy viendo la serie Homeland, más todavía. Así que si próximamente me avisa de que el vecino tiene el virus no me sentiré más violado que cuando se entera de que quiero viajar a Cancún y me bombardea con mil ofertas. Asumo dolorosamente la perdida de ciertos derechos que han traído las nuevas tecnologías, pero celebrando que han servido para cambiar y democratizar el ocio en todo el planeta.
Lo que a mí me hace sentirme incómodo es que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, sepa dónde estuve ayer, dónde estoy ahora y dónde estaré mañana. Sabiendo que todos estamos presos, resulta especialmente alienante esa pérdida de intimidad geográfica, que cualquiera sepa que estás en tu casa, que te puedan escribir o llamar en cualquier momento y no tengas escapatoria. De hecho ha surgido toda una nueva enciclopedia de excusas para no contestar, muy distintas a las habituales. Lo de, estaba en el banco, tenía una reunión en el centro, voy al médico o tengo tutoría de mi hijo, ya no sirve y, en su defecto, están triunfando, tenía una videoconferencia, estaba ayudando a mi hijo con los deberes o me estaba duchando (ya sabéis que la gente no hace caca). Y menos mal que ya no existe la guía de teléfonos con su volumen azul "por direcciones".
Todos estamos presos y, más o menos, lo soportamos, pero eso de sentirte vigilado en todo momento, geolocalizado, cronolocalizado y hasta vídeolocalizado es una dependencia nueva que cuesta asumir. Te obliga a cumplir ciertos horarios que te gustaría romper, a vestirte adecuadamente, a contestar los mensajes antes que nunca y a estar acojonado por si entra una llamada de skype, facetime o Zoom o si suena el timbre de casa y aparece el malo malote a ajustar viejas cuentas pendientes.

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