Tengo un amigo que era camarero y un día me reconoció lo que siempre me había temido, que cuando un cliente protesta más de la cuenta, mete prisas o simplemente toca las pelotas, con frecuencia se zampa un escupitajo en la comida. Es lógico, si arremetes contra alguien hay que tener muy claras cuáles pueden ser las consecuencias o las armas que este puede usar contra ti. Quizás por eso siempre que pido sandwich mixto con huevo, pido el huevo muy pasado.
Durante la última semana, leyendo el periódico y escuchando la radio he llegado a la conclusión de que entramos en una nueva fase en nuestra política. Después de pasar por la fase de la indignación, nuestra sociedad entró en la fase de la anestesia, en la que todo nos daba igual y creo que ahora, con el ébola y las tarjetas black hemos pasado a la fase más delicada de todas, la del escupitajo o el vulgar lapo.
La experiencia del escrache, provocada por la masiva inflamación genital de los españoles, golpeados por la crisis y por los desmanes de buena parte de sus políticos, ha mutado y pronto volverá a dejarse ver de alguna forma sorprendente. A falta de justicia rápida y eficiente que haga pagar a los chorizos, en lugar de a los jueces que les intentan investigar, las urnas deberían ser el camino corrector que ponga a cada uno en su lugar, pero mientras eso ocurre hay que entender que muchos camareros, cocineros o incluso aparcacoches opten por el modelo lapo. Vamos que si yo fuese Miguel Blesa, Rodrigo Rato, Arturo Fernández, Jordi Pujol, el sindicalista asturiano o ese simpático consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid me quedaría a comer en casa o pediría huevos duros con cáscara o fruta sin pelar o yogurt sin abrir.
Que nadie me malinterprete, no estoy llamando a la violencia ni al "linchamiento" escatológico de esta panda de indeseables, pero comprendería que el hartazgo social llevase a un moving alimentario a estos personajes que tanto se han reído de nosotros y que además nos recochinean que van a seguir estando siempre en la élite, con sus chóferes, sus puestos en consejos de administración y su soberbia.
Hemos llegado a la fase de la repugnancia, del repudio, del asco, y quizás sea justo que ellos lo sepan.
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