Anoche, conduciendo de madrugada, me crucé con Nacho Canut en Radio Nacional y me convenció su argumento sobre las edades del hombre. No hablaba de románico ni de catedrales, sino de esa tendencia tan extendida a quitarse años, a querer aparentar menos edad de la que uno tiene, como si de los años tuviera uno que avergonzarse. ¡Qué coño!
El resumen era muy claro, somos niños hasta los 14 años, adolescentes hasta los 18, jóvenes hasta los 30, adultos hasta los 50, mayores hasta los 65, viejos hasta los 80 y tercera edad a partir de entonces. Y todos los maquillajes, postureos y camuflajes que uno adopta para asimilarse a un grupo más joven no dejan de ser un tanto ridículos. Soy el primero que muchas veces visto con marcas y ropas de jovencito transgresor, pero también me descojono a menudo cuando me veo rodeado de cuarentones y cincuentones que quieren ser campeones del mundo de su deporte favorito, bien entraditos en años.
Entiendo que todos queramos alargar nuestra presencia en este planeta tan cachondo y que además lo queramos hacer en un estado fornido y con un aspecto saludable, pero de eso a renegar de las canas o la experiencia de los años vividos, hay mucho trecho, rompetechos.
Por eso me convenció Canut para, a partir de ahora, presumir de mis años, de la experiencia vivida, de las canas y la arrugas y de la "seniority" que otorgan los cincuenta. Tengo que reconocer que a Canut le ayudó una tarde de compras en el centro de Madrid, en la que comprobé que ni Dios me tuteaba, que mi aspecto imponía respeto y que me cruzara con quien me cruzara siempre me trataban como un señor mayor (el segmento al que pertenezco). Ya me puede gustar la música pop indie, que en el Starbucks me sueltan "caballero, ¿le pongo cacao en el capuccino o no?"; Ya puedo ser un enfermo del motocross, que en la tienda de juguetes me dicen "señor: ¿le envolvemos los regalos?"; ya puedo tener una mente infantil que el mendigo de la calle me ruega: "buen hombre ¿me puede ayudar?". Y uno se ha cansado ya de pedir que le tuteen y de hacerse el coleguilla para demostrar cercanía con los más jóvenes. A partir de ahora he decidido ser Usted, ser Don Diego, ser el Señor Muñoz y fardar de canas, de barriguita cervecera, de vista cansada y de arterias obstruidas. Qué me quiten lo bailao, ya quisieran todos los jóvenes haber vivido lo que yo he vivido. ¡Estoy contigo Canut!
Ya no renegaré nunca más de mi fecha de nacimiento y aceptaré con dignidad el título nobiliario de Señor Don Usted que solo podrá ser sustituido por el de compañero o camarada, en el caso de mis correligionarios, o por el de "Señor Gordito" para alguno de mis amigos de San Francisco. ¡Oído cocina!
El resumen era muy claro, somos niños hasta los 14 años, adolescentes hasta los 18, jóvenes hasta los 30, adultos hasta los 50, mayores hasta los 65, viejos hasta los 80 y tercera edad a partir de entonces. Y todos los maquillajes, postureos y camuflajes que uno adopta para asimilarse a un grupo más joven no dejan de ser un tanto ridículos. Soy el primero que muchas veces visto con marcas y ropas de jovencito transgresor, pero también me descojono a menudo cuando me veo rodeado de cuarentones y cincuentones que quieren ser campeones del mundo de su deporte favorito, bien entraditos en años.
Entiendo que todos queramos alargar nuestra presencia en este planeta tan cachondo y que además lo queramos hacer en un estado fornido y con un aspecto saludable, pero de eso a renegar de las canas o la experiencia de los años vividos, hay mucho trecho, rompetechos.
Por eso me convenció Canut para, a partir de ahora, presumir de mis años, de la experiencia vivida, de las canas y la arrugas y de la "seniority" que otorgan los cincuenta. Tengo que reconocer que a Canut le ayudó una tarde de compras en el centro de Madrid, en la que comprobé que ni Dios me tuteaba, que mi aspecto imponía respeto y que me cruzara con quien me cruzara siempre me trataban como un señor mayor (el segmento al que pertenezco). Ya me puede gustar la música pop indie, que en el Starbucks me sueltan "caballero, ¿le pongo cacao en el capuccino o no?"; Ya puedo ser un enfermo del motocross, que en la tienda de juguetes me dicen "señor: ¿le envolvemos los regalos?"; ya puedo tener una mente infantil que el mendigo de la calle me ruega: "buen hombre ¿me puede ayudar?". Y uno se ha cansado ya de pedir que le tuteen y de hacerse el coleguilla para demostrar cercanía con los más jóvenes. A partir de ahora he decidido ser Usted, ser Don Diego, ser el Señor Muñoz y fardar de canas, de barriguita cervecera, de vista cansada y de arterias obstruidas. Qué me quiten lo bailao, ya quisieran todos los jóvenes haber vivido lo que yo he vivido. ¡Estoy contigo Canut!
Ya no renegaré nunca más de mi fecha de nacimiento y aceptaré con dignidad el título nobiliario de Señor Don Usted que solo podrá ser sustituido por el de compañero o camarada, en el caso de mis correligionarios, o por el de "Señor Gordito" para alguno de mis amigos de San Francisco. ¡Oído cocina!
... Mucho C L E V E R ...estimado DIEGUITO . . . (CharlyGAUL) !!!!!
ResponderEliminarBienvenido al club. Hace usted muy bien en exigir ese trato merecido, supongo, no solo por las canas. El colegueo es cosa muy mala y tiene un tufillo a timo que tira para atrás (v.gr. los pobres "voluntarios" de ACNUR, Amnistía Internacional, ADENA, etc.,.). Somos "señores" y "ciudadanos", no "GENTE", como nos llaman los líderes de TODOS los partidos políticos. Y lamentablemente, el tuteo campa libre en español, y también en francés, en italiano y en portugués. Y de tuteo a puteo hay solo una letra.
ResponderEliminarParece, sin embargo, que los técnicos en mercadotecnia ya se han dado cuenta de que los potenciales compradores -maduritos interesantes- andan medio mosqueados y han decidido imponer un nuevo protocolo de trato al cliente. Usted y yo ya somos CABALLEROS.