lunes, 9 de abril de 2012

EL VIEJO VERDE

Como soy un cotilla me gusta escuchar lo que dicen en la mesa de al lado. Me encanta saber qué tipo de vida lleva la gente y comprobar si se corresponde con su aspecto físico. Es una cuestión de prejuicios, lo sé, pero me gusta. También he de reconocer que creo en los prejuicios y que la mayoría de las veces la primera impresión que te da una persona, termina siendo la correcta cuando ya la conoces a fondo. Un tipo que te da mala espina de primeras, suele encerrar algo más que un simple prejuicio, aunque también hay quien intenta disimular sus carencias con su aspecto físico. Por eso los curas no toman el sol para estar paliduchos y parecer buenos chicos y por eso los defensas centrales se ponen diabólicos tatuajes para dar miedo a los delanteros.
Y en mi hobby de crearme prejuicios me gusta desconectar de la conversación de mi mesa, que suele ser una repetición de algo que ya he oído varias veces, para conectarme a la de al lado y saber algo más del barbudo de en frente que toma torrijas con su hija quinceañera. Cuando ya las chicas pasan de quinceañeras, tengo que tener mucho cuidado para que no detecten mi mirada porque sino rápidamente piensan que soy un viejo verde, en lugar de un vulgar cotilla.
Lo malo es cuando soy yo la víctima de este indiscreto juego, cuando me siento observado y murmurado por la mesa vecina. Me ocurre siempre que voy a comer o cenar solo con los niños; noto miradas compasivas hacia el pobre padre separado que mima a los niños durante el fin de semana que le ha tocado cuidarlos. El otro día, como vine a Madrid a recoger a Gali, cenamos juntos en el Vips y compartimos un sandwich y unas tortitas. Según entramos me vi rodeado de miradas, lascivas algunas, racistas otras y desconcertadas la mayoría. ¿Qué hacía ese señor canoso cenando con ese jovenzuelo tan moreno? Les rompimos los esquemas, noté que varias mesas dejaron de hablar de Mourinho y De Guindos y que los reojos pasaban a ser cabezas vueltas cuando pusimos las tortitas en medio de la mesa y comimos del mismo plato. Reconozco que al principio no me gustó sentirme observado, señalado, condenado, pero después me gustó tanto el juego que después de pagar, cogí a Gali por el hombro y nos fuimos caminando hacia el coche. Estuve a punto de girarme y levantar el dedo corazón a modo de saludo, pero me pareció excesivo.

1 comentario:

  1. Esta entrada es para regañarnos por ejercer el deporte nacional? El cotilleo y el juicio fácil son lo más en este país, y si no ¿porque están llenas las teles de programas de esos asquerosos? Y no digáis mentiras, que seguro que los veis todos y luego contáis por ahí que solo ponéis la tele para ver los documentales de la 2, mentirosillos...

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