Treinta y ocho grados seguntinos. A los de Sigüenza se les llama seguntinos, así que sus grados también lo son. Son secos e insoportables, los grados; de los paisanos, no tengo datos suficientes para juzgar. Sólo un par de conversaciones cruzadas de las que he sido testigo o víctima en la piscina municipal. Las dos eran apropiadas para el entorno.
Estaba yo ensimismado o enmimismado en la lectura de uno de los espejos de Eduardo Galeano en el que
había encontrado la más obvia, sabia y contundente afirmación religiosa
"no fueron los dioses los que crearon a los hombres, sino los hombres
los que crearon a los dioses", cuando otras dudas existenciales más profundas se han cruzado en mi escasa capacidad de concentración.
Las chicas de delante, quinceañeras ellas, entre esemese y guasap, despellejaban a una de sus amigas, supongo que más guapa, de quien decían que era una cínica, una hipócrita y una envidiosa. Los chavales de detrás psicoanalizaban a su madre con truculentas preguntas: "¿Si pudieses jugar en el Madrid en segunda o en el Barça en primera, cuál cogerías? o ¿si tuvieras que matar a uno, matarías a tu padre o a tu madre? o ¿que chuparías antes a un desconocido, el sobaco o el pie?". La madre ha contestado sin dudar un ápice: "Barça, suicidio, pie..."
Como podéis imaginar, he dado portazo al libro y he dedicado el resto de "mientrasiesta" (espacio de tiempo posterior a la comida, mientras otros duermen la siesta) a uno de esos estudios socio-cotillas, que tanto me gustan. Esta vez mi conclusión, al margen del sobaco y el Barça, (a mis padres no puedo ya matarles), es que en la piscina pública es mejor leer el Súper Mortadelo, que mis hijos no dicen tantos tacos como yo pensaba y que el saber sí ocupa lugar, joder que si ocupa...
Lo mejor, para que no te pasen esas cosas, es que te quedes en casa y nos prepares a todos una de paella sincronizada, para cuando volvamos de la piscina.
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