Creo que la foto ya la había publicado en algún blog y ya me habíais despedazado, pero como no me acuerdo, la pongo de nuevo. Realmente la he colgado antes en Facebook para recordar que hoy se han cumplido tres años de la muerte de mi madre. Es otra de las cosas buenas que tienen las redes sociales, son un buen escaparate para el reconocimiento y agradecimiento a los antepasados, sobre todo a los padres. El otro día vi como un amigo celebraba su cumpleaños con una foto de sus padres antes de haberle concebido y me pareció emocionante y recomfortante.
Por eso he elegido esta bonita foto tomada en Torrelodones para recordar a mi madre en tan triste aniversario. Podía haber cogido una de las habituales, de las que salen en sus catálogos o alguna en su estudio, trabajando, o quizás una más reciente, pero en las que la enfermedad ya le había borrado la sonrisa. No, definitivamente quería una de esas que te recuerdan los mejores años vividos en familia, en la casa de la sierra o en la de Madrid, o en Santa Cruz o en Mojacar o en París... Donde sea pero con esa sonrisa, esa risa a carcajadas y ese cariño tan intenso que nuestra madre supo darnos. Era cuando ella se llamaba Mami, antes de pasar a ser Mamá, Mother, luego "Jefa" y más adelante "Labuela". En este momento y viendo esta foto y otras muchas del álbum, uno no puede ser más que agradecido a todo lo recibido, heredado o no, los valores y el cariño de unos padres como estos marcan para siempre. Ya entonces parecía estar agradecido, a juzgar por mi cara de complicidad ante el fotógrafo, que por supuesto era mi padre, y ahora lo estoy mucho más. Y si lo digo en este momento, aunque ya no están, es en reconocimiento y también en reivindicación del papel, de ese difícil papel, de padre o madre. Espero que mis hijos lean esto y tomen nota, je, je.
Una vez puestos los padres en su sitio, tenéis todo el tiempo del mundo para descojonaros de las sandalias con calcetines, del bañador ajustado, de la camisa abrochada hasta el pescuezo o del corte de pelo... Elige.
Hachetetepebarrabarra y después lo que quieras poner. Es un título demasiado ambíguo para un blog, demasiado abierto. Pero así es este espacio. Unos días abierto para la alegría, otros para la pena; para la esperanza o el escepticismo; la reflexión o la ironía... Lo que salga de los huevos ¿no?
domingo, 30 de marzo de 2014
martes, 25 de marzo de 2014
OBSCENIDADES
Casualmente en el día de la felicidad, en el que este blog
hablaba de la suprema felicidad social, me topé en el periódico con distintas
versiones de felicidad y sin quererlo fui hilvanando unas con otras, como el
juego de las palabras encadenadas. La primera la protagonizaban un grupo de los
llamados subsaharianos, un grupo de negritos, probablemente de Mali, Niger o
Costa de Marfil, que habían conseguido su objetivo vital y estaban en Melilla,
el comienzo de su idolatrado paraíso. La imagen no tenía el dramatismo de los
días anteriores, estaban vestidos, duchados, sin sangre y sonreían de oreja a
oreja mientras esperaban en la puerta de la comisaría para conseguir una orden
de expulsión, una ansiada orden de expulsión que se convierte en su pasaporte
para convertirse en un “sin papeles” y moverse por España y/o Europa con cierta
libertad y con un futuro indigno, pero mucho más digno del que dejan atrás. El
que hace la ley hace la trampa y nuestras fronteras con muros, vallas con
cuchillas y policías disparando inofensivas bolas de goma tienen un inmenso
agujero legal y burocrático que llena de esperanza a estos jóvenes que se
equivocaron de país al nacer.
Dos páginas después veo la cara sonriente de un tal Wilders,
cuyo curriculum presenta como racista a secas y que está feliz porque cada vez
encuentra mayor respaldo en Holanda, como Le Pen en Francia, a sus teorías
xenófobas. El populismo mal entendido favorece a estos cantamañanas que calcan
en sus declaraciones y línea de pensamiento a un tal Adolf que hace 75 años
consiguió el respaldo popular para cometer el episodio más aberrante y
vergonzoso de la humanidad. A Marie Le Pen la escuché hace poco en una
entrevista en la que daba argumentos demagógicos para defender su inhumana
actitud: “¿Usted metería en su casa a alguno de estos?”-preguntó-, a lo que la
entrevistadora, desafiante, contestó que sí. No creo que esa sea la pregunta ni
la contestación. Yo también hubiera dicho que sí y sobre todo me hubiera negado
a seguir con este hipócrita sistema que los atrae para después despreciarlos y
humillarlos y que nunca afronta el problema desde los países de origen.
Sigo pasando páginas en busca de más felicidad y encuentro
una nueva imagen de sonrientes caballeros; son Pablo Isla, César Alierta y
Francisco González riendo a carcajadas a la salida de alguna reunión, puede
que indigna. La fotografía sirve para ilustrar el ranking de los ejecutivos
mejor pagados de nuestro país, un ranking malévolo que se publica cada año para
su desgracia y el odio y/o envidia de sus conciudadanos. Supongo que la mayoría
de ellos ha hecho méritos más que suficientes para estar donde están y para
tener salarios astronómicos, pero eso no quita que su publicación a escasas
páginas de las otras informaciones resulta un tanto obsceno o poco estético y,
en este caso, sí que la demagogia está más justificada.
Yo, como lector, soy feliz viendo tanta cara feliz, aunque
si escribo esto es porque es una felicidad un tanto atormentada.
lunes, 24 de marzo de 2014
EL DESHOLLINADOR
Vuelvo de viaje, entro en casa, dejo las maletas, abro el
buzón y cojo las cartas. ¡Mierda!, el cartero ha traído una carta certificada
mientras estábamos fuera y, lo peor de todo, es una notificación certificada de
la Agencia Tributaria. Es tarde y ya no puedo ir a recogerla, mañana me pasaré.
Duermo mal, me agobio, ¿qué coño será lo que me notifica Hacienda?, ¿qué he
hecho ahora mal?, espero que no sea ningún susto importante. Realmente soy un
ciudadano bastante ejemplar y cívico, creo yo, pero eso no quita que, como
todos, prefiera que Hacienda no se
acuerde de mí ni para felicitarme el cumpleaños.
A la mañana siguiente me subo a la moto y voy raudo a
Correos. Entrego el papelito y veo la fatídica carta grandota con todos los
sellos y colores de la Agencia Tributaria. Tiemblo. La amable señorita mira mi
DNI y retira el sobre: “no puedo entregárselo, la carta no está a su nombre,
sino al de Herederos de su padre, necesito un documento que acredite que usted
es heredero.” Le enseño el reverso del DNI donde está el nombre de mi padre, le
digo la fecha de nacimiento y de fallecimiento, le demuestro que el domicilio
es el mismo y hasta saco una invitación a la inauguración del jueves en la
Galería Marlborough. Sonríe simpática y piadosa, pero con estricta
profesionalidad guarda la carta y me pide una copia del testamento. No suelo
llevarla encima.
Me voy a trabajar, llamo a mi hermano, se agobia como yo, me
envía un PDF con el testamento, añoro a mis padres mientras lo leo, sigo trabajando
hasta la tarde y después cojo de nuevo la moto y regreso a Correos. Allí otra
mujer bastante amable también, aunque más gorda, me entrega la carta y se queda
con el testamento la muy cotilla. Salgo deprisa a la calle y abro nervioso el
certificado, rompo el sobre, me corto la yema de un dedo y empiezo a leer los
diez folios, por las dos caras, de ese idioma tan estúpidamente enrevesado que utilizan en la Tributaria; no hay que ser muy lince para intuir que vienen a por mí y a por mi
dinero porque leo varias veces la palabra "apremio" y unas cuantas más, la
amenazante "embargo". Estoy perdido, acojonado y desconcertado porque no
entiendo nada. Me tranquilizo y vuelvo a empezar, leo despacio, intento
entender y según voy avanzando mi miedo se transforma en cabreo, empiezo a echar
espuma por la boca y a acordarme de toda la familia de Montoro. Se trata de una
notificación por la que me informan de que el deshollinador que contratamos
hace un montón de años tiene deudas con Hacienda y si nosotros volvemos a
contratarle o si por un casual le debemos algo de dinero, debemos pagárselo
directamente a Cristóbal y su gente. Manda huevos, me limpian la chimenea, pago
y después vienen estos a pedirme explicaciones porque este tipo les debe
dinero. Hay que tener caradura, si te deben dinero denúnciale, llama al
cobrador del frac o contrata un sicario, pero déjanos en paz al resto de
contribuyentes y ten sensibilidad para no mandar este tipo de cartas amedrentando y amenazando al personal.
Y una última reflexión para Montoro y sus secuaces: no creo
que vayas a conseguir demasiado persiguiendo a deshollinadores que, por cierto,
son un oficio que cuenta con toda la autoridad moral del mundo para tener
dinero negro ¿no?
PD. Leo que los diez folios de la notificación proceden de bosques gestionados de forma sostenible para preservar su ecosistema natural. Gracias Monty por cuidar el planeta... Los reciclaré, porque si los quemo igual se atasca la chimenea y...
jueves, 20 de marzo de 2014
HABER ELEGIDO ZUZTO
Mi hijo Lucio suele vacilarme con el jueguecito de ¿susto o muerte?, aunque él realmente dice ¿zuzto o muete?... Obviamente siempre elijo "Zuzto", lo que implica sufrir un inocente y esperado susto, seguido de una carcajada contagiosa y un "...haber elegido muete". Ayer, sin embargo, pensé que había elegido "muete" porque unos minutos después de jugar con el enano y mandarle a dormir, sentí que la muerte podía estar cerca. Sé que muchos vais a pensar que exagero, pero lo cuento como lo sentí. Ayer pensé que moría en medio de una avalancha humana.
Fue en Valencia, en las Fallas, donde por un casual me vi "obligado" a estar. Intentaba llegar a mi hotel junto a unos amigos, pero según avanzábamos por la plaza del ayuntamiento, cada vez el paso era más complicado por la marabunta de gente que tomaba posiciones para ver la "cremá". Nosotros seguíamos una oleada de bastante gente que avanzaba en una dirección, pero de pronto nos vimos bloqueados porque de frente venía otra oleada de decenas de personas que intentaban ir en dirección contraria; en medio estaban cientos de espectadores posicionados para ver la falla y nadie cedía ni un centímetro al prójimo.
Al principio nos reíamos, pero pronto perdimos contacto unos con otros y la situación se tornó angustiosa y casi dramática. Desde atrás notabas la fuerza y los empujones de quienes querían seguir avanzando y delante estaba todo bloqueado y de vez en cuando había achuchones en el otro sentido. Tanto que llegaba un momento que costaba respirar porque te apretaban por todas partes y no se podía ni hinchar el pecho; estábamos unas diez personas por metro cuadrado, había niños, gente mayor, turistas, locales, imbéciles, histéricos, descerebrados y muchos irresponsables.
He de reconocer que hubo algún momento en que fui presa del pánico, al igual que otros muchos, pero como sé que es el peor enemigo que hay, hice un esfuerzo sobrehumano por controlarlo; empezaba a hiperventilar, a agobiarme en exceso y a marearme viendo que la situación era cada vez más tensa, que estábamos metidos en una ratonera y que crecían las posibilidades de que aquello acabara muy mal porque hubo varios mareos, gente que perdió los nervios y casi se pelea, gritos, tropezones. Mi salvación psicológica fue la llamada de una de mis amigas, que ya había conseguido salir, lo cual me llenó de esperanza, fue como saber que había vida después de la muerte. La salvación material llegó de la mano de unos descerebrados chavalillos marroquíes que se habían metido en el jaleo con una bicicleta y que ante los insultos de la masa enfurecida, se abrieron camino entre la gente con la bici en alto, en procesión por encima de nuestras cabeza. Fue surrealista, pero allí me enganché yo, detrás de los "moritos" ciclistas que consiguieron abrir un corredor "humanitario".
A la salida, taquicárdico perdido e indignado, encontré varias patrullas de policía que "vigilaban" desde fuera al gentío. Corrí a avisarle a uno de ellos de que a la vuelta de la esquina podían tener un "Madrid Arena" en cualquier momento. Con una sonrisa de desprecio me dijo que estábamos en un espacio abierto y que él no podía hacer nada. Me fui a dormir orgulloso de estar vivo, aunque deprimido por pertenecer a tan estúpida clase animal.
Fue en Valencia, en las Fallas, donde por un casual me vi "obligado" a estar. Intentaba llegar a mi hotel junto a unos amigos, pero según avanzábamos por la plaza del ayuntamiento, cada vez el paso era más complicado por la marabunta de gente que tomaba posiciones para ver la "cremá". Nosotros seguíamos una oleada de bastante gente que avanzaba en una dirección, pero de pronto nos vimos bloqueados porque de frente venía otra oleada de decenas de personas que intentaban ir en dirección contraria; en medio estaban cientos de espectadores posicionados para ver la falla y nadie cedía ni un centímetro al prójimo.
Al principio nos reíamos, pero pronto perdimos contacto unos con otros y la situación se tornó angustiosa y casi dramática. Desde atrás notabas la fuerza y los empujones de quienes querían seguir avanzando y delante estaba todo bloqueado y de vez en cuando había achuchones en el otro sentido. Tanto que llegaba un momento que costaba respirar porque te apretaban por todas partes y no se podía ni hinchar el pecho; estábamos unas diez personas por metro cuadrado, había niños, gente mayor, turistas, locales, imbéciles, histéricos, descerebrados y muchos irresponsables.
He de reconocer que hubo algún momento en que fui presa del pánico, al igual que otros muchos, pero como sé que es el peor enemigo que hay, hice un esfuerzo sobrehumano por controlarlo; empezaba a hiperventilar, a agobiarme en exceso y a marearme viendo que la situación era cada vez más tensa, que estábamos metidos en una ratonera y que crecían las posibilidades de que aquello acabara muy mal porque hubo varios mareos, gente que perdió los nervios y casi se pelea, gritos, tropezones. Mi salvación psicológica fue la llamada de una de mis amigas, que ya había conseguido salir, lo cual me llenó de esperanza, fue como saber que había vida después de la muerte. La salvación material llegó de la mano de unos descerebrados chavalillos marroquíes que se habían metido en el jaleo con una bicicleta y que ante los insultos de la masa enfurecida, se abrieron camino entre la gente con la bici en alto, en procesión por encima de nuestras cabeza. Fue surrealista, pero allí me enganché yo, detrás de los "moritos" ciclistas que consiguieron abrir un corredor "humanitario".
A la salida, taquicárdico perdido e indignado, encontré varias patrullas de policía que "vigilaban" desde fuera al gentío. Corrí a avisarle a uno de ellos de que a la vuelta de la esquina podían tener un "Madrid Arena" en cualquier momento. Con una sonrisa de desprecio me dijo que estábamos en un espacio abierto y que él no podía hacer nada. Me fui a dormir orgulloso de estar vivo, aunque deprimido por pertenecer a tan estúpida clase animal.
miércoles, 19 de marzo de 2014
SUPREMA FELICIDAD SOCIAL
Como últimamente este blog parece un libro de autoayuda con permanentes reflexiones sobre el bienestar y charlas de motivación dignas del más prestigioso y remunerado "coach", hoy os voy a hablar de la felicidad.
El otro día leí un titular de un libro de un autor español por el que siento cierto rechazo porque me parece un snob que siempre nos da lecciones de modernidad. No digo el nombre porque tampoco le conozco suficiente ni he leído nada suyo, con lo cual no me creo con autoridad moral para ponerle a parir en público. Simplemente no me cae bien; ya sabéis que soy un tío de prejuicios. Pues bien, el menda critica en su libro la actitud desaforada del ser humano en busca de la felicidad, rechazando esa actitud.
Me pareció el colmo de la estupidez. Quizás un buen tema para explotar en una historia y vender libros, pero una tontería. Qué tiene de malo buscar la felicidad. Lo horrible es lo contrario, no buscarla. Es como decir que no entiendes que los enfermos se empeñen en no sufrir dolor o que los hambrientos se obsesionen por comer. Qué bobada. Claro que sí, todos buscamos la felicidad, es nuestro sino; otra cosa será lo que para cada uno signifique la palabrita en cuestión. Para unos puede ser más superficial y para otros más profunda. Uno puede ser feliz leyendo a Kafka, otro haciendo autodefinidos y el de más allá, haciendo autopsias (por eso es el del más allá, je, je).
Entiendo que lo que este escritor quiere decir es que la obsesión por alcanzar la felicidad nos lleva por caminos erróneos o que hay gente que ha equivocado el concepto de felicidad y lo ha identificado directamente con el poder físico, político o económico. En eso estoy de acuerdo, para la mayoría de nuestros chavales la felicidad pasa por tener el nuevo mando de la nueva consola del nuevo móvil y para sus padres por tener el nuevo modelo del nuevo deportivo de la marca más molona de coches. Por eso criticaría lo que podemos entender por felicidad, pero no la felicidad en sí.
Y si hago este alegato de la felicidad es porque he escuchado que Maduro ha creado en Venezuela el Ministerio de la Suprema Felicidad Social. Vaya por delante que el elemento en cuestión no es santo de mi devoción como tampoco lo era su predecesor, por muchos momentos de carcajadas que nos hayan arrancado con sus apariciones de caras y sus desplantes a los gringos. Sin embargo he de reconocer que me parece mucho mejor para este mundo en que vivimos la existencia de muchos más ministerios de Suprema Felicidad Social y alguno menos de Competitividad como el que aquí tenemos. Os lo dice alguien que sí que busca la felicidad, incluso la de mis lectores, por pocos e infelices que sean.
El otro día leí un titular de un libro de un autor español por el que siento cierto rechazo porque me parece un snob que siempre nos da lecciones de modernidad. No digo el nombre porque tampoco le conozco suficiente ni he leído nada suyo, con lo cual no me creo con autoridad moral para ponerle a parir en público. Simplemente no me cae bien; ya sabéis que soy un tío de prejuicios. Pues bien, el menda critica en su libro la actitud desaforada del ser humano en busca de la felicidad, rechazando esa actitud.
Me pareció el colmo de la estupidez. Quizás un buen tema para explotar en una historia y vender libros, pero una tontería. Qué tiene de malo buscar la felicidad. Lo horrible es lo contrario, no buscarla. Es como decir que no entiendes que los enfermos se empeñen en no sufrir dolor o que los hambrientos se obsesionen por comer. Qué bobada. Claro que sí, todos buscamos la felicidad, es nuestro sino; otra cosa será lo que para cada uno signifique la palabrita en cuestión. Para unos puede ser más superficial y para otros más profunda. Uno puede ser feliz leyendo a Kafka, otro haciendo autodefinidos y el de más allá, haciendo autopsias (por eso es el del más allá, je, je).
Entiendo que lo que este escritor quiere decir es que la obsesión por alcanzar la felicidad nos lleva por caminos erróneos o que hay gente que ha equivocado el concepto de felicidad y lo ha identificado directamente con el poder físico, político o económico. En eso estoy de acuerdo, para la mayoría de nuestros chavales la felicidad pasa por tener el nuevo mando de la nueva consola del nuevo móvil y para sus padres por tener el nuevo modelo del nuevo deportivo de la marca más molona de coches. Por eso criticaría lo que podemos entender por felicidad, pero no la felicidad en sí.
Y si hago este alegato de la felicidad es porque he escuchado que Maduro ha creado en Venezuela el Ministerio de la Suprema Felicidad Social. Vaya por delante que el elemento en cuestión no es santo de mi devoción como tampoco lo era su predecesor, por muchos momentos de carcajadas que nos hayan arrancado con sus apariciones de caras y sus desplantes a los gringos. Sin embargo he de reconocer que me parece mucho mejor para este mundo en que vivimos la existencia de muchos más ministerios de Suprema Felicidad Social y alguno menos de Competitividad como el que aquí tenemos. Os lo dice alguien que sí que busca la felicidad, incluso la de mis lectores, por pocos e infelices que sean.
domingo, 16 de marzo de 2014
SER DISTINTO
En la mili te decían que no destacaras por nada, que pasaras desapercibido. Es una actitud conservadora y en ocasiones mediocre, pero que te puede evitar responsabilidades o reprimendas en muchos momentos de la vida.
En el cole, tristemente, y por mucho que todos los profesores presuman de lo contrario, lo que se potencia es lo mismo: niños disciplinados que estén espabilados, pero sin pasarse.
En el trabajo, día a día se demuestra que los más grises triunfan en muchas ocasiones porque son especialistas en remar a favor de la corriente y saben pasar desapercibidos para no ensombrecer a su jefe.
En muchos ensayos sobre el poder, cualquier tipo de poder, se concluye que lo que busca el poderoso es siempre una masa homogenea, obediente y que no mee fuera del tiesto. Y en eso estamos, en ser buenos corderitos, en comprar todos la misma ropa, beber las mismas bebidas, escuchar la misma música y votar a los mismos partidos.
El resultado es este y lo podéis encontrar en cualquier cierre de cualquier tienda o incluso en el lateral del telefonillo de tu casa. Si eres cerrajero y quieres promocionar tu negocio, no hagas pegatinas, ni cuadradas, ni redondas, ni ovaladas, nadie te va a llamar porque nadie es capaz de elegir una sola de las 80 pegatas que hay en cada portal. Aunque veas que lo hacen el resto de cerrajeros, tú no tires tu dinero, inventa otro sistema, intenta ser distinto, destacar por precio, por calidad o por mear fuera del tiesto porque si haces lo mismo que el resto, estás muerto.
Pensaréis que se me ha ido la cabeza y que esto es una estupidez. No os quito la razón, pero sinceramente esta imagen me crea un gran desasosiego e inquietud porque me preocupa que los humanos seamos así de "ovejitas" que nos calquemos unos a otros los comportamientos por miedo a ser distintos. Y no tengo nada contra los cerrajeros, lo mismo pasa en todos los sectores y los anuncios de perfume son todos iguales, y los de los coches son exactos y los supermercados hacen todos el mismo catálogo que te encartan dentro del periódico y los telediarios tienen el mismo formato en todas las cadenas y los puticlubs tienen todos las mismas luces y los restaurantes chinos, los mismos cuadros horripilantes.
Y nos equivocamos, y mucho, porque cada uno somos bien distintos, porque todos podemos brillar por nosotros mismos y todos tenemos una importante dosis de creatividad, aunque este oculta, para destacar frente a la masa. ¡Viva lo distinto!, ¡viva el distinto!
En el cole, tristemente, y por mucho que todos los profesores presuman de lo contrario, lo que se potencia es lo mismo: niños disciplinados que estén espabilados, pero sin pasarse.
En el trabajo, día a día se demuestra que los más grises triunfan en muchas ocasiones porque son especialistas en remar a favor de la corriente y saben pasar desapercibidos para no ensombrecer a su jefe.
En muchos ensayos sobre el poder, cualquier tipo de poder, se concluye que lo que busca el poderoso es siempre una masa homogenea, obediente y que no mee fuera del tiesto. Y en eso estamos, en ser buenos corderitos, en comprar todos la misma ropa, beber las mismas bebidas, escuchar la misma música y votar a los mismos partidos.
El resultado es este y lo podéis encontrar en cualquier cierre de cualquier tienda o incluso en el lateral del telefonillo de tu casa. Si eres cerrajero y quieres promocionar tu negocio, no hagas pegatinas, ni cuadradas, ni redondas, ni ovaladas, nadie te va a llamar porque nadie es capaz de elegir una sola de las 80 pegatas que hay en cada portal. Aunque veas que lo hacen el resto de cerrajeros, tú no tires tu dinero, inventa otro sistema, intenta ser distinto, destacar por precio, por calidad o por mear fuera del tiesto porque si haces lo mismo que el resto, estás muerto.
Pensaréis que se me ha ido la cabeza y que esto es una estupidez. No os quito la razón, pero sinceramente esta imagen me crea un gran desasosiego e inquietud porque me preocupa que los humanos seamos así de "ovejitas" que nos calquemos unos a otros los comportamientos por miedo a ser distintos. Y no tengo nada contra los cerrajeros, lo mismo pasa en todos los sectores y los anuncios de perfume son todos iguales, y los de los coches son exactos y los supermercados hacen todos el mismo catálogo que te encartan dentro del periódico y los telediarios tienen el mismo formato en todas las cadenas y los puticlubs tienen todos las mismas luces y los restaurantes chinos, los mismos cuadros horripilantes.
Y nos equivocamos, y mucho, porque cada uno somos bien distintos, porque todos podemos brillar por nosotros mismos y todos tenemos una importante dosis de creatividad, aunque este oculta, para destacar frente a la masa. ¡Viva lo distinto!, ¡viva el distinto!
miércoles, 12 de marzo de 2014
MI TIEMPO ES MÍO
Ya he argumentado muchas veces mis teorías demoniacas sobre la revolución digital y de como la creación de internet fue el origen de muchos de los problemas que ahora nos sacuden. No la propia red, sino la ausencia de legislación, regulación y precio de todo ese nuevo y maravilloso entramado. No es que sea un negacionista digital, todo lo contrario, pero creo que a los inventores de todo esto se les fue de las manos y dejaron demasiado libre y sin control el desarrollo de una tecnología demasiado potente como para ponérsela en bandeja al liberalismo devorador. El resultado fue un "marica el último" que ha enriquecido a los más avispados desarrolladores y emprendedores, mientras mandaba a la ruina a sectores enteros de todo el mundo como las agencias de viaje, los medios informativos en papel, las discográficas, el cine y otros cientos.
Pero lo más trascendente que la globalización digital o la digitalización global ha supuesto para nuestro día a día ha sido la aceleración del tiempo y la pérdida de control sobre él. No hay que ser un lince para afirmar que internet nos hace las cosas mucho más fáciles y que lo que antes podía suponerte una semana de trabajo, ahora se resuelve en unos minutos con unas cuantas búsquedas y mails. Pero como consecuencia, para lo que antes hacían falta cuatro o cinco personas, ahora sobran tres o cuatro. Nuestra eficiencia se ha multiplicado por mogollón y nuestro estrés también, porque en el mismo horario hemos infinitiplicado el número de gestiones y asuntos resueltos o tratados. Además el horario también ha aumentado con la movilidad de los cacharros digitales que te permiten seguir trabajando en casa, en el restaurante o en la casa de putas.
El resultado de todo esto son muchos más parados, trabajadores más ocupados y sin embargo una economía maltrecha por haber devaluado el coste de los servicios. Hemos hecho eso que siempre se buscaba, optimizar el tiempo, pero sin poner en valor esa mejora.
No obstante y reafirmándome como un fiel seguidor y defensor de cualquier innovación tecnológica y digital, he de decir que lo que peor llevo de todo esto es la falta de control sobre el tiempo propio. Una carta la contestaba uno cuando quería; un mail hay que contestarlo de inmediato porque si no lo haces el del otro lado se pone nervioso y te considera informal. Los SMS y WhatsApp, ni te cuento, yo me paso el día recibiendo recriminaciones porque no los leo al momento o no los contesto. Y lo que ya me saca de quicio son las alarmas o chivatos de las redes sociales que le dicen a todo el mundo si estás conectado, desde qué aparato, dónde y qué ropa llevas. Poco a poco me voy haciendo objetor de conciencia y defendiendo lo más valioso que tengo, después de mi familia: mi tiempo. Te sugiero que hagas lo mismo, ¿qué coño haces leyendo esta mierda de blog?
PD. La foto es una obra del artista Daniel Canogar que vi en ARCO y me encantó.
Pero lo más trascendente que la globalización digital o la digitalización global ha supuesto para nuestro día a día ha sido la aceleración del tiempo y la pérdida de control sobre él. No hay que ser un lince para afirmar que internet nos hace las cosas mucho más fáciles y que lo que antes podía suponerte una semana de trabajo, ahora se resuelve en unos minutos con unas cuantas búsquedas y mails. Pero como consecuencia, para lo que antes hacían falta cuatro o cinco personas, ahora sobran tres o cuatro. Nuestra eficiencia se ha multiplicado por mogollón y nuestro estrés también, porque en el mismo horario hemos infinitiplicado el número de gestiones y asuntos resueltos o tratados. Además el horario también ha aumentado con la movilidad de los cacharros digitales que te permiten seguir trabajando en casa, en el restaurante o en la casa de putas.
El resultado de todo esto son muchos más parados, trabajadores más ocupados y sin embargo una economía maltrecha por haber devaluado el coste de los servicios. Hemos hecho eso que siempre se buscaba, optimizar el tiempo, pero sin poner en valor esa mejora.
No obstante y reafirmándome como un fiel seguidor y defensor de cualquier innovación tecnológica y digital, he de decir que lo que peor llevo de todo esto es la falta de control sobre el tiempo propio. Una carta la contestaba uno cuando quería; un mail hay que contestarlo de inmediato porque si no lo haces el del otro lado se pone nervioso y te considera informal. Los SMS y WhatsApp, ni te cuento, yo me paso el día recibiendo recriminaciones porque no los leo al momento o no los contesto. Y lo que ya me saca de quicio son las alarmas o chivatos de las redes sociales que le dicen a todo el mundo si estás conectado, desde qué aparato, dónde y qué ropa llevas. Poco a poco me voy haciendo objetor de conciencia y defendiendo lo más valioso que tengo, después de mi familia: mi tiempo. Te sugiero que hagas lo mismo, ¿qué coño haces leyendo esta mierda de blog?
PD. La foto es una obra del artista Daniel Canogar que vi en ARCO y me encantó.
martes, 11 de marzo de 2014
ONCEME
Es verdad que en todos los aniversarios nos saturan con los monográficos y recopilatorios del hecho en cuestión. Es cierto que en general nuestra mente tiende a huir de estos recordatorios de acontecimientos luctuosos. Por eso no tenía ninguna intención de arrancar el día con el tema del día. Sin embargo, después de cenar con unos buenos amigos, he vuelto a casa enchufado a la radio y como había un monográfico recopilatorio recordatorio luctuoso: me lo he tragado. Y como resultado no he tenido más remedio que escupir lo siguiente.
Qué jodido tiene que ser que tu hijo, tu padre, tu hermano o tu colega coja el metro para ir a currar o a estudiar y una indiscriminada bomba intolerante le destroce en mil pedazos. Qué jodido tiene que ser enterrar a tu ser querido sabiendo que es uno más de una estadística y que tu dolor pasa desapercibido, es sólo tuyo. Qué jodido tiene que ser no entender por qué han segado la vida de tu amor y sentir que ha sido en balde. Qué chungo tiene que ser que la memoria de tu familia sea arma arrojadiza política para menospreciar al partido de enfrente. Qué irritante tiene que ser que tu horfandad sea además teñida de culpabilidad y de intereses conspiradores.
Trato de ponerme en la piel de cada uno de ellos y sólo encuentro la parálisis del dolor y el ahogo de las lágrimas para evitar salir a la calle a romperle la crisma a quien no sólo no se compadece de tu situación, sino que además se aprovecha de ella y hasta te insulta.
Sí, para mí y creo que para mucha más gente, lo ocurrido en el 11M fue la mayor vergüenza de la democracia española, la mayor demostración de intolerancia y de egoísmo político. El atentado fue la mayor salvajada que sólo insensatos hijos de puta sin cerebro pueden cometer; nunca nadie podrá llegar a entender lo que pasa por la mente de ese tipo de terroristas radicales sectarios y sin un claro objetivo político, que sólo buscan hacer daño al prójimo por el hecho de ser prójimo. En esto creo que todos estamos de acuerdo.
Sin embargo, a partir de ese momento lo que ocurrió fue la más cruel, insensible y despiadada demostración de canibalismo político, de manipulación, de mentiras, de infundadas acusaciones por un puñado de votos y por el poder. Desde entonces las víctimas recibieron esa patada moral y el resto de españoles el insulto de tomarnos por tontos, de hacernos creer que había sido ETA y después tener que aguantar durante años las intransigentes teorías conspirativas de ambiciosos periodistillas y penosos tertulianos que han cuestionado todo y llegaron a atribuir directamente el atentado al propio ZP y su partido.
Todo el mundo recuerda su propio 11M. Yo me despertaba como cada día con Iñaki Gabilondo (si lo hubiera hecho con Luis del Olmo igual tenía otro discurso) y recuerdo al segundo la evolución de las sensaciones: del espanto, al horror, al dolor, a la incredulidad, a la rabia, a la rebelión... Aquél era un momento para estar unidos, para abrazarse con la gente por la calle, sin partidos, ni ideologías. Para que el presidente hubiera llamado a todos los partidos a un gran pacto, a una unión frente a los salvajes. Te juro que hasta yo hubiera votado al PP al día siguiente.
Pero no, con los pabellones de Ifema llenos de féretros y forenses, los ministros del saliente Aznar daban órdenes manipuladoras y amenazantes y trataban de engañarnos. Les dijimos que no y entonces nos acusaron de aprovecharnos del atentado y de incluso promoverlo. Todavía hoy, diez años después, cuando ya el actual Ministro de interior, los jueces y el sentido común se han rendido a la evidencia, todavía hay algunos personajillos que encuentran en ese dolor rédito para captar cierto protagonismo, recuperar algunos votos o vender unos cuantos periódicos más. Qué vergüenza, qué penita.
Qué jodido tiene que ser que tu hijo, tu padre, tu hermano o tu colega coja el metro para ir a currar o a estudiar y una indiscriminada bomba intolerante le destroce en mil pedazos. Qué jodido tiene que ser enterrar a tu ser querido sabiendo que es uno más de una estadística y que tu dolor pasa desapercibido, es sólo tuyo. Qué jodido tiene que ser no entender por qué han segado la vida de tu amor y sentir que ha sido en balde. Qué chungo tiene que ser que la memoria de tu familia sea arma arrojadiza política para menospreciar al partido de enfrente. Qué irritante tiene que ser que tu horfandad sea además teñida de culpabilidad y de intereses conspiradores.
Trato de ponerme en la piel de cada uno de ellos y sólo encuentro la parálisis del dolor y el ahogo de las lágrimas para evitar salir a la calle a romperle la crisma a quien no sólo no se compadece de tu situación, sino que además se aprovecha de ella y hasta te insulta.
Sí, para mí y creo que para mucha más gente, lo ocurrido en el 11M fue la mayor vergüenza de la democracia española, la mayor demostración de intolerancia y de egoísmo político. El atentado fue la mayor salvajada que sólo insensatos hijos de puta sin cerebro pueden cometer; nunca nadie podrá llegar a entender lo que pasa por la mente de ese tipo de terroristas radicales sectarios y sin un claro objetivo político, que sólo buscan hacer daño al prójimo por el hecho de ser prójimo. En esto creo que todos estamos de acuerdo.
Sin embargo, a partir de ese momento lo que ocurrió fue la más cruel, insensible y despiadada demostración de canibalismo político, de manipulación, de mentiras, de infundadas acusaciones por un puñado de votos y por el poder. Desde entonces las víctimas recibieron esa patada moral y el resto de españoles el insulto de tomarnos por tontos, de hacernos creer que había sido ETA y después tener que aguantar durante años las intransigentes teorías conspirativas de ambiciosos periodistillas y penosos tertulianos que han cuestionado todo y llegaron a atribuir directamente el atentado al propio ZP y su partido.
Todo el mundo recuerda su propio 11M. Yo me despertaba como cada día con Iñaki Gabilondo (si lo hubiera hecho con Luis del Olmo igual tenía otro discurso) y recuerdo al segundo la evolución de las sensaciones: del espanto, al horror, al dolor, a la incredulidad, a la rabia, a la rebelión... Aquél era un momento para estar unidos, para abrazarse con la gente por la calle, sin partidos, ni ideologías. Para que el presidente hubiera llamado a todos los partidos a un gran pacto, a una unión frente a los salvajes. Te juro que hasta yo hubiera votado al PP al día siguiente.
Pero no, con los pabellones de Ifema llenos de féretros y forenses, los ministros del saliente Aznar daban órdenes manipuladoras y amenazantes y trataban de engañarnos. Les dijimos que no y entonces nos acusaron de aprovecharnos del atentado y de incluso promoverlo. Todavía hoy, diez años después, cuando ya el actual Ministro de interior, los jueces y el sentido común se han rendido a la evidencia, todavía hay algunos personajillos que encuentran en ese dolor rédito para captar cierto protagonismo, recuperar algunos votos o vender unos cuantos periódicos más. Qué vergüenza, qué penita.
jueves, 6 de marzo de 2014
DESINTOXICACIÓN
Por primera vez en los últimos años, en esta ocasión no dispusimos de conexión a internet durante nuestra semana de estancia en el Sahara. Eso implica que he estado durante siete días desconectado del mundo y en proceso de desintoxicación, que realmente lo necesitaba. Es toda una experiencia en estos tiempos y creo que merece la pena.
En todo ese tiempo no he tenido ningún e-mail explosivo de los que tienes que contestar antes de que se autodestruyan llevándose por delante tu ordenador, tu casa y toda tu familia; tampoco he podido saber en tiempo real los cronos de entrenamientos de los pilotos americanos de supercross; ni siquiera me he enterado de que a tres amigos les gusta mi enlace; ni de que la actualización de software está lista para instalar, ni de que el 23F no fue lo que habíamos pensado, ni de que se había muerto Paco de Lucía... Durante siete días estuve rehabilitando mis tendones de los antebrazos, que sufren de tanto teclado y mi estresada mente que necesita saber al minuto lo que pasa en el mundo, en mi país, en mi ciudad y en mi red social.
Pues resulta que he sobrevivido y lo he hecho mejorando mi salud mental y dándole importancia a otras cosas más mundanas. Sí, se puede vivir sin internet, pero también sin noticias, sin WhatsApp, sin itinerancia de datos y, ahora que me doy cuenta, sin comprar. Sí coño, he estado toda una semana sin comprar nada, ni un euro, ni un dinar, no he entrado en ninguna tienda, no he dado el número de tarjeta a nadie, no he hablado con ningún estafador...
¡Cágate lorito!, vuelvo totalmente desintoxicado porque tampoco he fumado puros, ni me he cogido ninguna borrachera de las mías, ni siquiera he ido a misa... Lo único que tengo que confesar es que llamé varias veces a mi mujer y a mis hijos y que el lunes por la noche me senté en la jaima con mis hermanos saharauis a ver el partido del Espanyol. Hasta ahí podíamos llegar.
PD. En saharaui se dice "¡Meate camella!" en lugar de "¡Cágate lorito!", por eso la foto.
En todo ese tiempo no he tenido ningún e-mail explosivo de los que tienes que contestar antes de que se autodestruyan llevándose por delante tu ordenador, tu casa y toda tu familia; tampoco he podido saber en tiempo real los cronos de entrenamientos de los pilotos americanos de supercross; ni siquiera me he enterado de que a tres amigos les gusta mi enlace; ni de que la actualización de software está lista para instalar, ni de que el 23F no fue lo que habíamos pensado, ni de que se había muerto Paco de Lucía... Durante siete días estuve rehabilitando mis tendones de los antebrazos, que sufren de tanto teclado y mi estresada mente que necesita saber al minuto lo que pasa en el mundo, en mi país, en mi ciudad y en mi red social.
Pues resulta que he sobrevivido y lo he hecho mejorando mi salud mental y dándole importancia a otras cosas más mundanas. Sí, se puede vivir sin internet, pero también sin noticias, sin WhatsApp, sin itinerancia de datos y, ahora que me doy cuenta, sin comprar. Sí coño, he estado toda una semana sin comprar nada, ni un euro, ni un dinar, no he entrado en ninguna tienda, no he dado el número de tarjeta a nadie, no he hablado con ningún estafador...
¡Cágate lorito!, vuelvo totalmente desintoxicado porque tampoco he fumado puros, ni me he cogido ninguna borrachera de las mías, ni siquiera he ido a misa... Lo único que tengo que confesar es que llamé varias veces a mi mujer y a mis hijos y que el lunes por la noche me senté en la jaima con mis hermanos saharauis a ver el partido del Espanyol. Hasta ahí podíamos llegar.
PD. En saharaui se dice "¡Meate camella!" en lugar de "¡Cágate lorito!", por eso la foto.
martes, 4 de marzo de 2014
PREJUICIOS
Ahora que ya estoy en la segunda edad y que con la barba que me ha salido en el Sahara parezco todavía más viejo, voy a reconocer una cosa: soy un tío de prejuicios. Aún voy a más, soy un ferviente defensor de los prejuicios, frente a la gran mayoría de la sociedad que los vapulea y desprecia como si fueran una lacra. Todo el que quiera ser políticamente correcto o diplomático, tiene que admitir que no tiene prejuicios e incluso repetirlo varias veces en su discurso: "no tengo prejuicios, pero me caen mal los albanokosovares... no tengo prejuicios, pero ese coche seguro que lo conduce una chica... no tengo prejuicios, pero desde que he visto a ese tío me ha dado mala espina". Pues bien, yo sí tengo prejuicios y cada vez más. Cada vez me fío más de la primera impresión que me dan las personas y si lo hago así es porque en mi dilatada experiencia de medio siglo en este mundo he comprobado que rara vez te llevas una sorpresa, ni para bien ni para mal.
Pongo algunos ejemplos. El otro día escuché en la radio que un árbitro había hecho repetir el saque inicial: sí tengo prejuicios, ese tío es un gilipollas con todas las letras y lo único que buscaba era llamar la atención y darse importancia. Voy al centro comercial a comprar el pan y me encuentro a dos niños repeinados vestidos con capa, sí tengo prejuicios y los padres de esos vomitivos angelitos tienen que ser unos fachas redomados trasnochados.
Vale, vale, estoy siendo intolerante y sectario, pero es que no lo puedo remediar, soy un tipo simplón y me dejo llevar por ese primer flashazo que te llega a la retina cuando te cruzas con alguien. Quizás por eso me fío a la primera de gente que no conozco de nada y desconfío de otro personal por mucho que tenga buenas referencias. No sé si es el físico, la actitud o el instinto femenino, pero hay algo que te invita a empatizar con el de en frente o a rechazarlo. De hecho mi mente va asignando un espacio distinto a cada ser que voy conociendo según la primera impresión.
También tengo que indicar que no soy el único y que hay mucha gente a la que le pasa aunque no lo reconozca. A veces soy víctima de esos prejuicios y hay gente que me mira mal porque no llevo corbata o que se piensa que soy imbécil porque no me quejo cuando me ponen el vino picado.
Ya sé que está mal visto reconocerlo y que lo bonito es decir que no se tienen ningún tipo de prejuicios, pero os estaría mintiendo. De todas formas, no os lo toméis a mal, porque si estáis leyendo esto lo más seguro es que seáis de los que el primer día me dieron buena espina.Y si no es así, no os preocupeis porque algunos pocos han conseguido cambiar esa percepción. Pero pocos, eh!
Pongo algunos ejemplos. El otro día escuché en la radio que un árbitro había hecho repetir el saque inicial: sí tengo prejuicios, ese tío es un gilipollas con todas las letras y lo único que buscaba era llamar la atención y darse importancia. Voy al centro comercial a comprar el pan y me encuentro a dos niños repeinados vestidos con capa, sí tengo prejuicios y los padres de esos vomitivos angelitos tienen que ser unos fachas redomados trasnochados.
Vale, vale, estoy siendo intolerante y sectario, pero es que no lo puedo remediar, soy un tipo simplón y me dejo llevar por ese primer flashazo que te llega a la retina cuando te cruzas con alguien. Quizás por eso me fío a la primera de gente que no conozco de nada y desconfío de otro personal por mucho que tenga buenas referencias. No sé si es el físico, la actitud o el instinto femenino, pero hay algo que te invita a empatizar con el de en frente o a rechazarlo. De hecho mi mente va asignando un espacio distinto a cada ser que voy conociendo según la primera impresión.
También tengo que indicar que no soy el único y que hay mucha gente a la que le pasa aunque no lo reconozca. A veces soy víctima de esos prejuicios y hay gente que me mira mal porque no llevo corbata o que se piensa que soy imbécil porque no me quejo cuando me ponen el vino picado.
Ya sé que está mal visto reconocerlo y que lo bonito es decir que no se tienen ningún tipo de prejuicios, pero os estaría mintiendo. De todas formas, no os lo toméis a mal, porque si estáis leyendo esto lo más seguro es que seáis de los que el primer día me dieron buena espina.Y si no es así, no os preocupeis porque algunos pocos han conseguido cambiar esa percepción. Pero pocos, eh!
domingo, 2 de marzo de 2014
MOMENTOS SAHARAUIS
Tumbado encima de decenas de maletas en lo alto de un vetusto camión rumbo hacia Tindouf. Delante van cuatro autobuses repletos de corredores solidarios. Acaba el Sahara Marathon y noto que me va dando el bajón de todos los años; una vez pasada la tensión provocada por el peso de la responsabilidad, todo el agotamiento de las últimas semanas sale a relucir sin avisar. Miro a las estrellas e intento repasar los mejores momentos del intenso viaje, pero me quedo dormido con el traqueteo del camión y los frenazos de la escolta.
Supongo que la mayoría de mis acompañantes coinciden en esos highlights de la semana: la hospitalidad de la familia, la grandeza del desierto, la música en las dunas, la alegría de los niños corriendo o los típicos gritos guturales de las mujeres saharauis. Yo no soy menos, pero quizás porque ya lo he vivido muchas veces, los momentos especiales que me llegan a la cabeza son mucho más tontos, casi anecdóticos, pero muy reveladores de lo que es este viaje.
Sin ni siquiera haber iniciado el vuelo, en Madrid, en la calle Príncipe de Vergara, tuve la primera inmersión en el profundo y mágico mundo saharaui. Mientras recogía los visados y ultimaba los detalles legales antes de ir al aeropuerto, Mahayub, el delegado consular, estaba algo estresado porque íbamos justos de tiempo, pero entre llamada y llamada me ofrecía un te calentito para que me fuera adaptando. Tomar te saharaui en el barrio de Salamanca es cuando menos relajante. Lo peor fue cuando volvió a sonar el teléfono y Mahayub me dejó esperando durante media hora porque llamaban desde el Sahara para pedirle la mano de su sobrina y allí me quedé yo escuchando el ceremonial de la jaima, el camello que iban a matar, los invitados, el novio... Inmersión inmediata en los campamentos.
Una vez allí, en Smara, os podría contar mis mejoras con el hassania porque Dumaha ya me ha enseñado a decir que tengo hambre, sed o sueño e incluso sé decir catorce y veintiocho con cierta fluidez. Pero me quedó grabado un momento que pudo ser dramático pero quedó en anécdota. El primer Ministro saharaui se dirigía a una delegación de corredores de todo el mundo y yo tenía que traducir su filosófico discurso. Empezaba a pasarlas canutas cuando vi que al fondo de la sala varios de los asistentes se levantaban angustiados por la presencia de un gran escorpión entre las colchonetas en las que estaban sentados. Un valiente saharaui lo cazó con una gorra y lo metió en una botella. Todos nos quedamos algo asustados por lo que podría haber pasado, pero en Primer Ministro siguió hablando de la moralidad en el deporte y yo translating.
No hay muchos animales en el desierto, aunque todos hemos visto alguna que otra cucaracha meterse por el agujero negro del retrete. Eso sí, su paulatina occidentalización les va llevando a tener cada vez más gatos o perros a modo de animales de compañía, cosa que las cabras y los camellos no son. También hay ratoncillos y nosotros teníamos un par de ellos como mascotas. Uno estaba en la oficina de carrera y nos controlaba mientras dábamos dorsales; el otro estaba en el almacén, donde yo me recluía en solitario para hacer las cuentas o repasar el programa. Se trata de un despacho muy particular, lleno de polvo y mierda, con las cajas amontonadas por todas partes, sin luz eléctrica durante buena parte del día... Pero yo me encuentro muy a gusto allí, escondido y con el ratoncito pasando entre mis pies. Si en Madrid veo un ratón, os aseguro que salto encima de la mesa, pero allí es parte de mi familia.
Pero ya que hablo de mi familia y si me tengo que quedar con un momento de toda la semana, sin duda me quedo con el rato que pasé con Mohamed, el padre de nuestra familia, jugando a un juego de mesa, o de alfombra, saharaui. Se juega con cacas secas de camello y es una mezcla entre las canicas y la petanca, pero con olorcillo. Lo pasamos en grande.
Ya sé que esperabais aventuras e historias más truculentas de tan apasionante viaje, pero es que yo siempre me quedo con las nimiedades. Eso sí, de toda esta experiencia he sacado una clara conclusión: no me vuelvo a dormir arriba del camión, menudo trancazo me he pillado.
Supongo que la mayoría de mis acompañantes coinciden en esos highlights de la semana: la hospitalidad de la familia, la grandeza del desierto, la música en las dunas, la alegría de los niños corriendo o los típicos gritos guturales de las mujeres saharauis. Yo no soy menos, pero quizás porque ya lo he vivido muchas veces, los momentos especiales que me llegan a la cabeza son mucho más tontos, casi anecdóticos, pero muy reveladores de lo que es este viaje.
Sin ni siquiera haber iniciado el vuelo, en Madrid, en la calle Príncipe de Vergara, tuve la primera inmersión en el profundo y mágico mundo saharaui. Mientras recogía los visados y ultimaba los detalles legales antes de ir al aeropuerto, Mahayub, el delegado consular, estaba algo estresado porque íbamos justos de tiempo, pero entre llamada y llamada me ofrecía un te calentito para que me fuera adaptando. Tomar te saharaui en el barrio de Salamanca es cuando menos relajante. Lo peor fue cuando volvió a sonar el teléfono y Mahayub me dejó esperando durante media hora porque llamaban desde el Sahara para pedirle la mano de su sobrina y allí me quedé yo escuchando el ceremonial de la jaima, el camello que iban a matar, los invitados, el novio... Inmersión inmediata en los campamentos.
Una vez allí, en Smara, os podría contar mis mejoras con el hassania porque Dumaha ya me ha enseñado a decir que tengo hambre, sed o sueño e incluso sé decir catorce y veintiocho con cierta fluidez. Pero me quedó grabado un momento que pudo ser dramático pero quedó en anécdota. El primer Ministro saharaui se dirigía a una delegación de corredores de todo el mundo y yo tenía que traducir su filosófico discurso. Empezaba a pasarlas canutas cuando vi que al fondo de la sala varios de los asistentes se levantaban angustiados por la presencia de un gran escorpión entre las colchonetas en las que estaban sentados. Un valiente saharaui lo cazó con una gorra y lo metió en una botella. Todos nos quedamos algo asustados por lo que podría haber pasado, pero en Primer Ministro siguió hablando de la moralidad en el deporte y yo translating.
No hay muchos animales en el desierto, aunque todos hemos visto alguna que otra cucaracha meterse por el agujero negro del retrete. Eso sí, su paulatina occidentalización les va llevando a tener cada vez más gatos o perros a modo de animales de compañía, cosa que las cabras y los camellos no son. También hay ratoncillos y nosotros teníamos un par de ellos como mascotas. Uno estaba en la oficina de carrera y nos controlaba mientras dábamos dorsales; el otro estaba en el almacén, donde yo me recluía en solitario para hacer las cuentas o repasar el programa. Se trata de un despacho muy particular, lleno de polvo y mierda, con las cajas amontonadas por todas partes, sin luz eléctrica durante buena parte del día... Pero yo me encuentro muy a gusto allí, escondido y con el ratoncito pasando entre mis pies. Si en Madrid veo un ratón, os aseguro que salto encima de la mesa, pero allí es parte de mi familia.
Pero ya que hablo de mi familia y si me tengo que quedar con un momento de toda la semana, sin duda me quedo con el rato que pasé con Mohamed, el padre de nuestra familia, jugando a un juego de mesa, o de alfombra, saharaui. Se juega con cacas secas de camello y es una mezcla entre las canicas y la petanca, pero con olorcillo. Lo pasamos en grande.
Ya sé que esperabais aventuras e historias más truculentas de tan apasionante viaje, pero es que yo siempre me quedo con las nimiedades. Eso sí, de toda esta experiencia he sacado una clara conclusión: no me vuelvo a dormir arriba del camión, menudo trancazo me he pillado.
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