Escuché en una ocasión al prestigioso foto-reportero Gervasio Sánchez hablar de la ética del fotógrafo de guerra, de aquellas ocasiones en las que el fotógrafo tiene que elegir entre captar una buena imagen o ayudar a una víctima. Él, un ejemplo para toda la profesión, comentaba incluso situaciones en las que tuvo que guardar la cámara porque su sola presencia invitaba a unos sanguinarios a lucirse matando a sus víctimas delante de la prensa.
El pasado domingo me acordé de toda esa entrevista en un pequeño altercado que tuve con un prestigioso fotógrafo deportivo de cuyo nombre no quiero acordarme. Estábamos tomando fotos en una carrera de descenso en la que participaban mis hijos y coincidimos en la misma curva, con una pasarela de madera sobre un arroyo y con un bonito fondo. El terreno estaba húmedo y cuando las bicis empezaron a pasar por la tabla, se fue mojando y terminó siendo más resbaladiza que el hielo. En un momento aquello pasó a ser dantesco, cada corredor que llegaba derrapaba, resbalaba y caía al suelo; los afortunados quedaban sobre la tabla, pero alguno se fue al río e incluso dos o tres cayeron por un pequeño barranco de dos metros de altura sobre unas rocas.
Al principio, por instinto periodístico, los dos disparábamos a toda velocidad y se podían oír los motores de nuestras cámaras mientras los pilotos se estampaban; nos frotábamos las manos con el fantástico botín fotográfico que estábamos consiguiendo, pero cuando ya llevábamos más de diez caídas y prácticamente todos los corredores se iban al suelo, exclamé: "Esto no puede ser, no es ético, hay que avisarles..." y me fui corriendo a la entrada de la curva para frenar a los riders. Empecé a gritar: "Despacio, cuidado, resbala mucho...", pero un grito más alto apagó mi aviso: "¡Oye tío, no me jodas la fotografía!". Sin acaloramientos le expliqué a mi colega que no me parecía bien que no evitásemos las caídas y que alguno se podía hacer daño de verdad, pero él insistió: "Yo soy fotógrafo y estoy trabajando...", a lo que yo contesté contundente: "Yo también soy fotógrafo, pero también soy padre de corredores y no me gusta que se rompan nada". La última palabra la tuvo él con un desafiante: "Pues si no te importa sé fotógrafo en esta curva y padre en el resto de circuito...", que no contesté por evitar más polémica.
El siguiente corredor cayó hacia adentro y se fue al barranco, quedando conmocionado durante unos minutos, mientras el excepcional fotógrafo se iba con toda su profesionalidad hacia otra zona del circuito. Yo ya no me moví de allí, no hice más fotos en esa manga y después de ayudar a aquel chico a salir de la maleza, me quedé de "control" para avisar a todos los pilotos, incluidos mis hijos. Mientras, me acordé del comentario de Gervasio que decía que una buena foto no podía estar manchada de sangre y en contestación al gran fotógrafo y peor persona, murmuraba mi propia moraleja: "Siempre hay que ser padre antes que fotógrafo, siempre hay que ser persona antes que profesional".
Como estamos en horario infantil, solo puedo decir que , cámara en mano, le tenias que haber hecho la zancadilla y fotografiar el momento en el que se empotra contra el suelo y pasa de ser un meapilas a ser un cagabandurris desplomado en el suelo. puuuuufffffffffff
ResponderEliminarPero cuñaooo ¿porque en estos casos no se tiene que decir el nombre?.¿ Cuando se trata de buenos actos si, pero cuando se trata de este tipo de gentuza, no se debe decir el nombre?.....no sé si estoy de acuerdo.
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ResponderEliminarPues yo me di una buena leche en esas maderas, con resultado de brazo izquierdo roto (radio) y pulgar derecho luxado. En ese momento no había allí nadie, y estuve un buen rato avisando a los que venían detrás....
ResponderEliminarNo estaría mal saber quién es ese fotógrafo tan «pofesional».
Gracias por tu buena intención.