Cómo pudimos vivir sin internet, aun no me lo explico. Tampoco entendía mi madre cómo podía llegar un fax de Madrid a Nueva York si el papel no podía trasladarse por el cable. Por eso cuando tuve que contarle lo que era internet tuve que empezar por explicarle lo que era un ordenador, ese cacharro gigantesco que tenía en mi cuarto y que servía para escribir a máquina en una televisión y podías guardar lo que escribías en un disco de tres y medio. Tres y medio, no sé qué...
En muy pocos años todo eso ha pasado a mejor vida, los Amstrad, los Spectrum, los discos de tres y medio, las disqueteras, el fax y hasta mi madre. La tecnología y la vida van a velocidades de vértigo. Por eso, cuando en vacaciones, cambias el ritmo, abandonas tu casa y tus cacharros y tienes la bendita desgracia de vivir sin ADSL, te das cuenta de que sí hay otro mundo que circula a una velocidad mucho más lenta.
Aquí, conectado a un móvil y con escasa cobertura, en un pueblo abandonado de todo tipo de servicios, uno recuerda lo poco sugerente que era el mundo virtual cuando no había ni ADSL, ni RDSI, ni 50 megas, ni la madre que te parió... Subir una foto o recibir un mail puede llevarte media hora, consultar el estado de la prima de riesgo es una memez porque basta con imaginarlo, ver un vídeo es imposible y publicar una entrada en el blog es toda una heroicidad, así que ya podéis estarme agradecidos ¡eh!
Bueno, vale, muchas gracias. Si quieres ver un auténtico cacharro prehistórico-cibernético vente y te enseño el Atary que hay en desván de mi casa alquilada en Denia, junto con clicks y tentes de nuestra época. Si es que nosotros jugábamos más y mejor que nuestros hijos. Y el tío este tiene el sindrome de Diógenes seguro...
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