Mick Jagger tiene 70 años y va a ser bisabuelo a principios de año. La noticia me ha hecho gracia y me disponía a leerla o por lo menos a profundizar en las arrugas del Stone en una espeluznante foto, cuando ha sonado el teléfono. Es raro, porque a casa sólo llaman empresas que nos quieren estafar, pero siendo domingo nos parecía excesivo. El caso es que Montse ha descolgado el teléfono dispuesta a dar un berrido a la amable teleoperadora, cuando se ha percatado de que la llamada podía ser interesante. Y lo era. Mucho.
De repente, como si me hubiera metido entre las arrugas del tío Jagger, he viajado al pasado y me he detenido en los años sesenta, hace ahora medio siglo, cuando tuve el honor de nacer en el barrio de Chamberí. Mi padre acababa de terminar el mural de Arántzazu y mi madre arrancaba su carrera artística mientras criaba a a tres de sus hijos. Lo primero que hice fue darles un sustito, con un soplo de corazón que supongo que fue el que me provocó las secuelas en el cerebro que ahora padezco. También me he enterado de que fui bautizado el día en que mataron a Kennedy, algo que, como es lógico, me ha predispuesto a tener una cierta desconfianza hacia Dios. Es curioso porque ahora todos sabemos y comentamos de vez en cuando dónde estábamos el 11 de septiembre de 2001, pero nuestros padres hacían lo mismo con el asesinato de Kennedy y claro, los míos lo tenían fácil: empapándome la coronilla (de ahí deben venir las canas). Lo siguiente que he sabido es que mi primer viaje en solitario fue a Santibáñez el Alto, en las Hurdes extremeñas, donde me marché con la persona que en aquellos años más me quería (después de mis padres, claro).
Ella era la que estaba al otro lado del teléfono, Chon, la niñera que nos crió y nos cuidó en esos difíciles años sesenta, de quien mantengo un gratísimo recuerdo a pesar de que se marchó a vivir al pueblo hace ahora 45 años. Su llamada ha llenado un enorme vació, porque yo no tengo la suerte de mi hermano Lucio, que tiene más memoria que el ordenador de la CIA, y ella me ha refrescado y dado a conocer un montón de pasajes olvidados. Cuando la memoria está sólo hecha de fotografías y a falta de narradores (básicamente los padres) que te cuenten lo que pasó, el pasado empieza a ser un muro infranqueable y lleno de concertinas, más difícil de superar que el propio futuro.
Hoy Chon y su marido Bibiano me han ayudado a saltarlo y he prometido ir a verles para que me refresquen más detalles. Tranquilos que no os los contaré.
PD. De los cuatro hermanos de la foto, ya podéis imaginar que yo soy el cafre que está metido en el agua.
No se lo demás, pero a mi me gusatría conocer lo cuenta Chon de ti, no debe tener desperdicio
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