
Resulta que el selecto pistolero que descerrajó tres tiros en la frente del enemigo público número uno del mundo, vio culminada su carrera y presentó la renuncia como el mismísimo Benedicto, pero, por esas torpezas de las administraciones, ahora se encuentra a dos velas, sin seguro médico y viéndolas venir. Eso es lo que le ha llevado a hablar con un conocido periodista y publicar su historia, supongo que bastante maquillada; aunque yo que este chaval, miraría bien cada mañana debajo del coche, porque enemigos no le van a faltar, dentro y fuera de casa.
Desde luego, los yankees tienen un problema con todos sus superhéroes y o lo resuelven o sus próximas y millonarias producciones de Hollywood van a ser un tantos frustrantes y dramáticas. Hace poco fue asesinado a tiros el francotirador más mortífero del ejercito americano, que había matado a 150 combatientes, según la versión oficial, aunque él decía haber acabado con más de 300 y la Comunidad de Madrid lo cifra en un millón y medio. Lo curioso del caso es el tratamiento que en ambos casos se hace de los personajes, que son tildados poco menos que de superhombres salvadores de la humanidad y en ningún caso se pone en duda la justicia de sus actos, ni la culpabilidad de todas y cada una de sus víctimas.
Pero hay otro dato que atormenta a los gobernantes americanos, que durante tantos años han intentado regir los destinos del mundo. La mayor causa de muerte entre sus soldados es el suicidio; son centenares los que no pueden borrar de su memoria, ni de su conciencia, lo que han visto, han vivido y han hecho en guerras como la de Irak o la de Afghanistán. Y otros muchos se vuelven locos y vagan por las calles empujando un carrito de supermercado lleno de cartones. Pronto habrá uno, en los suburbios de Chicago, contándole a la gente que él mató a Bin Laden. Sí hombre, y yo soy Obama, le dirán.
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