lunes, 19 de diciembre de 2016

LA FÁBRICA DE CHUCHES


El pequeño Lucio tiene la mosca detrás de la oreja, no le cuadra mucho que un ratón pequeño sea capaz de traer regalos tan grandes y dejarlos debajo de la almohada. Nos está probando y ahora, que todos sus dientes se han puesto de acuerdo para salir en estampida, pone todo tipo de trampas para pillar in fragantis al pequeño roedor. Unas veces duerme abrazado a la almohada, otras con el diente encerrado en su puño y otras consigue mantenerse en duermevela toda la noche para saltar de la cama ante el más ligero ruido. Le quedan dos informes semanales de magia, que le vamos a hacer.
Tampoco funciona bien mi viejo truco para entretenerles durante los viajes. Desde que eran minúsculos, cada vez que pasamos por delante de una de esas grandes fábricas asturianas o vascas con enormes y humeantes chimeneas, yo abro la ventana del coche y grito: “¡mirad chicos, una fábrica de Chupa Chups!” y acto seguido saco la mano por la ventana y capturo en el aire varios de esos maravillosos inventos españoles. Los niños flipan, no lo pueden creer y alucinan mientras recogen y degustan su premio. Este verano, después de la gratificante sorpresa en la fábrica de Mieres, Lucio se quedó un rato en el coche al llegar a Luarca, rebuscó por la guantera y bajo los asientos hasta dar con un zulo repleto de Chupa Chups. A partir de entonces se terminó la magia pero se sintió muy orgulloso por su pericia policial y ahora actúa con complicidad cada vez que pasamos por delante de una industria; de hecho intenta devolverme el engaño haciéndose el nuevo en el asunto y riéndose de mí como si yo me creyera que es verdad.
El otro día escuche a una afamada escritora una de sus cursis reflexiones en la radio. Hablaba de la magia perdida de las navidades en una niña de nueve años que perdía su inocencia. Además de ñoño, el relato era inoportuno por ser radiado a una hora en la que algún niño podía oírlo. Me acordé entonces de la estúpida profesora de EGB que me echó de clase por defender furibundamente la existencia de sus majestades; se llamaba Angelita.
Nunca hay que dejar de creer en la fábrica de chupa chups, te lo dice alguien que durante muchos años ha trabajado al servicio del Ratoncito Pérez, Papá Noel, Los Reyes Magos y Angela Merkel. Lo digo ahora que el peque tiene 10 años y está a punto de descubrir que, como decía el anuncio: “los padres no existen”.

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