Ya puestos, seguimos en África y, ¿por qué no?, con el Dakar. Ya que he desempolvado la memoria, voy a aprovechar para recordar dos momentos estelares de la historia del marketing deportivo. En los dos, el protagonista fue el mismo, ese pequeñito, feo y antipático director deportivo llamado Jean Todt, un maquiavélico estratega capaz de triunfar en el mundo de los rallyes, los raids y la fórmula uno.
Eran los años de aplastante dominio de Peugeot, que con un presupuesto desmesurado y un excepcional trabajo, ganaba todas y cada una de las etapas de la carrera; cuando no era Vatanen era Kankkunen y sino Jackie Ickx. Y el bueno de Todt, que dirigía la estructura del equipo, manejaba las cartas como un tahúr y exprimía cualquier oportunidad de protagonismo mediático para la marca. Durante los primeros días y en el desierto del Sahara, la superioridad de sus coches y pilotos le garantizaba las portadas de los periódicos y muchas horas de televisión, pero a medida que la carrera avanzaba, el dominio aburría a propios y extraños y el Dakar desaparecía de los informativos. Y allí estaba Jean Todt y de sus mofletes sacaba un comodín para asegurarse otra semanita de máxima repercusión.
Era muy listo y esperaba a llegar a Bamako, incluso esperaba a que llegase el avión que Peugeot fletaba para llevar a los periodistas, que desembarcábamos allí frescos y con ansias de información. Su actuación estelar, todavía sin desenmascarar, fue el robo del coche del líder, Ari Vatanen. Misteriosamente un chorizo local, entró en los boxes por la noche, forzó la cerradura de un coche oficial, lo arrancó a la primera y se fue con él por las carreteras de Mali. Mientras ellos y la policía lo buscaban por la ciudad, se encargaron de "secuestrar" a los periodistas recluyéndonos en el aeropuerto. Al rato nos dijeron que el coche había aparecido y nos mostraron con gran expectación y casi orgullo, el agujero que tenía en la cerradura. Los periodistas, que teníamos moscas por todo el cuerpo, pero sobre todo detrás de la oreja, tragamos con aquella milonga porque al fin y al cabo también para un plumilla era una historia interesante de contar, de vender y de colocar en portada. Vatanen había perdido el rallye, su compañero de equipo lo ganaba y la marca multiplicaba su impacto publicitario.
Crecido por el éxito de su inventiva, Todt fue a más al año siguiente y urdió una nueva y rocambolesca estrategia para mantener alto el interés del público por el rallye y por la marca Peugeot. De nuevo estaban arrasando y ya tenían ganada la prueba, pero para crear incertidumbre Todt anunció que en la última semana echaría a suertes el nombre del ganador. Y así lo hizo, nos convocó a todos los periodistas y lanzó la moneda al aire para decidir que sus pilotos dejarían de pelearse entre ellos y que Vatanen ganaría el raid. Los periodistas volvimos a picar porque la historia volvía a ser bonita y porque de esta forma se le devolvía al siempre elegante Ari Vatanen lo que aquel robo de opereta le había quitado. Desde entonces me quito el sombrero ante este francés tan controvertido y peculiar, Jean Todt.
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