"Su hijo ya tiene pelos en las piernas y a partir de este momento se parece más a un adulto que a un bebé", esas fueron las primeras y cariñosas palabras de la doctora del centro médico que me debía facilitar las recetas para sus nolotiles. De primeras agradecí que dijera piernas en vez de cojones y después le pregunté la edad límite para ser atendido en pediatría. "Catorce años", dijo y a continuación me preguntó amablemente por la moto: "Espero que le den siniestro total".
-"Gracias".-contesté.
Lo cierto es que la buena mujer me resolvió una duda que tenía desde la noche anterior, cuando nos secuestraron en pediatría. No sé por qué pero me sentí incómodo durante toda la noche, no sólo por la lesión de Diego, ni por el diseño ergonómico del sillón, sino por la decoración de la habitación con patitos, piterpanes y otras ñoñeces. A nadie nos gustan los hospitales para niños porque intentamos pensar en un mundo sin niños que meter en hospitales. El sufrimiento de los peques es algo muy difícil de aceptar y aunque las paredes estén pintadas de colorines, el espectáculo de un niño con suero u oxígeno te golpea en la línea de flotación emocional.
Aquella planta era claramente para niños que se han caído de la Moto Feber. Primero me dio por preguntarme si a Pedrosa, Marc Márquez y todos los pilotos-bebé que tenemos les ingresaban también en pediatría. Imaginé que no y, como padre del piloto Dieguillo, me sentí discriminado. Después empecé a reflexionar en el más extendido error paterno, que tantas veces he cometido: tener demasiada prisa o dejarte convencer por las prisas de los niños.
En teoría todo está pensado para su debido tiempo, pero desde que nacen los niños, su única obsesión es crecer y ser mayores; si además son chicos, los padres también empujamos a esa impaciencia. Cuando está en el nido ya le estamos regalando un coche teledirigido; cuando cumple un año, un kart con motor eléctrico y así sucesivamente empujándoles para que crezcan. Yo le saqué a Diego mi Scalextric de toda la vida cuando cumplió los cuatro años y él, emocionado con tanto cochecito, decidió probarlos en la bañera; por suerte no supo enchufarlo.
Todo a su debido tiempo, ese es el mandato, pero no lo cumplimos por culpa de las exageradas advertencias de las compañías. Los niños se descojonan cuando ven las edades permitidas para jugar con ciertos vídeo-juegos o ver algunas películas, son tan exagerados que nadie les hace caso. Es como la fecha de caducidad de la mayoría de los alimentos. Así que después de meter los coches en el agua, lo siguiente es hincharse a pegar tiros en la PlayStation, después ver películas porno en la adolescencia, más tarde beber alcohol en las fiestas (aunque mi hijo no bebe) y lo siguiente es enseñarle a montar en moto.
Mi reflexión terminó cuando entró una enfermera a traer el desayuno y una profesora de matemáticas dispuesta a resolverle a Diego sus dudas sobre el valor absoluto. De repente el pie empezó a dolerle mucho más y como padre responsable que soy, eché a la profe de la habitación. Esta vez he sido yo el que he aprendido la lección: Con los niños, no se juega.
Pie de foto: Diego es el que sale a la derecha en la foto .
La profe de matemáticas se me parece un montonazo a Angel Nieto
ResponderEliminar¡¿Angel Nieto?! Coño, yo pensaba que era alguna tiabuela...
ResponderEliminarJajaja, Victoria, muy agudo. Por cierto Victiria y amarillo y azul, teneis que conoceros, los dos teneis el mismo sentido del humor.
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