Mis hijos tienen por costumbre insultarse llamándose
“random”, que es algo así como decirse “aleatorio”. No me extraña que el
insultado se ofenda y le conteste una serie de improperios mal sonantes al insultador.
Si yo voy por la calle y alguien me llama aleatorio, optaría por cruzarle la
cara o responderle algo más duro, quizás contubernio o perifrásico o incluso
hipérbole.
Para mi la palabra aleatorio se limita a una función del
Ipod. Tú pulsas el modo aleatorio y el cacharrito te pone la música que le
sale de los microchips. Es mi sistema preferido para escuchar música porque es
como poner una emisora de radio en la que todas las canciones son de tu gusto
porque pertenecen a tus propios discos. En teoría es así, pero en la práctica
la cuestión random termina electrocutándote las neuronas. Claro que mis gustos
son muy variopintos, demasiado. Así que en media hora oyendo los greatest hits
de mi discoteca, dejándome llevar por el tío random, mi mente viaja a los 70
con Pink Floyd y su “Wish you were here” recordándome el olor a humo de colores
que salía de la habitación de mi hermano, repleta de unos colegas que en su
mayoría ya no están porque se los llevó la generación del caballo y la
desinformación. Y sin haber borrado la imagen de mi memoria, salta a la
siguiente canción y entra en escena el Nuevo Mester de Juglaría y sus jotas
castellanas que me encendían la sangre adolescente y me llevaban de concierto
en concierto moviendo el pendón morado y gritando aquello “Castilla entera se
siente comunera”. Ya quedan pocos seguidores de Padilla, Bravo y Maldonado,
salvo los que viven en esas calles.
Sigo dejándome llevar por el aleatorio y me veo sumergido en
la oscuridad del Rockola viendo una de las últimas actuaciones de Parálisis
Permanente y ese seductor mundo de la movida pseudo punky madrileña. Y
caprichosamente del punk de los 70 me pasa al de los… Por cierto, ¿cómo coño se
llama está década actual?... Bueno, que me sale una canción del grupo punk de
San Francisco, Melvoy, cuyo cantante es hijo de una sevillana e hincha del
Betis y me acuerdo de las tardes tirado en la hierba de North Beach. De
momento voy aguantando los caprichos del engendro de Steve Jobs que va
merodeando por los rincones de mi memoria, hasta que llega a una canción de
High School Musical que grabó mi hijo cuando tenía siete años y allí me planto,
hago objeción de conciencia y paso a elegir yo mismo la música. No sea que
alguien se piense que soy un aleatorio.
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