Los trabajadores mayores son vaguetes, están resabiados, de vuelta de todo, se escaquean, son más caros y son reivindicativos. Los jóvenes, en cambio, se dejan la piel, tienen ganas de aprender, son moldeables y obedientes, son mucho más baratos y su ilusión les impide quejarse. Esto, que parece una broma, es el criterio seguido a rajatabla por la mayoría de las empresas, el mandato de la sociedad capitalista en la que la economía está por encima de las personas.
Pero lo peor del asunto no es que esta teoría la lleven a cabo las compañías privadas, lo realmente grave es cuando ese sin sentido es aplicado por el propio estado, guiado por ese mal llamado liberalismo, y amparado en la imperiosa necesidad de cuadrar sus números y reducir el déficit público.
Hace unas semanas un estúpido ministro japones sugirió que lo mejor que podían hacer los ancianos enfermos de su país era morirse para evitar gastos al estado; en estos días los médicos más viejos de la Comunidad de Madrid han recibido una fría carta de la Consejería de Sanidad jubilándoles irremisiblemente de inmediato, ¡A la puta calle!
Algún gris, inexperto e insensato politicucho, aconsejado por mediocres burócratas, llamados asesores, pero que sólo son palmeros o pelotas, ha hecho un frío cálculo de ahorro, como el que hace el jefe de compras que cambia la marca de papel higiénico para reducir gastos. Es lo que tienen los recursos humanos, que tratan a las personas como cosas y teniendo en cuenta el valor cuantitativo y no el cualitativo.
Y me pongo a pensar en lo ciego que debo de estar yo o lo raro que debo ser, porque cuando voy al colegio a hablar con los profesores de mis hijos, me echo a temblar cuando me topo con alguno jovencito y me tranquilizo cuando veo a un maestro entrado en años. Y cuando trato con un abogado o un asesor o un notario y le pido consejo, me ofrece infinita confianza el criterio de cualquier profesional mayorcito y desconfío de los yogurines. Y cuando voy al médico y aparece un doctor/doctora muy joven, escondo todas mis piezas para que no las toque, no quiero ser su conejito de indias, ni servirle para su aprendizaje... Y así podría seguir con infinidad de profesiones.
Casi siempre, la experiencia es un grado.
Que nadie me malinterprete, no estoy menospreciando a los jóvenes, pero ellos tienen otros valores como la valentía, la ilusión, el ingenio, la creatividad, la mente abierta... son emprendedores y suplen con su energía la falta de conocimiento que otorga la experiencia. Y por supuesto, también hay un montón de profesiones y actividades donde la juventud tiene mucho más que aportar... De hecho, la mía es una de ellas, así que voy preparándome, que cualquier día me llega la cartita.
Al terminar de leer me ha venido una imagen a la cabeza " no no no nos moveran, no no no nos moveran, del barco de Chanquete no nos moveran"......no se porque.
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