Yo estoy seguro que tendría síndrome de Estocolmo. Por eso es lo primero que le pregunté a Ainhoa cuando ayer tuve ocasión de conversar con ella. Ella fue secuestrada, junto a otros dos cooperantes, en los campamentos de Tindouf y pasó nueve duros meses de cautiverio en el norte de Malí. Ayer tuve el honor y el placer de impartir y compartir con ella una charla de cooperación y sobre el conflicto saharaui.
Hasta ahora, las presentaciones que hacemos en colegios para dar a conocer la problemática del Sahara y nuestros proyectos solidarios, las hacía con mi amigo Víctor, pero ayer, por una casualidad, compartí mesa en el Centro Teide con Ainhoa y tengo que decir que me sentí sobrecogido, imaginando lo que aquella chica de apariencia frágil, pero férrea fortaleza, había pasado durante todo ese tiempo. Me sorprendió su frialdad y desinhibición para hablar del secuestro como quien habla de cualquier acontecimiento habitual en su vida. Ni tenía síndrome de Estocolmo, ni guardaba un rencor vengativo, ni trataba de esconder o borrar ese episodio de su historia... Todo lo contrario, me sorprendió la entereza y sensatez con la que narraba los hechos, restándoles dramatismo y huyendo del protagonismo. Incluso le pregunté si no pensaba escribir un libro y dijo que no, que no ha lugar y que prefiere mirar hacia adelante.
Se ayuda con un bastón para caminar porque aún no ha recuperado la masa muscular que perdió durante todo ese tiempo, sin ejercicio y con mala alimentación. Te habla del miedo o la angustia que se siente en una situación como esa, pero sin espectáculo, sólo con sentido común: "Yo sabía en todo momento que me podían matar si la cosa no iba bien, no hacía falta que me amenazaran, lo sabía yo". Y te cuenta las incomodidades de vivir en un lugar así, en medio de la nada, con la cabeza cubierta en todo momento, entendiéndose en una mezcla de varios idiomas con secuestradores armados hasta los dientes e incluso, de la desesperación que le provocaban los falsos anuncios de liberación que los captores, entre los que había algún menor, les hicieron en numerosas ocasiones.
Aún así, lo más sorprendente fue ver a Ainhoa hablando de cooperación con entusiasmo, de su experiencia como cooperante en Palestina, en el Sahara y en otros muchos países africanos. Ver que alguien que ha pasado por una situación tan extrema, mantenga la pasión, la solidaridad y la determinación para seguir dedicada al noble oficio de ayudar a los demás, me dejó perplejo. Ella dijo: "Si no lo hiciera así, estaría cediendo al chantaje de los secuestradores" y yo pensé que vaya suerte tienen sus padres de tener una hija así.
Me quito el sombrero ante Ahinoa. Que suerte tenemos de tener gente como ella, valiente, comprometida y humilde. Una lección para todos.
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