Un día en la India ha servido para perder el miedo al avión. Definitivamente hay cosas mucho más peligrosas en la vida. Cualquiera de los tropecientos adelantamientos realizados en el día de hoy servirían en nuestro país para largas batallitas de sobremesa. El jugo que podría dar eso de "al tomar la curva nos encontramos de frente un autobús que adelantaba a un camión que había invadido la calzada contraria porque en la suya había una vaca comiéndose la mercancía de un motocarro que había volcado..." Te dirían que estás exagerando, como hacéis todos cuando contáis vuestras batallitas, pero no, en este caso te estarías quedando corto. Todo lo que os cuente es poco.
Cuatro tipos en una moto y el que conduce va hablando por el móvil; un camión de plátanos volcado en la autopista; centenares de motocarros repletos de carga y de personas; un autobús escolar empotrado contra una tapia de barro; una furgoneta en dirección contraria por el carril central de la autovía; la carretera cortada mientras dos amigos se saludan con los coches detenidos; vacas pastando en la mediana; baches profundos, charcos pestilentes; camellos tirando de carros de heno; tuc-tuc o ricksaw con más de quince personas dentro; rebaños de bueyes cortando los dos sentidos; mujeres cruzando con la compra en la cabeza; procesión de veneración a no sé qué santo... Esto es la India, el caos más absoluto que puedas imaginar en una carretera.
Y después de eso uno puede preguntarse cómo estamos vivos y a qué dios le debemos el milagro. Igual es que no lo estamos y realmente no somos nosotros mismos sino nuestra reencarnación en otro ser que ya descubriréis cuando volvamos.
El caso es que después de varias horas analizando los movimientos de nuestro conductor he llegado a varias conclusiones: la primera es que el insoportable y cansino uso del claxon tiene su utilidad porque no se utiliza a modo recriminatorio como en nuestra tierra, sino a modo de aviso para que los demás vehículos sepan de tu existencia; el piiiiii que en España suele ir acompañado de ¡coño! o ¡Hijoputa!, aquí va seguido de ¡cuidado!. Por eso los camiones llevan detrás unos grandes carteles "Horn please" solicitando que toques el claxon para avisarles si quieres adelantar. El resultado no es malo para el tráfico aunque horrible para el dolor de cabeza. La otra conclusión filosófica sobre la conducción en este país-continente es que la circulación se rige por el espíritu egoísta solidario. Lo explico: "voy a pasar por cojones, pero haré todo lo posible para que pases tú también". Curioso sistema que permite agilizar este caos con menos accidentes de los que en buena lógica deberían tener, en base a ensanchar las carreteras hasta el límite de las uñas de los tenderos que bordean la calzada, a reducir las distancias entre vehículos hasta medirlas con milímetros y a tener claro el orden del sistema de castas (camión, bus, coche, tuc tuc, moto, bici, peatón...).
Os seguiremos informando desde este fascinante mundo, si es que seguimos en él...
Cuatro tipos en una moto y el que conduce va hablando por el móvil; un camión de plátanos volcado en la autopista; centenares de motocarros repletos de carga y de personas; un autobús escolar empotrado contra una tapia de barro; una furgoneta en dirección contraria por el carril central de la autovía; la carretera cortada mientras dos amigos se saludan con los coches detenidos; vacas pastando en la mediana; baches profundos, charcos pestilentes; camellos tirando de carros de heno; tuc-tuc o ricksaw con más de quince personas dentro; rebaños de bueyes cortando los dos sentidos; mujeres cruzando con la compra en la cabeza; procesión de veneración a no sé qué santo... Esto es la India, el caos más absoluto que puedas imaginar en una carretera.
Y después de eso uno puede preguntarse cómo estamos vivos y a qué dios le debemos el milagro. Igual es que no lo estamos y realmente no somos nosotros mismos sino nuestra reencarnación en otro ser que ya descubriréis cuando volvamos.
El caso es que después de varias horas analizando los movimientos de nuestro conductor he llegado a varias conclusiones: la primera es que el insoportable y cansino uso del claxon tiene su utilidad porque no se utiliza a modo recriminatorio como en nuestra tierra, sino a modo de aviso para que los demás vehículos sepan de tu existencia; el piiiiii que en España suele ir acompañado de ¡coño! o ¡Hijoputa!, aquí va seguido de ¡cuidado!. Por eso los camiones llevan detrás unos grandes carteles "Horn please" solicitando que toques el claxon para avisarles si quieres adelantar. El resultado no es malo para el tráfico aunque horrible para el dolor de cabeza. La otra conclusión filosófica sobre la conducción en este país-continente es que la circulación se rige por el espíritu egoísta solidario. Lo explico: "voy a pasar por cojones, pero haré todo lo posible para que pases tú también". Curioso sistema que permite agilizar este caos con menos accidentes de los que en buena lógica deberían tener, en base a ensanchar las carreteras hasta el límite de las uñas de los tenderos que bordean la calzada, a reducir las distancias entre vehículos hasta medirlas con milímetros y a tener claro el orden del sistema de castas (camión, bus, coche, tuc tuc, moto, bici, peatón...).
Os seguiremos informando desde este fascinante mundo, si es que seguimos en él...
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