No es difícil hacer feliz a un hijo. Lo que nunca falla son las bromas de pedos y cacas. Así es, al canijo Lucio le despierto a diario con bromas sobre sus pedos-sopla, sus cuescos-trompeta o la pedorreta-metralleta y ya pueden ser las cinco de la madrugada, que el niño suelta una carcajada y salta de la cama en un plis.
Esta semana, además de estar contento por las vacaciones, estaba animado porque le iban a entrevistar para un programa de radio de esos en los que los enanos dicen verdades como puños aderezadas con disparatados disparates. Ese día le llevé al cole y se ve que iba entrenando porque en el camino me soltó una de las buenas: "Papá cuando tú eras pequeño y el mundo era todo en blanco y negro, no podías distinguir ese abrigo naranja de ese azul, ¿verdad?"
No me quedo más remedio que desinflarle el globo y explicarle que sólo eran en b/n las fotos, pero la vida era en color. Se quedó chafado. Después le di una charla metafísica con la consabida moraleja de "en cada momento de la vida estás aprendiendo algo nuevo", a lo que me contestó: "Sí papá, incluso cuando estoy giñando unos zurullos deslizantes ¿verdad?".
Obviamente simulé un gran enfado entre sonrisas y le avisé de que le iban a castigar si decía eso en clase. Y como tenía el día contestón, reconoció que no era la primera vez que le castigaban, que ya lo habían hecho otra vez. A punto de soltar la carcajada, volví a fingir el cabreo y grité: "¿por qué?"
Su respuesta terminó tajantemente con la conversación: "Papá.. ¡cosas de la vida!"
PD Ayer en otra conversación me preguntó "¿para qué sirve la misa?", pero aún no he sabido contestarle...
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