El caso es que ese momento de relax no se cambia por nada y
uno lo alarga todo lo que puede intentando limpiar la mente de los agobios
semanales, del estrés laboral o la penitencia de los deberes. Las neuronas y
los pulmones se limpian de ese aire urbano que mata poco a poco (un amigo
vigoréxico o naturópata o macrobiótico me enseñó una vez que en estas
situaciones hay que hacer un esfuerzo por expulsar todo el aire que tienes en
los pulmones para sacar pequeñas bolsas que se quedan permanentemente dentro y
así renovar el depósito con aire puro y conseguir el relax total, así que
cuando nadie me ve, procedo); los oídos se desprenden del soniquete de la radio
o la televisión emitiendo malrrollismo diario; ni siquiera hay wifi que te
recuerde los greatest hits de Montoro o los veredictos de algún juez superstar.
Nada, sólo el campo, con su flora, su fauna y los amigos, que en breve
aparecerán para romper todos tus sanos propósitos de adelgazar.
Esto es vida, pienso, mientras escucho a un grupo de niñas
que se acerca por el camino cantando un rap, cierro el libro y escucho atónito:
“Re-re-re, relaxing cup of café con leche, in Plaza Mayor, in Plaza Mayor, in
Plaza Mayor, re-re-re-relaxing cup...”
Suelto una carcajada y regreso a la triste realidad.
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