No es que Pablo Iglesias sea masoquista, pero debe estar deseando que le sigan pegando con la dureza con que lo hacen sus rivales. Lo que está ocurriendo en el panorama político español en estos momentos será estudiado en el futuro en todas las universidades de márketing como un ejemplo de éxito comercial con inversión publicitaria pagada por tu propia competencia.
El asunto, que es muy serio, tiene su guasa, porque todo lo que le ocurre de bueno a la nueva formación política viene derivado de los desmanes y batacazos de los partidos tradicionales, más que de sus propios méritos. Por un lado porque cada día que pasa, el PP se va hundiendo más en el lodo de su podrida estructura, contaminada por la marabunta de corruptos que hay en sus filas y porque el PSOE, que debía tirarle de las orejas con el discurso de la honradez, tampoco está limpio como para poder dar lecciones. Como dice Wyoming, todo el mérito del aumento de las audiencias de programas como el suyo hay que dárselo a los gobernantes y en concreto a toda esta panda de chorizuelos.
Pero al margen de todas estas operaciones y del desfile de politicuchos por los juzgados, la fuerza de Podemos se alimenta con su propio linchamiento. Desde que irrumpieron en el escenario con su sorprendente resultado en las Europeas, todo el aparato mediático y todos los líderes de lo que ellos llaman "casta" cometieron al unísono uno de los más garrafales errores estratégicos que se puedan imaginar, salir en masa a desprestigiarles, ridiculizarles, vapulearles, insultarles y, lo que es peor, menospreciar a todos sus votantes.
El discurso siempre es el mismo, que si son populistas, bolivarianos, chavistas, proetarras, utópicos, antisistema y según van alimentando a su fantasma este va creciendo más y más hasta devorarles. Y uno puede llegar a entender que ese mensaje lo manden desde el PP, pero que el PSOE o IU, que han visto como se les escapaba una millonada de votos por la izquierda, hayan arremetido contra ellos en lugar de buscar cierta complicidad, no ha hecho más que separarles más de sus exvotantes e incitar a otros muchos de sus seguidores a irse con Pablo Iglesias que realmente hace más honor a su nombre que los propios dirigentes del partido que su homónimo fundó.
Según están las cosas no es difícil que la gente comulgue con la coherencia y sencillez de la mayoría de argumentos de Podemos. Bien es cierto que a muchos les da miedo que puedan llegar a gobernar. También es verdad que algunas cosas a mí no terminan de convencerme, como su maquillada democracia interna o algunos mensajes demasiado radicales o esa pamplina de que no son de izquierdas sino transversales, pero es evidente que ante tanto escepticismo y la escasa capacidad de reacción y de autocrítica del resto de partidos, que no han querido escuchar lo que decía la calle, ahora mismo son la principal fuerza política del país.
El próximo sondeo del CIS dice que es el partido con mayor intención de voto y eso que la encuesta está hecha antes de estas cosillas de Granados y sus amigos. Ahora los demás partidos deberán decidir si son un poco inteligentes o si le siguen alimentando y pegando. Ellos, desternillados de risa, pensarán: "Pégame fuerte, más fuerte..."
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