Cuando te acabas un libro, te quedas vacío. Bueno, si el libro
es bueno y te ha gustado, te quedas lleno, sientes una sensación de complicidad
con ese mazacote de papel muy parecida al amor (sin sexo). El vacío que digo es
mayor cuanto más te ha gustado el libro anterior, sientes que después de esa
maravilla difícilmente vas a sentir el mismo placer leyendo cualquier otro
ejemplar. Por eso cada vez que quedamos impactados por alguna obra, corremos a
la estantería, la biblioteca o la librería a buscar otras cosas de ese mismo
autor. De esa forma también huimos de esa montaña de libros pendientes que
solemos tener en la mesilla y que nunca encuentran su momento.
Estos días están siendo muy propicios para la lectura y me he propuesto, como primer objetivo, acabar con la susodicha montaña de letras.
Esta formación geodésica se crea por sedimentación de ejemplares que te van
regalando o que has comprado porque en un momento dado te han interesado, pero
que requieren de unas circunstancias muy concretas para su lectura y, no sé por
qué, pero esas circunstancias son más escurridizas que el mismísimo pico de la
curva. El monte en cuestión cuenta de nueve volúmenes que se supone que están
los primeros en la lista de espera. Por detrás de ellos hay otra veintena que
están en el estante de los "sin leer", alguno de ellos desde hace muchos años. De
vez en cuando algún enchufado consigue escaparse de esa desesperante
“cuarentena” de espera y adelanta por la izquierda a todos los de la mesilla,
ante las evidentes quejas del resto de víctimas del overbooking literario.
El proceso selectivo por el que se permite a cualquiera de
ellos el “upgrade” es muy exigente. Tiene que superar primero las cribas
básicas de autor y obra, después ha de tener una presencia física atractiva (el
marketing del libro es tan importante como el del vino o el de los
calzoncillos), el grosor también es fundamental porque no siempre está uno con
humor para enfrentarse a un tocho de ochocientas páginas, la temática tiene que
pasar un examen psicotécnico para coincidir con el estado de ánimo del lector y
una vez superado todo ese proceso, el lector elige el que le sale de la punta,
en función de factores totalmente inescrotables.
En mi caso y debido a la edad, también afecta bastante el
tamaño de la letra y la distribución en capítulos relativamente cortos que te
permitan hacer paradas de vez en cuando y no tener que empezar cada día a
releer todo para ver dónde te habías perdido cuando te quedaste dormido.
También es importante saber lo que uno espera de un libro y en mi caso suele
ser que me hagan pensar. Por eso me gusta más la no ficción, que no tiene un
enredo argumental y normalmente conoces el desenlace, pero te hace darle
vueltas al coco. No digo que la ficción no te haga pensar, pero está siempre
más edulcorada o más sazonada que la propia realidad. Es una diferencia similar
a la de los documentales y las películas; los partidos de fútbol oficiales y
los amistosos o la pornografía y el sexo... Me gusta que cuando menos, estén "basados en hechos reales".
Otro factor a tener en cuenta es el objetivo de la lectura.
Dependiendo de si lo que quieres es divertirte o formarte o informarte o…
simplemente disfrutar el momento, porque sabes que dentro de dos semanas apenas
recordarás nada de lo que has leído. Esa triste situación la conozco
perfectamente y como muestra os diré que esta semana he terminado dos libros,
uno de Giles Tremmlett que no sé como se llama y otro de no sé quién que se
llama El Archipiélago del perro. También hay casos como el de mi amiga Olga,
que abre cualquier libro y lo primero que hace es leerse la última página para
evitar ansiedad durante la lectura.
Y después de este paseo por los cerros de Úbeda, volvemos a
la montañita de la mesilla para tomar la difícil elección y nos encontramos "El
Decamerón" de Boccaccio, que antes de discoteca fue escritor, y que lo
recomendaron en la radio por su temática sobre una pandemia de peste; también está el
último de Akutagawa antes de suicidarse; los dos que me faltaban de Thomas
Bernhard con su brillante cenicismo; una antología de Borges con la letra tan
pequeña que necesitaría lupa además de las gafas y un anecdotario del
motociclismo de los años ochenta. Me parece que me voy a cantar el Resistiré,
que ya me he aprendido la letra.
ResponderEliminar... Pues no te queda NAAAAaaaaaaa.... , Dieguito...!!!!, 👍👍👍