He vuelto al presente. Como dice David Hockney, no existe pasado ni futuro, sólamente el presente, pero el presente es eterno. Qué trascendental me pongo para hablar de mi Vespa. Sí, durante una semana he vuelto al pasado y lo he disfrutado, pero ya estoy aquí, en el presente. También es verdad que mi viaje al pasado podía haberme devuelto al presente de cuerpo presente, porque he de reconocer que me he jugado el gaznate, pero aquí estoy vivito y coleando. Culeando estaba hace unos días a la salida de cada rotonda, peleando para levantar el motor de la Vespita de la derecha a la izquierda, para volver a la derecha; hay que decir, en defensa de mi viejo trasto, que cuando fue diseñada, allá por el siglo XV por Americo Vespucci, no existían las rotondas y no era tan grave lo de llevar el motor a un lado. Por mucho que los de Lambretta se rieran en su campaña de publicidad: "Ningún lince tiene el corazón en un lado".
También es cierto que cuando yo la compré hace treinta tacos, frenaba bien, cambiaba bien y era un vehículo fiable. No es que ahora no lo haga, sino que quizás ha cambiado nuestra percepción y nivel de exigencia en lo que se refiere a "frenar bien". Yo aprendí a frenar sin frenos en el Sahara, conduciendo el Land Rover de la familia Daha. Al principio impresiona y acojona, pero luego te acostumbras y es sencillo. Tienes que saber de antemano a dónde vas, dónde vas a querer detenerte y dejar de acelerar con el tiempo suficiente para que la inercia vaya reduciendo la velocidad; otra cosa es cuando surge algún imprevisto, que te encuentras un amigo... grita por la ventana que ya le llamarás; que viene un coche de frente... elige un lado del desierto y reza el Corán para que él elija el otro; que se cruza un niño... piensa que estás contribuyendo al control demográfico...
Con la Vespa es igual, miras dónde está la rotonda, te revientas la muñeca izquierda intentando reducir marchas, te luxas los dedos de la mano derecha apretando la maneta del freno y le metes patadones al pedal de freno trasero cual batería que le zumba al bombo. El resultado es que llegas a la rotonda algo descolocado, acongojado por si el motor gripa al reducir, temblando por si los cuadrados y acartonados neumáticos aguantan tanta presión y disfrutando como un enano, recordando tantos años de tumbadas, excursiones, tortazos y otras sobradas con mi scooter. Lo paso bien en Vespa, tanto que siempre que subo en ella voy cantando una vieja canción que yo mismo inventé y que canto siempre que paso por delante del Liceo Francés, se llama "El Atolón de Mururoa" y es un homenaje a la cara de culo de pato que hay que poner para hablar bien en francés. La letra repite infinitas veces el título de la canción.
Tengo que reconocer que nunca le he cambiado el aceite, ni las zapatas de freno, ni he limpiado el filtro del aire y la pobrecilla se sigue comportando, aunque como la he notado algo rencorosa y con ganas de matarme, he preferido dejarla aparcada por un tiempo, espero que no sean otros treinta años.
Lucía acaba de examinarse del teórico de coche y moto para sacarse el A1, para Agosto esperamos con ansiedad la moto, que trae su tío Rafa desde los Madriles. Andamos a la caza de un buen casco de fibra, no un quitamultas de plastiquete, guantes, y cazadora para el invierno. Toda una inmersión en terreno desconocido, y toda una inversión económica también. Sólo espero que la patata esa que llamas moto no vaya a pasar de herencia a tu hijo Diego, que no se a que espera para darte el coñazo para que se la regales... Y a ver con que cara le dices que tu si montas y él no, que no es segura... Te pillé.
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