lunes, 2 de abril de 2012

LUCIO Y AMALIA

No creo. Ni en seres supranaturales, ni en el más allá. No creo. Tengo el mismo derecho que quienes creen. Cuento con argumentos más que suficientes para soportar mis teorías. Respeto los argumentos de los que sí creen, aunque en algún caso hay que tener mucha fe para dar crédito a alguna que otra "batallita". Por eso no me las creo. Mis padres tampoco creían. Les habían educado para que creyeran, pero no lo hacían, por eso, entre otras cosas, están en el Cementerio Civil de Madrid. Lo pidieron ellos.
Me gusta pasearme por el Cementerio Civil. No me gustan los cementerios, me dan pánico, me crean inquietud y mal rollo. Pero cuando voy al cementerio civil, se me escurren las horas. Visito a Pablo Iglesias y busco nombres conocidos de intelectuales, izquierdistas, comunistas y otros personajes que hasta en la muerte quisieron marcar su disidencia. Me gusta leer las lápidas, la mayoría llenas de contradicciones, las que separan a los que están bajo tierra de los que pagan la lápida, las que atormentan al heredero que no tiene tan claro como el difunto que Dios no existe.
Y entonces va uno y me pregunta ¿Y si no crees por qué vas? y le contesto con clarividencia: porque aunque no crea en la resurrección, ni en seres divinos que nos protegen (bastante mal, por cierto), sí creo en otros valores: en la memoria y en los símbolos. Me siento junto a la tumba de mis padres y hablo con ellos. Por supuesto que no me contestan. Pero ese frío trozo de mármol sirve para traerme a la memoria los martillazos de mi padre en el estudio, el flamenco de mi madre en el suyo, los paseos por la Puerta del Sol, los partidos de fútbol de los artistas, las paellas en Mojácar, la feria en Santa Cruz o la ópera en París... Que sí, que eso mismo podría recordarlo delante del álbum de fotos, pero ahí entra el simbolismo. Una flor sobre una lápida, en una semana estará seca, pero en el momento de depositarla es mucho más que una flor. Es un grito de reconocimiento, de memoria y de cariño que se siente demasiado tarde, que se expresa cuando ya no te oyen. Qué desagradecidos somos los hijos con nuestros padres, cuánto tardamos en hilar cabos para darnos cuenta de todo lo que hicieron por nosotros, qué tarde llegamos a decir gracias, a vencer el pudor para expresar el afecto. Y no hay vuelta atrás. Sólo el temor de no ser víctima del mismo error por parte de nuestros hijos.

3 comentarios:

  1. Y de eso ¿por qué nos damos cuenta ahora?, ¿porque se han ido?, ¿porque ya no tenemos 20 años?, (por no decir que tenemos unos cuantos más, por lo menos tu) ¿o porque también somos padres y vemos que no es tan fácil?

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  2. No crees que tus padres te miraban a ti, y a tus hermanos, de la misma manera que miras a tus hijos?. Estoy seguro que esas preguntas/afirmaciones que haces se las hicieron ellos también, sabiendo que sus hijos, tú y yo y todo el mundo, nos la repetiríamos, que nos sentiriamos culpables por no haber dado las gracias a tiempo, como ellos tampoco llegaron a tiempo para darsela a sus padres, como tampoco llegaran nuestros hijos. Nunca aprendemos en cabeza ajena, y -como dices- "no hay vuelta atrás". Seremos víctimas de ese error, como también fuimos verdugos de él.

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  3. Y pronto sereis abuelos

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