Cada cual tiene su propia definición de relax, su rincón
favorito, su momento inviolable. Para un servidor es la “mientrasiesta” sentado
en una butaca, elevado sobre las copas de los nogales y los chopos del valle
del río Salado, con un vaso de vino en una mano, un cigarro en la otra y un
buen libro sobre las rodillas; en este caso “Los hijos de los días”, de Eduardo
Galeano, consigue removerme la conciencia con su disparatado e irónico
repertorio de injusticias históricas. Las nubes, de evolución diurna, dan paso,
cada dos o tres minutos, a un solecito otoñal que me adormece y me recalca que
estoy en la gloria. Un paraíso sólo perturbado por la propia naturaleza, por
las avispas asesinas que vuelan a mi alrededor, por el viento que sacude las
hojas y me despierta, por los pájaros o el gallo de la molinera o incluso por
los perros de algún vecino que ladran. Vale, también son animales, pero no los
identifico con el entorno natural, para mí, los perros son un invento humano, algo
artificial.
El caso es que ese momento de relax no se cambia por nada y
uno lo alarga todo lo que puede intentando limpiar la mente de los agobios
semanales, del estrés laboral o la penitencia de los deberes. Las neuronas y
los pulmones se limpian de ese aire urbano que mata poco a poco (un amigo
vigoréxico o naturópata o macrobiótico me enseñó una vez que en estas
situaciones hay que hacer un esfuerzo por expulsar todo el aire que tienes en
los pulmones para sacar pequeñas bolsas que se quedan permanentemente dentro y
así renovar el depósito con aire puro y conseguir el relax total, así que
cuando nadie me ve, procedo); los oídos se desprenden del soniquete de la radio
o la televisión emitiendo malrrollismo diario; ni siquiera hay wifi que te
recuerde los greatest hits de Montoro o los veredictos de algún juez superstar.
Nada, sólo el campo, con su flora, su fauna y los amigos, que en breve
aparecerán para romper todos tus sanos propósitos de adelgazar.
Esto es vida, pienso, mientras escucho a un grupo de niñas
que se acerca por el camino cantando un rap, cierro el libro y escucho atónito:
“Re-re-re, relaxing cup of café con leche, in Plaza Mayor, in Plaza Mayor, in
Plaza Mayor, re-re-re-relaxing cup...”
Suelto una carcajada y regreso a la triste realidad.
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